Por Álex Figueroa

«y ofrecieron aquel día grandes sacrificios y se regocijaron porque Dios les había dado gran alegría; también las mujeres y los niños se regocijaron; y el regocijo de Jerusalén se oía desde lejos» (Neh. 12:43, BLA).

Texto base: Nehemías cap. 12.

El domingo anterior, nuestro hermano Pablo nos habló sobre Nehemías cap. 11, abordando principios escriturales sobre cómo vivir en comunidad. Fuimos exhortados a soportarnos unos a otros con paciencia, y a darnos por el otro, sabiendo que somos un solo cuerpo y que fuimos llamados a estar en unidad y unanimidad.

En esta oportunidad nos concentraremos en el cap. 12, del que extraeremos principios para adorar juntos. Hacemos la salvedad que este mensaje no tratará exhaustivamente la adoración comunitaria, pues para ello se requeriría un estudio especializado. En lugar de ello, nos abocaremos a lo que este pasaje expone sobre la materia.

Veremos entonces que la adoración (i) debe realizarse de acuerdo a las Escrituras, (ii) implica distribuir funciones según el orden de Dios, (iii) debe realizarse con acción de gracias, (iv) en pureza, (v) con orden y decentemente, (vi) con alegría, (vii) todos juntos, (viii) es integral.

Introducción

El capítulo 12 inicia con una lista de los sacerdotes y levitas que retornaron junto con sus familias liderados por Jesúa y Zorobabel. Esto nos recuerda aquél momento en el libro de Esdras en que Dios se acordó con misericordia de su pueblo y obró en ellos para que hicieran su voluntad:

«Entonces se levantaron los jefes de las casas paternas [jefes de familia] de Judá y de Benjamín, y los sacerdotes y levitas, todos aquellos cuyo espíritu despertó Dios para subir a edificar la casa de Jehová, la cual está en Jerusalén» (Esd. 1:5, RVR).

Ese momento que había ocurrido más de 150 años antes de este capítulo 12, es recordado ahora. En aquel entonces los hombres, aquellos a quienes el Señor designó para cumplir el rol de liderar a sus familias en todo sentido, se determinaron a volver a Jerusalén para levantar el templo y la ciudad que se encontraban destruidas. El liderazgo de Jesúa y Zorobabel habría sido por completo ineficaz si no hubiese contado con este liderazgo familiar llevado de acuerdo a la Palabra de Dios.

Después de muchos obstáculos y una cruenta oposición que vino en distintas oleadas y en diversas épocas, por mano de variados enemigos y aun de entre ellos mismos, lograron reconstruir el altar, el templo, el muro y levantar la ciudad, en un lapso de un siglo y medio.

Aparte de la oposición debieron hacer frente a su propio pecado que los llevaba una y otra vez a alejarse de la voluntad del Señor y ser sometidos a tribulaciones y angustias. De hecho, antes de este capítulo 12, vimos en los capítulos 9 y 10 que el pueblo hizo un pacto delante del Señor en el que manifestó su arrepentimiento y adoptó resoluciones de obediencia. En ese pacto, una vez más apreciamos que las cosas deben hacerse en el orden correcto, y por ello los hombres debieron liderar a sus familias en el arrepentimiento:

«28 Y el resto del pueblo, los sacerdotes, levitas, porteros y cantores, los sirvientes del templo, y todos los que se habían apartado de los pueblos de las tierras a la ley de Dios, con sus mujeres, sus hijos e hijas, todo el que tenía comprensión y discernimiento, 29 se reunieron con sus hermanos y sus principales, para protestar y jurar que andarían en la ley de Dios, que fue dada por Moisés siervo de Dios, y que guardarían y cumplirían todos los mandamientos, decretos y estatutos de Jehová nuestro Señor» (Neh. 10:28-29)

Ahora, a lo largo del recorrido que hemos hecho por los libros de Esdras y Nehemías, nos impacta la porfía, la rebeldía y la necedad del pueblo, que caía una y otra vez en los mismos pecados y nunca se disponía con un corazón determinado a seguir la voluntad del Señor. Pero ¿Hemos aprendido nosotros? ¿Hemos acogido las exhortaciones que escuchamos de los profetas Hageo y Zacarías, y de lo que hemos leído en estos libros? ¿Hemos crecido en obediencia? No olvidemos que se nos pedirá cuenta de aquella luz que hayamos recibido. Hemos sido expuestos a la Palabra de Dios, y no tenemos excusa delante de Él. ¿Qué podría escribirse de este pueblo, de esta congregación?

