Por Pablo Navarrete

Quizás al leer el título de este artículo te preguntarás ¿Cómo es posible que  lleve este nombre?  Tal vez albergas en tu corazón este pensamiento: ¡Yo jamás discuto con mi esposa! ¡Soy un cristiano! ¡Esto no es posible!

La verdad es que es probable que muchos piensen así, negando una realidad diaria en nuestras vidas: en nuestro matrimonio hay discusiones.

¿De dónde sacamos esto?

Eclesiastés  1:14 Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. (Aflicciones de todo tipo) 1° Corintios 7:28 Más también si te casas, no pecas; y si la doncella se casa, no peca; pero los tales tendrán aflicción de la carne, y yo os la quisiera evitar.  (Aflicciones del pecado de concupiscencia en el contexto del matrimonio)

Con esto en mente, no podemos negarnos a la realidad bíblica, que también podemos apreciar en nuestras vidas: hay aflicciones en nuestros matrimonios, las que implican pleitos, desacuerdos, diferencias, etc. Es extremadamente difícil convivir con personas en este mundo dada nuestra condición de raza caída, y lo es también con creyentes, entendiendo que en un matrimonio convivimos día tras día con otra hija de Adán, esto es, nuestra esposa,  por lo que la convivencia está llena de baches por el pecado que mora en ambos cónyuges. ¿En ambos? Te preguntaras; sí,  en ambos. Toda crisis, toda raíz de amargura, toda pelea en un matrimonio tiene dos partes, y esas dos partes son marido y mujer. La palabra nos muestra que un matrimonio es  una sola carne, por ende, cuando afliges este cuerpo llamado matrimonio, se debilita y ambos son responsables de lo que sucede.

El lector quizás está identificando que verdaderamente existen conflictos en su matrimonio, pero que quizás ud. mismo no es responsable del pecado en su unión conyugal, pero si no es usted entonces ¿Quién? ¿Solo su esposa? ¿El diablo? ¿El mundo? ¿La concupiscencia? ¿Un espíritu?

Recordemos a Adán:

Génesis 3:12 Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dió del árbol, y yo comí.

Adán culpa directamente a la mujer y a Dios por su pecado, cuando él es el responsable último. Tus excusas no borran tus rebeliones, están ahí, están presentes, día a día.

Si miramos a David o al Hijo pródigo observamos la siguiente sentencia:

Salmo 51:4 Contra ti, contra ti solo he pecado

Ellos reconocen que solo contra Dios han pecado, que la primera ofensa es hacia el Creador, la primera bofetada de rebelión es contra el Salvador, el primer puño de osadía es contra el Redentor.  Ud. es el responsable último de los conflictos y aflicciones de su matrimonio, no hay otra conclusión. La palabra de nuestro Señor nos hace un llamado claro:

Proverbios 28:13 El que encubre sus pecados no prosperará; Más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.

La primera indicación del verso anterior hace referencia a una exhortación clara a no encubrir nuestros pecados, no podemos engañar a Dios, él es omnisciente, lo sabe todo, aun nuestros pecados más íntimos y aun lo que nuestro corazón engañoso oculta a nuestro razonamiento:

Jeremías 17:9 Engañoso es el corazón más que todas las cosas,  y perverso;   ¿quién lo conocerá?

No queremos observar nuestro interior con tal de no mirarnos bajo la lupa de Dios, ya que sabemos que solo encontraremos basura, lacra, escombros, miseria sin fin; y con esto solo buscamos autojustificación y una paz artificial basada en nuestro podrido corazón.

Hay una canción que dice “ni siquiera me conozco a mí, como quieres que te conozca a ti” y realmente es cierto, pero muchas veces sabemos que no nos conocemos, sin embargo, somos los primeros en bajar la guillotina del juicio hacia los demás y probablemente hacia nuestra esposa. ¿Has notado que somos especialistas en esto? A la primera equivocación que ellas tienen o ante la mínima provocación que exista, de nuestros labios brota una ira y enojo que pueden incendiar hasta los más recónditos y helados parajes de un frondoso bosque. ¿Qué nos pasa? ¿Qué te ocurre en ese momento? ¿Por qué actuamos así con la mujer que supuestamente amamos? ¿Por qué  la afligimos injustificadamente? Es importante recordar que hicimos un pacto ante Dios y ante los hombres de amarlas hasta el fin, cuidarlas como a vaso más frágil, reconocimos que ella es la persona más importante en este mundo después de nuestro Salvador y Dios.

