Extracto del sermón N° 224, "Sansón Vencido", de Charles Haddon Spurgeon, predicado en el púlpito de la Capilla New Park Street.

¿Saben ustedes que el hombre más fuerte en todo el mundo es un hombre consagrado?

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¿Necesito hablarles de las maravillas que han realizado los hombres consagrados? Ustedes han leído las historias de tiempos antiguos, cuando a nuestra religión se le daba caza como a una perdiz en los montes. ¿Nunca oyeron cómo hombres y mujeres consagrados aguantaron dolores y agonías inauditos? ¿No han leído cómo los echaban a los leones, cómo fueron aserrados en mitades, cómo languidecieron en prisiones o se encontraron con una muerte más rápida a filo de espada? ¿No han oído cómo andaban de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados, de los cuales el mundo no era digno? ¿No han oído cómo desafiaron en su cara a los tiranos, cómo, cuando los amenazaban, se atrevían a reírse de todas las amenazas del enemigo con gran valentía; cómo, estando en la hoguera, aplaudían con sus manos en el fuego, y cantaban salmos de triunfo cuando hombres peores que demonios se mofaban de sus miserias? ¿Cómo fue eso? ¿Qué hizo que las mujeres fueran más fuertes que hombres y los hombres más fuertes que ángeles? Vamos, pues fue esto: ellos estaban consagrados a Dios. Ellos sentían que cada dolor que desgarraba su corazón estaba dándole la gloria a Dios, que todos los padecimientos que soportaban en sus cuerpos no eran sino las marcas del Señor Jesús, por las cuales patentizaban que estaban enteramente dedicados a Él. Y no sólo en esto se ha evidenciado el poder de los consagrados. ¿No han oído nunca cómo los santificados han realizado portentos? Lean las historias de quienes no estimaron preciosa su vida para ellos mismos con tal de honrar a su Señor y Maestro predicando Su Palabra, exponiendo el Evangelio en tierras extrañas. ¿No han oído cómo los hombres han abandonado su parentela y sus amigos y toda esa vida tan preciada, y han atravesado mares tormentosos y se han adentrado en las tierras de los paganos donde los hombres se devoraban unos a otros? ¿No se han enterado de cómo pusieron sus pies en aquel país y vieron que el barco que los había transportado desaparecía en la distancia, y con todo, sin ningún miedo moraron en medio de salvajes incivilizados de los bosques, caminaron en medio de ellos, y les contaron la simple historia del Dios que amó al hombre y murió por él? Ustedes han de saber cómo esos hombres vencieron, cómo aquellos que parecían ser más fieros que leones se encorvaron delante de ellos, escucharon sus palabras, y fueron convertidos por la majestad del Evangelio que ellos predicaban. ¿Qué hizo que esos hombres fueran héroes? ¿Qué los capacitó para que se separaran de sus familias y de sus amigos, y se desterraran en tierras de pueblos extraños? Fue porque eran consagrados, completamente consagrados al Señor Jesucristo. ¿Qué hay en el mundo que el varón consagrado no pueda hacer? Tiéntalo; ofrécele oro y plata; llévalo a la cima del monte y muéstrale todos los reinos del mundo, y dile que los tendrá a todos si postrado adorare al dios de este mundo. ¿Qué dice el varón consagrado? “¡Quítate de delante de mí, Satanás! Tengo más que todo esto que tú me ofreces; este mundo es mío, y los mundos venideros; yo desprecio la tentación; no me voy a postrar delante de ti”. Si los hombres amenazan a un varón consagrado, ¿qué dice él? “Yo temo a Dios; por eso no puedo tenerles miedo; juzguen si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes que a Dios; pero, en cuanto a mí, yo no serviré a nadie más que a Dios”. Tal vez hayas visto en tu vida a un varón consagrado. ¿Se trata de una personalidad pública? ¿Qué es lo que no puede hacer él? Predica el Evangelio y mil enemigos lo asedian de inmediato; lo atacan por todos lados; algunos por esta razón y otros por aquella otra; sus virtudes reales son distorsionadas y son convertidas en vicios, y sus más ligeras faltas son magnificadas y son convertidas en los más grandes crímenes. Casi no tiene amigos; los propios ministros del evangelio le rehúyen; es considerado tan raro que todo el mundo debe evitarlo. ¿Qué hace él? En el interior de la cámara de su propio corazón sostiene una conversación con su Dios, y se hace esta pregunta: “¿hago bien? La conciencia da el veredicto: sí, y el Espíritu da testimonio a su espíritu de que la conciencia es imparcial. “Entonces” –dice- “venga lo bueno o venga lo malo, si estoy bien, no me voy a desviar ni a la derecha ni a la izquierda”. Tal vez sienta en secreto lo que no expresará en público. Siente el dolor de la deserción, de la deshonra y de la censura; clama:

Si sobre mi rostro, por causa de Tu amado nombre, Recayeran la vergüenza y el reproche Saludaré al reproche, y daré la bienvenida a la vergüenza Si Tú me recuerdas”.

En cuanto a su carácter público, nadie podría decir que le importan estas cosas, pues puede decir con Pablo: “De ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal de ganar a Cristo y de que acabe mi carrera con gozo”. ¿Qué no puede hacer un varón consagrado? Yo en verdad creo que si tuviera al mundo entero en su contra, demostraría ser más que un antagonista para todos ellos.