Necesitamos que los hombres sean hombres, que se porten varonilmente, cuestión que en esta época es un verdadero acto revolucionario y contracultural. Estamos llenos de niños y adultoscentes que sólo quieren beneficios y no están dispuestos a asumir responsabilidades. Abundan los chiquillos que no morirían por causa alguna, y que por tanto viven sin causa alguna. No están dispuestos a dejar su comodidad, siendo favorecidos por la crisis de la masculinidad que vive nuestra sociedad, porque ya no se espera de ellos ningún liderazgo y ninguna responsabilidad familiar. ¿Dónde están aquellos que se preparan para sostener una familia, para liderar un hogar, para ser ejemplos de su esposa y de sus hijos, para servir en su iglesia, para vivir y morir por Cristo?

Para que nuestra adoración juntos pueda gozar de salud, para que nuestra devoción como congregación sea de acuerdo a la voluntad de Dios, los hombres deben asumir su rol y liderar a sus familias, ser responsables de la adoración familiar, porque sin adoración familiar la adoración congregacional no es más que un show montado en el que todos nos autoengañamos creyendo que hacemos iglesia. Como relata en el capítulo 10, tomemos a nuestras mujeres, a nuestros hijos e hijas, y comprometámonos a servir al Señor y a ser fieles a su Palabra. Si no hay adoración en las casas durante la semana, liderada por los padres de familia, entonces los cultos dominicales estarán lejos de ser lo que deben ser.

Lo que somos el domingo es un reflejo de lo que somos en la semana. El entrar en este lugar no transforma mágicamente nuestros corazones ni los de nuestra familia. Asumamos nuestro rol, ya que el culto no lo hace el liderazgo, sino toda la iglesia. La congregación no es el liderazgo, sino cada uno de los hermanos que ha decidido reunirse aquí. El altar, el templo, los muros, la ciudad que es esta congregación la construimos todos. Quien se resta afecta a todo el cuerpo, y atenta contra la obra de Dios.

Habiéndonos referido a este marco que debe rodear la adoración congregacional, analizaremos ahora la consagración del muro.

I. ADORACIÓN DE ACUERDO A LAS ESCRITURAS

(vv. 24-26) Vemos que los levitas lideraron la adoración y la gratitud, conforme al estatuto de David varón de Dios, y que esto lo hicieron conforme a su turno. Se refiere a la regulación de la adoración que estructuró David cuando ya era anciano, e hizo a Salomón rey de Israel.

«2 Y juntando a todos los principales de Israel, y a los sacerdotes y levitas, 3 fueron contados los levitas de treinta años arriba; y fue el número de ellos por sus cabezas, contados uno por uno, treinta y ocho mil. 4 De éstos, veinticuatro mil para dirigir la obra de la casa de Jehová, y seis mil para gobernadores y jueces. 5 Además, cuatro mil porteros, y cuatro mil para alabar a Jehová, dijo David, con los instrumentos que he hecho para tributar alabanzas. 6 Y los repartió David en grupos conforme a los hijos de Leví: Gersón, Coat y Merari» (I Cr. 23:2-6, RVR).

«Para asignarles sus turnos se echaron suertes, sin hacer distinción entre menores y mayores, ni entre maestros y discípulos» (I Cr. 25:8, NVI).

Es hermoso ver cómo la Escritura concuerda perfectamente, y estableciendo como principio claro que la adoración debe realizarse conforme a ella misma, es decir, de acuerdo a la Escritura, o, lo que es lo mismo, según lo que Dios ha establecido.

