Reaccionando juntos ante nuestro Pecado

Domingo 21 de octubre de 2018

Texto base: Esdras 9:3-15.

El domingo pasado vimos cómo el pueblo de Dios había desobedecido el claro mandato de la ley de Moisés de no unirse con mujeres de las tierras, todo esto a pesar de haber sido perdonados y haber sido bendecidos con la posibilidad de volver a Jerusalén. Se rebelaron abiertamente contra su Dios y contra la Palabra de éste, lo provocaron a ira una vez más, y respondieron con desobediencia a la misericordia que Él les había mostrado.

Con esto, el pueblo demostró la tendencia natural de los seres humanos de caer en los mismos pecados una y otra vez, resaltando la necesidad de estar alertas y combatir la maldad que mora en nosotros, para no rebelarnos contra Dios.

Hoy nos enfocaremos en esta reacción de Esdras y sus compañeros ante el pecado, que nos deja un ejemplo valioso de qué actitud debemos tener cuando caemos, y específicamente, cómo debemos reaccionar juntos ante el pecado en medio nuestro: (i) Lamentándonos y avergonzándonos juntos, (ii) Orando juntos, y (iii) Reconociendo la gracia de Dios y rogando juntos por su misericordia.

        I.            Lamentándonos y avergonzándonos juntos

  1. 3 Lo primero que vemos en el texto es la inmediata reacción de Esdras ante el pecado del pueblo. El rasgar las vestiduras era una forma común de expresar lamento en Oriente, y lo sigue siendo hasta hoy. En algunos casos servía para expresar horror, o profunda indignación, como ocurrió con los fariseos cuando escucharon a Jesús.

Podemos ver ejemplos similares a este en otras partes de las Escrituras:

«Ante esto, Josué se rasgó las vestiduras y se postró rostro en tierra ante el arca del pacto del Señor. Lo acompañaban los jefes de Israel, quienes también mostraban su dolor y estaban consternados» Josué 7:6

«Al llegar a este punto, Job se levantó, se rasgó las vestiduras, se rasuró la cabeza, y luego se dejó caer al suelo en actitud de adoración» Job 1:20

Lo mismo ocurría con la acción de rasurarse la cabeza y la barba, lo que era expresión de un luto y lamento todavía más profundos que el solo hecho de rasgarse las vestiduras. Sin embargo, este caso es aun más especial en cuanto a la intensidad con que se expresó el dolor, ya que él no se rasuró, sino que arrancó de raíz de su cabello y barba. De hecho, una práctica así no se menciona en otro lugar de la Escritura. Vemos entonces que Esdras estaba profundamente horrorizado y conmovido por lo que habían hecho sus compatriotas y hermanos.

Esto nos enseña a lamentarnos por los pecados del pueblo de Dios, y se contrasta con la apatía y la indiferencia de muchos, e incluso la tolerancia y simpatía hacia aquellos que ofenden al Señor con sus vidas. Muchos que profesan ser cristianos, lejos de lamentarse como lo hizo Esdras ante el pecado de la iglesia, están a favor incluso de dar responsabilidades en la congregación a personas que están viviendo abiertamente en pecado, con el fin de que “no se vayan, porque es mejor que estén adentro que afuera de la iglesia”.

Esdras se tornó angustiado en extremo. El mismo verbo es usado cuando dice: «Entonces Daniel, cuyo nombre era Beltsasar, quedó atónito casi una hora, y sus pensamientos lo turbaban» Dn. 4:19. La palabra hebrea que se utiliza es shamém, y significa aturdir, devastar, dejar estupefacto o atónito. Da la idea de una extrema congoja, que impide hablar. Tanto Esdras como Daniel se quedaron atónitos, en silencio, impactados profundamente por lo que presenciaban.

Si Esdras, siendo un pecador como nosotros, se angustió tanto al ver el pecado de su pueblo, ¿Cuál será la impresión de Dios ante el pecado? ¿No estaremos menospreciando la santidad de Dios, y su ira hacia aquello que desobedece su voluntad? ¿Tenemos este sentido de espanto y horror ante el pecado nuestro y el de la iglesia?

Uno de los grandes males de la iglesia hoy, es que ha perdido el sentido de la gravedad del pecado. Ya no hay quebrantamiento. Hay escaso temor de Dios, porque muchos se han inventado un dios de bolsillo. Esto no es más que incredulidad, porque tales personas no creen que Dios es como dice ser, tres veces santo, fuego consumidor y completamente justo, que no tolera el mal. Tampoco parecen creer lo que la Escritura dice sobre el profundo poder contaminante del pecado, ni las fuertes advertencias que se hacen al pueblo de Dios, de no vivir como lo hacen los impíos que están sumergidos en tinieblas. El infierno parece ser sólo una metáfora, la santidad se volvió una opción, algo a lo que sólo están obligados los pastores y los más comprometidos. El pecado sólo es preocupante si causa daño a otras personas, pero no por ser una desobediencia al Dios santísimo.