 1Pedro 3:7 Vosotros,  maridos,  igualmente,  vivid con ellas sabiamente,  dando honor a la mujer como a vaso más frágil,  y como a coherederas de la gracia de la vida,  para que vuestras oraciones no tengan estorbo.

Amado hermano, date cuenta que Dios mismo describe a nuestras esposas como un vaso frágil, y notemos que estas palabras no vienen de Juan el Amado, ni de Pablo, sino del Apóstol Pedro, quien no era un creyente que tuviera una gran delicadeza para decir las cosas. Él por inspiración del Espíritu Santo escribe esta gran verdad: tu esposa, tu amada, es un vaso frágil, es decir, es más quebradizo, más quebrantable, más delicado, nuestro trato hacia ellas debe tener un cuidado único. Es probable que en muchas ocasiones hayas dejado caer un vaso, algunos se rompen, otros no, nosotros los varones no tenemos las mismas características que nuestras esposas, somos muchas veces duros y toscos, pero ellas no. Su estructura, su ser, la esencia con la que Dios las creó nos revela que ellas deben tener un cuidado diferente. Observa los detalles de tu hogar, mira a tu alrededor y observa que los elementos más bellos que decoran tu casa son los más frágiles, los más finos y entre ellos hay uno más especial: tu amada. Ahora, el mandato no sólo es un trato distinto, sino brindar honor, pero ¿Por qué? Acaso ¿No es suficiente brindar un cuidado descrito como el anterior? La razón de por qué debe el hombre dar honor a la mujer es porque Dios da honor a ambos, otorgándoles el don de ser coherederos de la gracia. Si Dios nos da este título, ¿Cómo no honraremos a nuestra amada? ¿Acaso no imitaremos a nuestro Dios?

Demos honor a nuestras esposas, tal cual se dan honores a los más valientes guerreros, a los más altos mandos, a los artistas más renombrados, porque ella es la herencia que Dios nos ha dado (Proverbios 19:14).

Las personas tienden a tomar una cierta actitud y comportamiento frente a otras dependiendo de la percepción y visión que tengan de éstas. Por lo general tratamos muy bien a nuestros jefes, a nuestros amigos, a nuestros colegas, a nuestros hermanos de la congregación; es a ellos a quienes muchas veces demostramos carisma, amabilidad, respeto y atención, pero ¿Derramos estas mismas aguas sobre nuestras esposas? Muchas veces olvidamos lo que ellas representan, son una bendición de Dios, un bien dado por Dios (Pr. 18:22), que esto esté grabado en nuestra mente y en nuestras actitudes hacia ellas siempre, no sólo en la lectura de estas palabras.

Ahora que hemos recordado algunos conceptos sobre nuestra relación con nuestra esposa es hora de poder responder a la pregunta que nos hemos hecho: ¿Cómo discutir con ellas? Muchas veces será inevitable lidiar con ellas, pero debemos hacerlo con sabiduría, y esto sólo proviene de la Palabra de Dios. Una de las cosas que siempre debemos recordar a la hora de discutir con nuestras esposas y en realidad con cualquier persona es que Dios nos ha dado dominio propio y templanza, dos conceptos íntimamente relacionados:

2Timoteo 1:7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía,  sino de poder,  de amor y de dominio propio. Gálatas 5:22 Mas el fruto del Espíritu es amor,  gozo,  paz,  paciencia,  benignidad,  bondad,  fe,  mansedumbre,  templanza;  contra tales cosas no hay ley.

La raíz griega de la palabra 'templanza' da a entender refrenamiento de sí mismo en cuanto a deseos y concupiscencias. En cada discusión que tenemos con nuestras esposas se asoma el deseo de agredirlas, afligirlas o herirlas con nuestras lenguas afiladas, pero la palabra nos llama a tratarlas como a vaso más frágil, para esto es importante poder dominar nuestros pensamientos y aun nuestras bocas al momento de discutir con ellas. Es probable que en esos momentos de divergencia se nos olvide este texto:

Filipenses 4:8 Por lo demás,  hermanos,  todo lo que es verdadero,  todo lo honesto,  todo lo justo,  todo lo puro,  todo lo amable,  todo lo que es de buen nombre;  si hay virtud alguna,  si algo digno de alabanza,  en esto pensad.