Esto podemos apreciarlo en un episodio tan temprano como es el de las ofrendas presentadas por Caín y Abel.

«3 Tiempo después, Caín presentó al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. 4 Abel también presentó al Señor lo mejor de su rebaño, es decir, los primogénitos con su grasa. Y el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, 5 pero no miró así a Caín ni a su ofrenda. Por eso Caín se enfureció y andaba cabizbajo» (Gn. 4:3-5, NVI).

El Señor se agrada de aquellos actos de adoración que son conforme a su voluntad, y no de aquellos que se realizan según cualquier otro criterio. Vemos a Dios en el segundo mandamiento estableciendo claramente que Él no debe ser adorado con imágenes ni esculturas. Él no acepta esa adoración, de hecho la rechaza como idolatría. Pero Él no solo se refiere a cómo no adorarlo, sino que detalla en forma precisa cómo hacerlo, como cuando dio instrucciones pormenorizadas a Moisés para que construyera el templo y los utensilios para el culto.

La adoración es algo sumamente serio para el Señor. Quien pretenda adorarlo siguiendo sus propios criterios se expone a la ira de Dios. Un ejemplo dramático de esto lo encontramos en Nadab y Abiú:

«Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó.2 Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová» (Lv. 10:1-2).

Vemos que seguir las instrucciones de Dios es un asunto de vida o muerte. Por eso, como ya sabemos, es imposible adorar a Dios a nuestra manera. Tal cosa no es adoración, sino rebeldía. La adoración genuina, la única que es verdaderamente posible es la que se hace en sumisión y reverencia a la voluntad del Señor. Recibamos la exhortación que nos hace la Escritura:

«Así que nosotros, que estamos recibiendo un reino inconmovible, seamos agradecidos. Inspirados por esta gratitud, adoremos a Dios como a él le agrada, con temor reverente» (He. 12:28).

El principio de adorar conforme a las Escrituras es el que da sustento a todos los demás.

II. ADORANDO LIDERADOS POR PERSONAS CALIFICADAS

(v. 27-29) «En la dedicación de la muralla de Jerusalén buscaron a los levitas de todos sus lugares para traerlos a Jerusalén, a fin de celebrar la dedicación con alegría, con himnos de acción de gracias y con cánticos, acompañados de címbalos, arpas y liras» (Nota: RVR 1960 no dice «acción de gracias», pero las demás versiones sí).

No podemos detenernos aquí a profundizar sobre la labor de los levitas, pero baste decir que Dios dispuso a los descendientes de Leví para que se dedicaran al servicio del templo, teniendo a su cargo la consagración, dedicación y purificación de las cosas. Veamos, por ejemplo, lo que se les encarga en la ley:

«50 Más bien, tú mismo [Moisés] los pondrás a cargo del santuario del pacto, de todos sus utensilios y de todo lo relacionado con él. Los levitas transportarán el santuario y todos sus utensilios. Además, serán los ministros del santuario y acamparán a su alrededor.51 Cuando haya que trasladar el santuario, los levitas se encargarán de desarmarlo; cuando haya que instalarlo, serán ellos quienes lo armen. Pero cualquiera que se acerque al santuario y no sea sacerdote, morirá.52 Todos los israelitas acamparán bajo su propio estandarte y en su propio campamento, según sus escuadrones. 53 En cambio, los levitas acamparán alrededor del santuario del pacto, para evitar que Dios descargue su ira sobre la comunidad de Israel. Serán, pues, los levitas los encargados de cuidar el santuario del pacto» (Núm. 1:50-53, NVI).

«6 «Trae a la tribu de Leví y preséntasela a Aarón. Los levitas le ayudarán en el ministerio. 7 Desempeñarán sus funciones en lugar de Aarón y de toda la comunidad, encargándose del servicio del santuario en la Tienda de reunión.8 Cuidarán allí de todos los utensilios de la Tienda de reunión y desempeñarán sus funciones en lugar de los israelitas, encargándose del servicio del santuario» (Núm. 3:6-8, NVI).