El vivir en medio de una sociedad corrupta y la tolerancia de nuestra propia maldad, nos puede hacer insensibles al pecado y a la profunda inmundicia que éste encarna. Hay quienes se permiten ir siendo arrastrados, en un comienzo sentían temor de caer en pecado, y su corazón latía más fuerte y sus manos sudaban frío; luego se permiten cometerlo sin gran remordimiento, y de pronto ya pueden estar haciendo o pensando cosas que nunca imaginaron que llegarían a hacer o pensar.

El pecado, tal como la lepra, degrada progresivamente y el daño que produce es cada vez más profundo, de tal manera que el olor de su putrefacción puede llegar a varios metros a la redonda. Siguiendo el ejemplo de la lepra, a medida que avanza en quien la sufre, lo va volviendo insensible, a tal punto que un animal puede roer alguna parte de su cuerpo sin que llegue a darse cuenta.

Pero como dice el cap. 7, Esdras había preparado su corazón para inquirir en la ley de Jehová, para cumplirla y para enseñar sus estatutos y decretos. Él sabía lo que Dios dice sobre el pecado, y las consecuencias que esperan a quienes lo cometen. Él quería agradar a Dios en todo, y que su pueblo fuera grato a su Hacedor, pero con este desvío tan mayúsculo, era claro que solo se podía esperar el rechazo del Señor.

En este versículo, entonces, se muestra cuál debe ser nuestra reacción hacia el pecado, y para reaccionar de esta manera hay que conocer la Escritura y tener entendimiento espiritual, comprendiendo realmente qué implica el pecado, su suciedad, su inmundicia y lo profundamente ofensivo que resulta a los ojos de Dios.

Esdras, era un hombre empapado de la Palabra de Dios, tanto que el pecado del pueblo le produjo profunda angustia y tristeza, y lo llevó a la oración. ¿Será que esto nos está haciendo falta? ¿Nos angustiamos lo suficiente ante la terrible realidad de la iglesia que profesa ser cristiana, pero niega a las Escrituras y al Dios de las Escrituras, a pesar de confesar que creen en Él?

Además, vemos la importancia del silencio en la reacción ante el pecado, y podríamos decir en la espiritualidad. Él estuvo atónito por la angustia aproximadamente cuatro horas. Hoy no estamos acostumbrados a esto. Queremos todo rápido, nos impacientamos ante los momentos de meditación y quietud. Queremos luces, colores, sonidos y sensaciones, y que ellas no dejen de transmitir, ya que si lo hacen nos veríamos obligados a pensar, a estar solos con nuestros pensamientos.

Sin embargo, esta no es la actitud que vemos en Esdras y otros hombres de las Escrituras.

«Así se sentaron con él en tierra por siete días y siete noches, y ninguno le hablaba palabra, porque veían que su dolor era muy grande» Job 2:13

«Y vine a los cautivos en Tel-abib, que moraban junto al río Quebar, y me senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí siete días atónito entre ellos» Ezequiel 3:15

Cuando hay que guardar silencio, es hora de callar, no de hablar. Hay ocasiones en las que no necesitamos decir nada, es más, en que no debemos decir nada. Es preciso guardar silencio ante la Palabra de Dios. Es preciso callar de asombro ante nuestro propio pecado, y el pecado que nos rodea. Debemos procurar, e incluso programar momentos de silencio, de quietud. Pensemos ahora en la falta que nos ha hecho tener estos momentos. ¿Cuál sería el estado de nuestra vida espiritual si hubiésemos guardado con mayor celo estos instantes de silencio, meditando en la Palabra de Dios, en la santidad y la grandeza del Señor, y en la profundidad de nuestro pecado?

Dios también levanta a hombres con una santa valentía, que no tienen temor de expresar su indignación y su lamento ante el terrible estado del que dice ser pueblo de Dios, pero que vive en desobediencia, como le da la gana. Él usa a estos hombres para motivar y liderar a otros. Fijémonos que a pesar de que algunos se acercaron a Esdras para denunciar este mal, él es el primero que reacciona públicamente y actúa ante esta situación, y lo hizo sin importar si alguien lo acompañaba en esto. Lo hizo porque era necesario, porque Dios era digno de su quebrantamiento.

Que el cristiano nunca se avergüence de mantenerse en pie solo y mostrar sus colores. Debe cargar la cruz si ha de llevar la corona” (J.C. Ryle).