Cuando estamos en medio de la tormenta de la discusión solo pensamos en herir, abrumar y traer recuerdos a nuestras esposas sobre sus fallas y errores, cuando la verdad Dios nos ha llamado a ser los primeros agentes de bendición para nuestras esposas, es decir, los primeros pastores de sus almas ¿Cómo lograras esto?  Pensando de la forma en que Pablo exhortó a los Filipenses a pensar, aun en los momentos difíciles de desacuerdos con tu amada esposa. Sí, 'amada', recuerda que ella sigue siendo tu amada. Una mente abierta hacia la destrucción puede provocar un voraz desastre en medio del seno conyugal:

Santiago 3:5 Así también la lengua es un miembro pequeño,  pero se jacta de grandes cosas.  He aquí,  ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!

Nuestra boca puede iniciar un fuego inextinguible en la relación, puede revivir viejas brasas que parecían ya apagadas, puede destruir hasta los más bellos sitios del jardín que la relación había establecido hasta ese momento, nuestra mente y lengua pueden realmente socavar e incinerar las hojas del bello paisaje del amor matrimonial. Domina tu espíritu amado hermano:

Proverbios 16:32 Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; Y el que se enseñorea de su espíritu,  que el que toma una ciudad.

Recuerda que debes cuidar la ciudad que Dios te ha dado, tu amada y bella esposa. Tú eres quien debe añadir gracia a la conversación, tú eres la cabeza de tu hogar:

Proverbios 16:23 El corazón del sabio hace prudente su bocaY añade gracia a sus labios.

Una de las mejores formas de llevar una discusión con tu esposa es ordenar tus pensamientos mediante la meditación diaria de las Escrituras y la oración, para que a la hora de tener una disensión con ella puedas ser un elemento de bendición para su vida, en lugar de ceniza. Como consecuencia de esto, no deberíamos caer en las niñerías de la provocación:

Proverbios 30:33 Ciertamente el que bate la leche sacará mantequilla,   Y el que recio se suena las narices sacará sangre;  Y el que provoca la ira causará contienda.

¡Cuán cierto es este pasaje! En muchas ocasiones laceramos a nuestras cónyuges, sólo con el fin de sobreponernos, mal utilizando el don de liderazgo en nuestro hogar y convirtiéndolo en una terrible tiranía. Cuántos pesares hemos causado a nuestra mujer y a nuestros amados cuando lo único que deseamos es simplemente causar contienda,  provocación y hondas magulladuras.

Desde el lado contrario, cuando nosotros seamos provocados (porque esto también ocurre), no debemos responder mal por mal:

Romanos 12:17 No paguéis a nadie mal por mal;  procurad lo bueno delante de todos los hombres. 1 Tesalonicenses 5:15 Mirad que ninguno pague a otro mal por mal;  antes seguid siempre lo bueno unos para con otros,  y para con todos. 1 Pedro 3:8 - 9 Finalmente,  sed todos de un mismo sentir,  compasivos,  amándoos fraternalmente,  misericordiosos,  amigables;  no devolviendo mal por mal,  ni maldición por maldición,  sino por el contrario,  bendiciendo,  sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.

En esos momentos de provocación debemos recordar a nuestro Salvador Jesucristo y su ejemplo, sabiendo que Él no devolvió mal por mal, aun cuando lo vituperaban. Es más, día a día provocamos a Dios con nuestros pecados y rebeliones y Él, Padre de Misericordia, no nos ha consumido con su furor sino que todo lo contrario: nos ha dado Gracia. En este aspecto debemos saber cómo responder ante las provocaciones:

Proverbios 15:1 La blanda respuesta quita la ira;  Mas la palabra áspera hace subir el furor.

Pasa por alto las injurias y provocaciones:

Proverbios 12:16 El necio al punto da a conocer su ira;  Mas el que no hace caso de la injuria es prudente.

Por otro lado, en ocasiones podremos tener la razón, pero eso no nos da el derecho de provocar a ira a nuestras esposas, o aun más, incitar discordias más oscuras en la relación. Aprendamos a ser hombres de verdad. Debemos ser sabios al contestar, y también al corregir:

Proverbios 16:6 Con misericordia y verdad se corrige el pecado,  Y con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal.

Que estas balanzas, la misericordia y la verdad, estén en nuestras vidas a la hora de corregir a nuestras esposas, tal cual lo harías con un hermano en Cristo, porque si ella es creyente entonces también es hija de Dios, o ¿Te habías olvidado de este detalle tan importante? Un día ante el Señor tendrás que dar cuenta de tus actos, de tus pensamientos, de tus palabras, y muchas de estas rendiciones estarán vinculadas al trato que tuviste con una hija del Dios Todopoderoso ¿Te has percatado de esta realidad? Ahora es cuando la frase 'vaso más frágil' hace un eco rotundo en nosotros, ahora es cuando nos damos cuenta de que en realidad somos necios y torpes cuando menospreciamos la criatura que Dios preparó desde la eternidad para ser nuestra compañía en esta vida: ¡nuestra esposa! Con mayor razón si ellas son creyentes, debemos tratarlas como lo que son: hijas de Dios.