Indudablemente, si se trataba de dedicar la muralla los levitas eran los señalados por Dios para hacerlo. Si el pueblo hubiese dispuesto otra medida, habría contravenido las instrucciones del Señor.

Esto nos enseña que la adoración debe estar liderada por aquellos que califiquen para hacerlo según la Palabra de Dios, y que sean llamados por el Señor a esa tarea. Este llamado será reconocido por el pueblo de Dios, la iglesia. No basta tener el deseo de hacerlo, es necesario que el Señor nos haya capacitado para la labor.

III. ADORANDO CON ACCIÓN DE GRACIAS

(v. 24, 27). Un verdadero acto de adoración va de la mano con un corazón agradecido. En otras palabras, no hay adoración sin acción de gracias. La genuina devoción a Dios nace de quien está agradecido por la misericordia y la salvación que ha recibido de su mano.

El salmista dice: «El que ofrece sacrificio de acción de gracias me honra; y al que ordena bien su camino, le mostraré la salvación de Dios» (Sal. 50:23, LBA). El Apóstol Pablo agrega: «Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos» (Col. 3:15) y es categórico cuando afirma « Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (I Tes. 5:18); y el autor de Hebreos exhorta: «Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia» (He. 12:28).

Entonces, somos llamados a servir con gratitud, a adorar con un corazón agradecido. Un corazón no agradecido da muestras de creer tener méritos para recibir las bendiciones de Dios. Uno que está lleno de gratitud hacia el Señor, es evidencia de que atribuye toda la gloria a Dios por la salvación y la misericordia recibida.

IV. ADORANDO EN PUREZA

(v. 30) Pablo exhortó a Timoteo diciéndole: «Consérvate puro» (I Ti. 5:22). El comentarista Matthew Henry afirmó: «Quienes sean empleados para santificar a los demás, deben santificarse a sí mismos y apartarse para Dios. Para los santificados, todas las consolaciones como criaturas y los goces son santos».

Es necesario que quienes sirvan a Dios vayan a Él para que sus pecados sean lavados y su ser sea limpiado. Para adorar, y desde luego para adorar juntos, nuestra disposición debe ser la del salmista cuando afirmó: «2 Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. 7Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve» (Sal. 51:2,7).

Ahora, debemos tener presente que todos nosotros participamos en el culto. Todos tenemos acceso al lugar santo, siendo nuestro Sumo Sacerdote Jesucristo el Salvador. Recordemos lo que nos dice el Apóstol Pedro: «también ustedes son como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual. De este modo llegan a ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por medio de Jesucristo» (I P. 2:5 NVI), y en Apocalipsis se dice de nosotros: «De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra» (Ap. 5:10, NVI).

Por tanto, debemos leer este versículo sabiendo que sienta un principio para todos nosotros, que hemos sido hechos sacerdotes por Dios, en cuanto a que debemos purificarnos, ir al Cordero para que nuestras ropas sean lavadas, siendo limpiados por la Palabra de Dios (Jn. 15:3).

V. ADORANDO EN ORDEN Y DECENTEMENTE

(vv. 31-42,46). Al leer estos versículos, vemos que para ellos la adoración no fue algo que dejaron al azar o la improvisación, sino que hubo planificación, orden y organización en lo que hacían, lo que a su vez demostraba su dedicación al Señor y la importancia que atribuían a la instancia de la adoración colectiva. El Apóstol Pablo, al dar instrucciones a los corintios para el culto público, los exhortó diciendo: «… hágase todo decentemente y con orden» (I Co. 14:40).

En nuestros días un engaño proveniente del mundo pentecostal y carismático ha infectado muchas congregaciones. Esta mentira dice que para que algo sea ‘del Espíritu’, no debe ser planificado ni organizado, ya que eso apagaría el Espíritu Santo. Basados en esta falsedad, muchos pastores no preparan sus prédicas, esperando que el Espíritu los ilumine en el púlpito, y los cultos son entregados al fluir del momento, generalmente resultando en un alboroto de proporciones.