     II.            Orando juntos

(vv. 5 y ss.) Se puede dividir la oración de Esdras en 4 puntos: (1) que el pecado era grave (v. 6), (2) que nadie peca sin afectar a otros (v .7), (3) que él también había pecado, a pesar de que no tenía esposa pagana (v. 10), (4) que el amor de Dios y su misericordia habían salvado a la nación cuando esta no había hecho nada para merecerlo (vv. 8, 9, 15). Debemos ver al pecado con la misma seriedad con que lo vio Esdras. ¿Lo estás viendo de esta manera?

¿Por qué Esdras simplemente no maldijo al pueblo y se desentendió de la situación? Él no había incurrido en ese pecado, pero oró como si lo hubiese hecho, se apropió del pecado del pueblo, se lamentó y avergonzó por Él delante de Dios. Esta es la característica más notable de la confesión de Esdras.

Está muy bien que te lamentes ante el Señor por tu propio pecado, pero ¿Te lamentas también por el de tu iglesia, aunque tú no estés incurriendo en esa falta? ¿Eres capaz de darte cuenta cuando tu iglesia está mal? ¿Eres sensible a la condición espiritual del cuerpo en el que eres miembro? ¿Consideras que el estado espiritual de tus hermanos también te afecta a ti, o sólo te preocupas de tu relación personal con Dios? “… si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. 27 Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Co. 12:26-27). Somos guardas de nuestros hermanos.

La posición de rodillas y con las manos alzadas, indica una actitud humillada y suplicante, que debe estar presente en una oración de confesión de pecados. En ella, reconocemos ante Dios que Él nos ha declarado su voluntad, que esa voluntad es la verdad indiscutible, y que nosotros la hemos violado. Reconocemos estar de acuerdo con el Señor, y con su Palabra que nos acusa.

Otra característica es su sentido de extrema pecaminosidad ante el pecado particular de ese momento (vv. 6, 7, 10). Lo ve como una «gran transgresión», una que «ha crecido hasta el cielo», lo que equivale a abandonar completamente los mandamientos de Dios, lo que hace que él y su pueblo sepan que son completamente indignos de estar ante la presencia del Señor.

Esto porque la misma naturaleza del pecado es lamentable, pero también porque demostró una profunda ingratitud del pueblo al apartarse de Dios tan pronto después de haber sido perdonados por sus pecados pasados contra él, y considerando que les fue permitido volver de al cautividad, reconstruir el templo, y reestablecerse como nación.

En suma, la oración de Esdras confesó los pecados de su pueblo, no con rodeos, ni con palabras que lo adornaran, sino tal como el pecado era, con nombre y apellido y con toda su repugnancia. Con llanto expresó su vergüenza por el pecado, su temor por las consecuencias, y el deseo de que el pueblo lo entendiera y se arrepintiera. Su oración conmovió al pueblo hasta las lágrimas (10:1).

Esdras demostró la necesidad de una comunidad santa que rodeara al templo reconstruido. También necesitamos que nuestras iglesias locales sean comunidades santas. Aun en medio de nuestros peores pecados, debemos volvernos a Dios con oraciones de arrepentimiento.

«Esdras habla con mucha vergüenza al hablar del pecado. La vergüenza santa es tan necesaria en el arrepentimiento verdadero como la tristeza santa. Esdras habla con asombro. El descubrimiento de la culpa causa estupefacción; mientras más pensamos en el pecado, peor se ve... Esdras habla como quien tiene mucho temor. No hay presagio más seguro o triste de la ruina que devolverse al pecado después de los grandes juicios y grandes liberaciones. Cada uno de la iglesia de Dios tiene que maravillarse de que no haya agotado la paciencia del Señor y no se haya acarreado destrucción a sí mismo» (Matthew Henry).

  1. 4 A Esdras se le juntaron todos aquellos que temían al Señor y a su Palabra, y que estaban conscientes de lo terrible que era transgredir la ley del Señor, no solo porque eso trae consecuencias para el pueblo, sino que también porque el solo hecho de desobedecer a Dios es algo que lamentar.

Con esto vemos que el Señor preserva algún remanente que se mantiene fiel a su Palabra, incluso cuando la mayoría del pueblo pueda estar en rebelión, y aun cuando los mismos líderes participen de este pecado. "Los males excusados y hasta defendidos por muchos profesantes, asombran y causan tristeza al creyente verdadero. Todos los que dicen ser pueblo de Dios deben fortalecer a los que se levantan y actúan contra el vicio y lo profano" (Matthew Henry).

También vemos que no es un desahogo caótico, sino una súplica ordenada. Esdras guardó silencio quizá porque prefirió no decir nada antes que soltar un raudal de palabras sin coherencia ni sentido delante de Dios. Él sabía que cada Palabra que se diga en oración debe ser cuidada y meditada. Por ello, vemos una plegaria coherente, ordenada y bien estructurada. Así debe ser nuestra oración congregacional. Si necesitamos momentos de silencio, debemos tomarlos.