Colosenses 3:12 -13 Vestíos,  pues,  como escogidos de Dios,  santos y amados,  de entrañable misericordia,  de benignidad,  de humildad,  de mansedumbre,  de paciencia;  soportándoos unos a otros,  y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro.  De la manera que Cristo os perdonó,  así también hacedlo vosotros.

¿Estás vestido de Cristo cuando tratas con tu esposa, o estás desnudo mostrando a ella lo repugnante que es tu interior? Vuélvete a tu Señor, revístete de él, sé un reflejo de la Gloria de Cristo, brilla en tu matrimonio como las estrellas brillan en la densa noche.

Cuando estemos en una discusión con nuestras esposas, debemos ser prudentes aún con nuestra intensidad de voz, el Señor por medio de Pablo nos enuncia lo siguiente:

Efesios 4:31 Quítense de vosotros toda amargura,  enojo,  ira,  gritería y maledicencia,  y toda malicia.

Es un hecho que los gritos en una discusión degeneran toda la conversación, es más, pueden estimular el terror en nuestras amadas, independiente de la intensidad, gravedad o urgencia del pleito, debemos graduar hasta nuestras voces. Un grito a tu mujer puede derrumbar cimientos de confianza y afecto en la relación, y para recuperarlos tendrás que recorrer un largo camino. Nuestras, entonces, pueden demostrar ira, enojo y maledicencia.

Eclesiastés 5:6 No dejes que tu boca te haga pecar,  ni digas delante del ángel,  que fue ignorancia.  ¿Por qué harás que Dios se enoje a causa de tu voz,  y que destruya la obra de tus manos?

Recuerda el silbo apacible y delicado que inundó a Elías, así debe ser nuestra voz.

Para terminar, consideremos algunas cosas:

No abandones las discusiones, no dejes hablando sola a tu esposa. No lo harías con tu jefe, con tu madre o padre, con tus amigos, ni con tus amados hermanos, pero muchas veces lo haces con tu cónyuge. Esto no es bueno, ella sentirá que sus problemas no te interesan, mientras que Dios todo el día extendió su mano a un pueblo rebelde, todo el día: cada hora, cada minuto y cada segundo. No abandones a tu esposa cuando discutan, recuerda que pactaste estar con ella en todo tiempo, en los buenos y malos.

Si han discutido y se han perdonado no traigas al recuerdo las faltas pasadas, las que ya han sido perdonadas. La Palabra dice:

Miqueas 7:19 El volverá a tener misericordia de nosotros;  sepultará nuestras iniquidades,  y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.

¿Está bien sacar en cara pecados, faltas y errores cuando ya habías perdonado dichos yerros? ¿Dios hace lo mismo contigo? Pues no. Si hay algo a lo que debe parecerse un matrimonio es al sacrificio de Cristo, el esposo dando su vida por su amada, la relación entre la Iglesia y Cristo es analógica a la del matrimonio, ¿Recuerdas? ¿Has de pisotear a tu esposa con sus faltas pasadas? Perdona como Cristo lo hace contigo.

Si has tenido un día difícil no te descargues con tu esposa:

Proverbios 3:30 No tengas pleito con nadie sin razón,  Si no te han hecho agravio.

Arroja tus cuitas a los pies de Cristo.

No dejes que un pleito tome las horas de tu día y la de tu matrimonio. Si hay un conflicto es preciso hacer las paces de inmediato. Hay múltiples excusas para no hacer esto: "cada uno tiene sus tiempos", "hay que esperar", "no soy como tú", "yo no resuelvo así las cosas", etc. Pero si somos maridos creyentes y sobre todo si estamos casados con mujeres creyentes, se nos ordena perdonar y buscar la paz, la tal cual ya habíamos descrito con anterioridad. No dejemos que el sol se ponga sobre nuestro enojo:

Efesios 4:26 Airaos,  pero no pequéis;  no se ponga el sol sobre vuestro enojo.

No permitan que el enojo contra alguien (por ejemplo tu esposa) duerma con ustedes en la noche, más bien vayan y reconcíliense  con quien constituyen una sola carne, aunque sea ella la que cometió la primera ofensa. No accedamos a que el pecado perdure en nosotros y resquebraje nuestro vínculo matrimonial.

Finalmente, hermano, niégate a ti mismo.