Por Álex Figueroa

Al conversar sobre el tema de la soberanía de Dios en la salvación con quienes no creen en ella, frecuentemente nos encontramos con esta pregunta. Dado que el tema de la elección es tratado más profundamente en las epístolas, el interlocutor argumenta que Jesús no sostendría tal cosa, porque Él amaba a todos por igual. Sin embargo, esta objeción es inapropiada, toda vez que significa afirmar que la enseñanza apostólica puede ser contradictoria con la doctrina de Cristo, lo que implica negar la inerrancia e inspiración de la Biblia, al insinuar que las epístolas pueden estar equivocadas. Es un mismo Espíritu el que inspira los evangelios y las epístolas, por lo que no puede haber contradicción entre ellos.

Más allá de lo anterior, y de forma opuesta a lo que se piensa comúnmente, Cristo sí manifestó en sus enseñanzas la soberanía de Dios en la salvación, como puede verse en los siguientes textos:

Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt. 11:27 RVR).

Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22:14; 20:16 RVR).

Los discípulos se acercaron y le preguntaron: —¿Por qué le hablas a la gente en parábolas? —A ustedes se les ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos; pero a ellos no […] Por eso les hablo a ellos en parábolas: »Aunque miran, no ven; aunque oyen, no escuchan ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: »"Por mucho que oigan, no entenderán; por mucho que vean, no percibirán. Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los oídos, y se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos, oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría." Pero dichosos los ojos de ustedes porque ven, y sus oídos porque oyen” (Mt. 13:10-11, 13-16 NVI, cursivas añadidas).

Contrariamente a la creencia popular, Jesús no hablaba en parábolas para hacer el mensaje más entendible al hombre común, sino todo lo contrario: para que la audiencia no entendiera, y así cumplir la profecía citada de Isaías 6:9,10. Es decir, Él determina cuándo dar entendimiento sobre los “secretos del reino de los cielos”, y cuándo privar de ese entendimiento al hombre. Así, se dice en el v. 34b que “Sin emplear parábolas no les decía nada”. Esto se comprueba fácilmente notando que los discípulos le rogaban a Jesús que les interpretara las parábolas, porque ni ellos las entendían.

Además, la frase repetida por Jesús cada vez que terminaba una parábola: “El que tenga oídos, que oiga” (p. ej. en el v. 9) es reveladora. Realizando una paráfrasis, podríamos decir “al que le hayan sido dado oídos espirituales para oír y entender este mensaje, que retenga lo que escuchó”. Es innegable según las citas ya revisadas que “los oídos para oír” los da Dios, y no provienen del hombre.

Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás —le dijo Jesús—, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo” (Mt. 16:17 NVI).

Lo que acababa de hacer Simón antes de que Jesús lo llamara “dichoso” o “bienaventurado”, era nada más y nada menos que una declaración de fe, idéntica a la que debe hacer todo aquel que clame ser cristiano. Ante la pregunta de Jesús acerca de quién creen ellos (los discípulos) que es Él, Simón respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). Lo que se puede extraer de aquí es que para que se produzca una declaración de fe genuina, debe existir una revelación previa del Padre en ese sentido, como veremos más adelante.

Si el Señor no hubiera acortado esos días, nadie sobreviviría. Pero por causa de los que él ha elegido, los ha acortado” (Mr. 13:20 NVI).

Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a quienes a él le place” (Jn. 5:21 NVI).

Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera […] Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero […] Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero […] Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Jn. 6:37, 39, 44, 65 RVR).

A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz […] Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor […] pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Jn. 10: 3-4, 14-16, 26-29 RVR).

Es claro según estos versículos que con “ovejas” no se refiere a todo el mundo, sino a aquellos que ya eran suyos (“las propias”). Relacionando esta cita con la anterior, sus ovejas son aquellos que fueron entregados a Cristo por el Padre, a quienes este último les ha concedido creer, y que son los mismos que Jesús guardará y resucitará en el día postrero. Con las ovejas que “no son de este redil” se refiere a los no judíos que habrían de ser salvos.