Debemos tener cuidado para no ser influenciados por estos errores. Aquí vemos que organización, orden y preparación no se contraponen a la adoración en el Espíritu, sino todo lo contrario. Tal como Pablo instruyó, la adoración en el Espíritu realiza a través del orden y la preparación, porque Dios es orden y no caos. Que nadie nos engañe, entonces, apelando a una falsa espiritualidad.

La improvisación y el desorden son el ambiente propicio para que nuestra carnalidad se desboque disfrazándose de piedad, y para que hagamos cosas creyendo que vienen de Dios, pero que vienen de nosotros mismos, de nuestro propio entendimiento torcido.

VI. ADORANDO CON ALEGRÍA

(v. 43) Esto nos recuerda la algarabía que demostró el pueblo en el libro de Esdras, cuando se reconstruyó el altar y se reanudó la adoración, en donde también podía escucharse desde lejos la demostración de alegría del pueblo.

Pablo nos dice en Gálatas cap. 5 que el gozo es fruto del Espíritu Santo. Es decir, donde está el Espíritu, habrá alegría, pero no esa alegría superflua de la sonrisa fácil ni de pensar positivo. Es una alegría que el Espíritu produce sobrenaturalmente, que se relaciona con un corazón agradecido, y que va más allá de las circunstancias, ya que es una alegría que no tiene como raíz lo que tenemos o lo que vivimos, sino que a Dios mismo. Cristo es el motivo de nuestra alegría. Hoy celebramos su resurrección, uniéndonos a la toda la iglesia que lo ha venido haciendo desde ese domingo glorioso en que la tumba quedó vacía. Hoy seguimos alegrándonos en que Cristo vive, esa es la raíz profunda de nuestra alegría. La alegría del Espíritu, entonces, va mucho más allá de una sonrisa o de una carcajada, ya que nace de un corazón transformado.

Con esta base Pablo nos exhorta diciendo: «Estad siempre gozosos» (I. Tes. 5:16). Entonces, allí donde está el Espíritu habrá alegría, allí donde hay fe y gratitud, habrá gozo en el Señor, y esto también es una marca de la adoración de acuerdo a las Escrituras.

VII. ADORANDO TODOS JUNTOS

(v. 43) En el mismo versículo, podemos apreciar que todo el pueblo se encuentra adorando, incluyendo a mujeres y niños. Hoy vemos una tendencia segregadora en la iglesia, que pretende replicar las divisiones sociales que encontramos en el mundo. Así, separamos según grupos de intereses y afinidad: los jóvenes con los jóvenes, los niños con los niños, los profesionales con los profesionales, los pobres en iglesias con los otros pobres, y así mismo con los ricos, y un largo etc. Algunos hacen iglesias especiales para inmigrantes, y otros para ciertos sectores urbanos. Pero en el Reino de Dios todas estas divisiones son ridículas, son un insulto para la cruz de Cristo que ha hecho que todo su pueblo sea uno: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gá. 3:28).

No debemos, entonces, replicar las segregaciones del mundo en la iglesia de Dios.

VIII. ADORANDO INTEGRALMENTE

(vv. 44-47) Los lobos rapaces que han hecho estragos en las iglesias robando dinero y actuando con codicia entre los hermanos, han hecho que muchos vean el tema de las ofrendas como algo intrínsecamente malo y perverso, y de lo que nunca se debe hablar. Sin embargo, las Escrituras tratan este asunto en numerosas ocasiones, y lo hacen con naturalidad. De hecho, el mismo Jesús habló sobre la manera correcta de ofrendar, puesto que ofrendar es también un acto de adoración.

Así lo entendió el pueblo, el que cumplió con su deber impuesto por Dios de sostener a quienes los lideraban en la adoración, peor lo hizo con gozo. Si el pueblo no ofrendaba en obediencia a Dios, la adoración ya no se podría haber seguido realizando.