El orar como congregación es el acto más natural de un cuerpo que comparte las mismas alegrías, pesares y culpas, y que por tanto agradece, ruega y se arrepiente como un cuerpo. De ahí que esta enseñanza es de vital importancia para toda congregación, ya que aquello que una iglesia pida en oración nos dice mucho acerca de ella. La oración congregacional nos muestra las prioridades de una iglesia, nos habla de cuáles son los deseos de su corazón, y también de la calidad y la medida de su fe. Nos dice lo que una iglesia valora realmente. Esta oración es un buen parámetro para medir nuestros ruegos públicos a Dios.

   III.            Reconociendo la gracia de Dios y rogando juntos su misericordia

Vemos que en la ordenada oración de Esdras, aparte de reconocer y confesar el pecado cometido, hubo un lugar para recordar la gracia del Señor (vv. 8-9). El recuerdo de las bondades y los favores que el Señor nos concede, hace que el pecado sea aún más amargo a nuestro paladar, y luego de confesarlo, hace que resulte indeseable cometerlo nuevamente.

Mientras elevamos una oración de arrepentimiento, debemos recordar lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo, esa obra maravillosa e incomparable en nuestro favor. Así el pecado que cometimos será puesto en la perspectiva correcta: como aquello que llevó a Cristo a la cruz, y que por tanto debe ser despreciado y combatido a muerte; pero por otro lado, como algo que Dios perdonó en Cristo, y que por tanto no debe atormentarnos como si no hubiésemos sido perdonados o redimidos.

Tenemos a un Dios que ha dicho: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn. 2:1), y también: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is. 1:18).

Es decir, debemos lamentar profundamente nuestra desobediencia, pero a la vez glorificar y exaltar el nombre de Dios, porque nos ha concedido el perdón en Cristo. Esto permite que, a pesar de que nos hayamos postrado ante el Señor angustiados y entristecidos por nuestro pecado, podamos levantarnos de la oración esperanzados por el perdón, sabiendo que un día seremos redimidos por completo de la presencia del pecado en nuestras vidas.

El Señor no nos debe el perdón, sino que es algo que debemos rogar y suplicar de parte de Él (v. 15). Sabemos por la Palabra de Dios que el pecado nos hace merecedores de la justa ira de Dios. ¡Dios es bueno! Por tanto, nuestra maldad le ofende profunda y eternamente. Cuando le desobedecemos, entonces, debemos rogar por su misericordia en Cristo, que es el único nombre dado a los hombres en el cual podemos ser salvos, y podemos recibir perdón.

Roguemos al Señor que nos dé esa consciencia de la santidad de Dios y esa sensibilidad y espanto ante el pecado propio y del pueblo de Dios. Pero roguémosle también que nos maraville con la hermosura de Cristo, y la gran misericordia de Dios en Él.

Vimos que Esdras se identificó con los pecados y la súplica de su pueblo. En este sentido, se parece a Cristo, ya que Esdras era sacerdote y estaba representando al pueblo delante de Dios. Pero, aunque no tomó para sí una mujer extranjera, de todas formas compartía la condición de pecador con ellos. Pero Cristo no sólo se identificó de palabra con nuestro pecado, sino que la Escritura dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5:21).

Pero, Cristo, en contraste con Esdras, no rogó perdón para sí mismo, sino que dijo «perdónalos» (Lc. 22:34), porque Él no tenía pecado, era inocente y nada hizo: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 P. 3:18).

Esdras solo podía rogar misericordia al Señor. Pero Cristo, sin tener culpa alguna, sin haber cometido pecado en absoluto, no se limitó a rogar perdón para el pueblo de Dios, sino que tomó sobre sí mismo las culpas de ese pueblo y lo vistió de las ropas blancas de su justicia intachable.

Esdras dijo al Señor «… no es posible estar en tu presencia a causa de esto», pero de Cristo se dice que «… habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, 13 de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; 14 porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (He. 10:12-14).

Aunque Esdras hizo bien en arrepentirse y dolerse por el pecado del pueblo, él era incapaz como sacerdote humano de traer salvación, vida y perdón a su pueblo. Pero Cristo, el Gran Sumo Sacerdote, se ofrendó a sí mismo para dar eterna salvación a los suyos: “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (He. 7:25).

Un verdadero cristiano nunca tomará esta gran misericordia de Dios como una licencia para pecar. Quien haga tal cosa sólo muestra su corazón endurecido y en tinieblas. Para quienes esperamos en Cristo, esto es una razón para vivir en obediencia agradecida, para entregarnos como sacrificios vivos, para darnos por entero al Señor.

Que el Señor nos maraville con su gloria, que nos conmueva con su misericordia, y nos quebrante ante nuestra maldad. Que esa sea también tu oración personal, y tu ruego para la congregación, y la Iglesia de Dios en todo lugar.