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“Pero” –dice alguien- “¿podemos consagrarnos a Cristo? Yo pensé que eso era únicamente para los ministros”. “Oh, no, hermanos míos; todos los hijos de Dios deben ser seres consagrados. ¿A qué te dedicas? ¿Estás involucrado en negocios? Si eres lo que profesas ser, tu negocio tiene que estar consagrado a Dios. Tal vez no tengas ninguna familia; tal vez estés involucrado en el comercio y estés ahorrando cada año alguna suma considerable… un hombre que tiene una familia y que está en los negocios debería ser capaz de decir: “Bien, yo gano tanto con mis negocios; tengo que proveer para mi familia pero no busco amasar riquezas. Voy a hacer dinero para Dios y voy a gastarlo en Su causa.

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Si me uno a la iglesia, entiendo que me doy yo mismo y todo lo que tengo a esa iglesia; no quisiera hacer una profesión mentirosa; no quisiera hacer una confesión de una consagración que no tuviera la intención de hacer. Si he dicho: “yo soy de Cristo”, por Su gracia seré de Cristo. Hermanos, los que están en los negocios pueden estar tan consagrados a Cristo como el ministro en su púlpito; ustedes pueden convertir sus transacciones ordinarias de la vida en un solemne servicio a Dios. Muchos hombres han deshonrado una sotana, pero muchos otros han consagrado una bata de obrero; muchos hombres han manchado los cojines de su púlpito, pero muchos otros han convertido la horma de zapatero en santidad al Señor. Dichoso el varón que es consagrado al Señor; dondequiera que esté, es un consagrado y hará maravillas.

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La pequeñez de los cristianos de esta época resulta de la pequeñez de su consagración a Cristo.

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¿Qué hace fuerte al varón consagrado? ¡Ah, amados!, no hay fuerza en el hombre por sí mismo. Sansón sin Dios no era sino un pobre necio. El secreto de la fuerza de Sansón consistía en esto: que en tanto que estuviera consagrado sería fuerte; en tanto que estuviera entregado enteramente a su Dios y no tuviera ningún objetivo sino el de servir a Dios, (y eso debía ser indicado por el crecimiento de su cabellera), en tanto que así fuera, y nada más, Dios estaría con él para ayudarle. Y ahora ustedes ven, queridos amigos, que si tienen alguna fuerza para servir a Dios, el secreto de su fuerza se esconde en el mismo lugar. ¿Qué fuerza tienes tú, salvo en Dios? ¡Ah!, he oído que algunos hombres hablan como si la fuerza del libre albedrío de la naturaleza humana fuera suficiente para llevar a los hombres al cielo. El libre albedrío ha llevado a muchas almas al infierno, pero nunca ha llevado todavía a un alma al cielo. Ninguna fuerza de la naturaleza puede bastar para servir al Señor debidamente. Nadie puede decir que Jesús es el Cristo sino por el Espíritu Santo. Nadie puede venir a Cristo si el Padre, que envió a Cristo, no le trajere. Entonces, si el primer acto de la vida cristiana está más allá de toda fuerza humana, ¿cuánto más están más allá de cualquiera de nosotros esos pasos más elevados? ¿No expresamos una cierta verdad cuando decimos en las palabras de la Escritura, “No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios”? Yo pienso que cualquiera que realmente tenga un alma vivificada, tarde o temprano será conducido a sentir esto. ¡Sí!, yo cuestiono si un hombre puede ser convertido un día sin que descubra su propia debilidad. Es sólo un pequeño espacio antes de que el niño descubra que puede estar solo de pie en tanto que Dios su Padre lo tome por sus brazos y le enseñe a caminar, pero que si la mano de su Padre le es retirada no tiene ningún poder para estar de pie, sino que se cae de inmediato. Vean a Sansón sin su Dios saliendo contra mil hombres. ¿No se reirían de él? … El secreto de su fuerza radica en su consagración y en la fuerza que es su resultado. Recuerden, entonces, el secreto de su fuerza. Nunca piensen tener un poder que sea propio; confíen enteramente en el Dios de Israel y recuerden que el canal a través del cual tiene que venir esa fuerza ha de ser su entera consagración a Dios.

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Considera muy bien tu consagración; ve que sea sincera; cuida de hacerla de corazón, y entonces mira al Espíritu Santo, después de que hayas mirado a tu consagración, y pídele que te dé tu gracia de cada día; pues así como el maná caía día a día, así debes recibir tu alimento diario de lo alto. Y, recuerda que no es por ninguna gracia que tengas en ti, sino por la gracia que es en Cristo y que te tiene que ser dada cada hora que has de ser sostenido, y habiendo hecho todo, ser coronado al fin como alguien fiel que ha perseverado hasta el fin.

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Y en cuanto a ustedes que no se han entregado a Dios y que no están consagrados a Él, sólo puedo hablarles como a filisteos y advertirles que llegará el día cuando Israel será vengado de los filisteos. Un día pudieran estar reunidos en el piso alto de sus placeres, gozando de salud y fuerza; pero hay un Sansón llamado: Muerte, que derribará las columnas de su tabernáculo, y tendrán que caer y ser destruidos, y grande será su ruina. Que Dios les dé gracia para que puedan consagrarse a Cristo, de manera que viviendo o muriendo, se regocijen en Él y compartan con Él la gloria de Su Padre.