Nótese que la causa de que los oyentes no creyeran es que “no [son] de sus ovejas”. Si sostuviéramos el libre albedrío tendríamos que alterar este versículo para que dijera: “vosotros, como no creéis, no sois de mis ovejas”, cuando en realidad dice “vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas”. Luego, el “ser” o “no ser” de sus ovejas no sólo es previo al “creer” o “no creer”, sino que también lo determina. Esto se ve refrendado por lo que dice el apóstol Juan: “Nosotros somos de Dios, y todo el que conoce a Dios nos escucha; pero el que no es de Dios no nos escucha. Así distinguimos entre el Espíritu de la verdad y el espíritu del engaño” (I Jn. 4:6 NVI).

A pesar de haber hecho Jesús todas estas señales en presencia de ellos, todavía no creían en él. Así se cumplió lo dicho por el profeta Isaías: «Señor, ¿quién ha creído a nuestro mensaje, y a quién se le ha revelado el poder del Señor?» Por eso no podían creer, pues también había dicho Isaías: «Les ha cegado los ojos y endurecido el corazón, para que no vean con los ojos, ni entiendan con el corazón ni se conviertan; y yo los sane»” (Jn. 12:37-40 NVI).

“[…] como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn. 13:1 RVR).

No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca […] Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. (Jn. 15:16, 19 RVR).

“[…] «Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti, ya que le has conferido autoridad sobre todo mortal para que él les conceda vida eterna a todos los que le has dado. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado […] »A los que me diste del mundo les he revelado quién eres. Eran tuyos; tú me los diste y ellos han obedecido tu palabra […] Ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que me has dado, porque son tuyos […] Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre, el nombre que me diste, para que sean uno, lo mismo que nosotros. Mientras estaba con ellos, los protegía y los preservaba mediante el nombre que me diste, y ninguno se perdió sino aquel que nació para perderse, a fin de que se cumpliera la Escritura […] Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo […] »No ruego sólo por éstos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí. »Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo” (Jn. 17:1-3, 6, 9, 11b-12, 14, 20-24 NVI).

La claridad y profundidad de este pasaje son asombrosas, convirtiéndolo en uno de los textos más claros a la hora de demostrar la presencia escritural de la soberanía de Dios en la salvación. Ligando esta cita con las anteriores, podemos rescatar los siguientes puntos:

a) El Padre le entregó al Hijo un grupo de escogidos (ovejas) a los que debía guardar, y resucitarlos en el día postrero (“concederles vida”). b) La vida que el Hijo les concede consiste en creer en el único Dios verdadero y en el Hijo al que envió (Jesucristo). Es decir, se confirma que el “creer” está dentro de lo concedido. c) A este grupo el Hijo les revela quién es el Padre. d) Jesús es quien guarda a este grupo y los preserva de perdición, y encarga esa función también al Padre, para que sean mantenidos en unidad. e) Jesús cumplió con esta función a cabalidad, y el único que se perdió fue Judas, para que se cumpliera la Escritura. Jesús ciertamente sabía que Judas se perdería, y lo escogió deliberadamente para que todo se cumpliera. Es decir, no lo guardó como a los demás. f) El “mundo” (“Κόσμος”, kosmos) se presenta como lo opuesto a Dios, y a aquellos que el Padre le entregó al Hijo. g) Jesús no ruega por el mundo, sino exclusivamente por aquellos que el Padre le ha dado. h) Dentro de este grupo Jesús incluye a “los que han de creer en [él] por el mensaje de ellos”, es decir, a todo el resto de los que iban a creer en Él a lo largo de la historia. i) Jesús ruega al Padre por la unidad de unos y otros. Recordemos que aquí no se incluye al mundo. Además, ruega porque los escogidos puedan finalmente llegar a la gloria en que Él estará luego de la resurrección.

Luego de estas citas queda claro que las enseñanzas apostólicas y las de Cristo no son contradictorias, sino que calzan a la perfección y se explican unas a otras. De esta forma, Jesús dejó en claro que Dios es soberano para escoger a algunos para salvación, y tiene el poder de guardarlos y llevarlos hasta la conclusión de ese objetivo.