Para un corazón que adora genuinamente a Dios, el ofrendar a la obra no será una carga ni un dilema. Cuando tenemos un corazón que adora alegremente y con acción de gracias, tendremos un corazón que da también generosamente. Quien es mezquino hacia la iglesia con su tiempo, con sus fuerzas, con su dedicación y con su dinero; debe examinar si realmente está en la fe.

Los levitas y sacerdotes eran quienes instruían en la Palabra al pueblo de Dios. El pueblo, al ofrendarles, cumplió con la exhortación del Apóstol: «6 El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye» (Gá. 6:6).

Como ya insinuamos, generalmente la mezquindad del dinero hacia la iglesia irá de la mano con la mezquindad en el tiempo y en las fuerzas que se dedican a servir en ella. Quien se excluye de dar no ha entendido que es parte de un cuerpo y que es privilegiado de servir en él. Por otra parte, quien es generoso con su tiempo y sus fuerzas, muy probablemente lo será también con su dinero, entendiendo que lo que recibe como remuneración es también inmerecido, y viene de la misericordia de Dios, tal como toda cosa buena en su vida.

CONCLUSIONES

• La adoración debe regirse estrictamente por lo establecido por Dios en las Escrituras. • Cada uno debe servir según el don y el llamado que recibió de Dios, siendo esto confirmado por la congregación. • La adoración genuina nace de un corazón agradecido. • Todos, como servidores de Dios, debemos conservarnos puros. • La adoración en el Espíritu se manifiesta en orden, organización y preparación, y no en el caos. • La adoración genuina va de la mano con un corazón gozoso. • No debemos replicar las divisiones del mundo en la iglesia. En Cristo fuimos hechos uno. • La adoración es integral, transforma todas las áreas de nuestra vida, incluyendo la financiera.

REFLEXIÓN FINAL

Atravesamos por una época en la que la adoración no es algo de importancia para el común de la gente. En realidad adoran muchas cosas, pero no al Dios vivo y verdadero. Para peor, entre quienes se consideran dentro del “mundo cristiano”, prevalece la creencia de que podemos adorar a Dios como prefiramos, siempre que lo hagamos sinceramente y nos sintamos bien haciéndolo.

Sin embargo, como vimos hoy, debemos adorar a Dios como a Él le agrada, siendo esto un asunto de vida o muerte, ya que no se trata de honrarnos a nosotros mismos ni de buscar satisfacer nuestras preferencias, sino de glorificar a Dios obedeciendo su Palabra y reconociendo a Cristo como nuestro Rey y Soberano.

Todo esto es de vital importancia porque ser cristianos significa adorar a Cristo en cada aspecto, en cada área, en cada ámbito y aun en cada acto de nuestras vidas. Implica ser transformados a medida que vemos cada cosa que hacemos como un acto de adoración.

Nuestro propio cuerpo debe ser ofrendado en adoración al Señor: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (Ro. 12:1).

Recordemos, por último, que el Cielo no consiste en flotar en una nube mientras tocamos una lira. El Cielo consiste en adorar a Cristo por toda la eternidad, en compañía de los ángeles y los redimidos del Señor.

« 6 Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. 7 Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. 8 Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; 9 y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; 10 y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra. 11 Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, 12 que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. 13 Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. 14 Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos» (Ap. 5:6-14).

El cristiano debe proclamar con sus palabras y con su vida que Cristo es todo para él. Fuimos salvados para alabanza de la gloria de la gracia de Dios manifestada en su Hijo. Fuimos redimidos para postrarnos ante aquél cuyo nombre fue puesto sobre todo nombre.

Si aún no te has postrado ante Cristo, el Rey Eterno, es tiempo de hacerlo, ya que la Palabra dice que toda rodilla se doblará ante Él. Demos a Cristo la gloria que Él merece, porque Él es digno de ser alabado. Adoremos al Señor, pero hagámoslo como a Él le agrada. Amén.