Texto base: Apocalipsis 20:1-6.

En la última prédica, veíamos cómo todos estamos inmersos en una guerra espiritual de alcances universales. Esta guerra espiritual no se da entre dos fuerzas iguales, sino entre el Dios todopoderoso y soberano, y aquellos que se han rebelado contra su voluntad, pero cuya derrota es segura. Todos, entonces, sin excepción, estamos de uno o de otro lado en esta guerra, o estamos bajo la potestad de las tinieblas, o bajo el reino de Cristo, pero ninguno puede decir que está en una posición de neutralidad o como un simple espectador.

Poniendo el asunto en perspectiva, el Señor ya destruyó Babilonia en el cap. 18, luego en el cap. 19 destruye a la bestia y al falso profeta, al sistema de poder humano-satánico que intenta establecer su reino usurpando el lugar que corresponde exclusivamente al Señor. Y luego, en este cap. 20, el Señor destruye a satanás. Es decir, estamos viendo cómo el Señor va extirpando el mal de la tierra, para establecer su reino de manera definitiva. Primero conquista la ciudad rebelde, luego elimina a sus gobernantes y a quienes los siguen, y luego elimina a quien originó toda esta rebelión, que es satanás.

Ahora, recapitulando lo que hemos visto durante toda esta serie de Apocalipsis, este libro describe lo que va a pasar en todo ese rango de tiempo que se llama “los últimos días”, y que se da entre la ascensión de Cristo y su segunda venida. Apocalipsis no se escribió en orden cronológico, no es una línea de tiempo con eventos que van sucediendo uno después de otro. Está escrito de otra manera: contiene una serie de secuencias paralelas, que se han llamado “ciclos paralelos”. Todos estos ciclos se refieren a los acontecimientos entre la ascensión de Cristo y su segunda venida, pero lo hacen mostrándonos distintas perspectivas. Decíamos también que estos ciclos van creciendo en intensidad a medida que avanza en libro, lo que nos habla de una progresión. Se puede comparar a una canción a la que vamos subiendo el volumen. Es la misma canción, tiene la misma línea melódica, las mismas notas, la misma armonía, sólo que le estoy subiendo el volumen hasta llegar al punto máximo.

Con la predicación pasada sobre Apocalipsis 19, terminamos el 6° ciclo, es decir, hoy comenzamos el 7° y último ciclo. Entonces, hemos visto ya el 1° ciclo “Cristo y sus iglesias” (caps. 1-3); el 2° ciclo “Visión de Dios, el Cordero y el Libro, el Pueblo de Dios” (Caps. 4-7); el 3° ciclo “Las siete trompetas” (caps. 8-11); el 4° ciclo “La mujer, el dragón y las bestias” (caps. 12-14); el 5° ciclo “Las siete copas de la ira de Dios” (caps. 15-16); el 6° ciclo “El juicio de Babilonia, las bodas del Cordero y la Parusía” (caps. 17-19); y hoy comenzamos el 7° y último ciclo, “El reino de mil años, el juicio y la eternidad” (caps. 20-22).

En todos estos ciclos paralelos, podemos ver cómo Cristo vence en su calidad de Señor de todas las cosas, guardando a su pueblo y concediéndole vencer con Él, y derrotando a satanás y a quienes junto con él se rebelaron contra su santa voluntad.

Enfocándonos ya en nuestro pasaje del día de hoy, debemos tener en cuenta que es uno de los textos sobre los que existe más discusión. Hay mucha polémica y controversia sobre lo que significa este pasaje. Desde ya debemos decir que la posición que creemos, pese a ser la que la iglesia ha creído mayoritariamente a lo largo de la historia, y de ser la que adoptaron la mayoría de los reformadores; hoy en día ha sido reemplazada por otra visión, que pasó a ser la mayoritaria. Lo más probable es que muchos aquí tengan los conceptos de esta nueva visión, que surgió hace aprox. 200 años, y que es llamada “dispensacionalismo”. No nos adentraremos en explicar lo que cree el dispensacionalismo, que como dijimos, es la tendencia mayoritaria hoy en día, aunque es una doctrina nueva. Dejaremos eso para otra oportunidad, y nos concentraremos en exponer lo que el pasaje dice.

Dado que es un pasaje bastante complejo, vale la pena que recordemos a lo largo de la exposición lo siguiente:

- Apocalipsis es un libro lleno de simbolismos, imágenes y figuras. Este pasaje en particular usa muchos símbolos, por lo que debemos asegurarnos de interpretarlos bien. Debemos recordar que Apocalipsis no es un libro como los Evangelios, o como Hechos de los Apóstoles, que nos narran una historia. Tampoco es como las cartas de Pablo o de Juan, que contienen un mensaje en forma de discurso dirigido a una iglesia local. Este libro está escrito en un género literario distinto, el género apocalíptico, donde se usan símbolos y figuras para entregar un mensaje. - En relación con lo anterior, debemos recordar que en el Apocalipsis lo general es que se usen los números de manera simbólica. - Ningún otro pasaje de la Biblia habla de un reino de 1000 años. Debemos recordar que la Escritura interpreta a la Escritura, por lo que debemos interpretar este pasaje de acuerdo a otros que son más claros. La interpretación de este pasaje debe ir en línea con lo que señala todo el resto de la Biblia. - También debemos recordar que los destinatarios originales de este libro eran las 7 iglesias que aparecen al comienzo del libro. Esto significa que el libro contiene verdades que fueron relevantes para ellos en su tiempo y lugar, y al ser Palabra de Dios, también contiene verdades relevantes para nosotros aquí y ahora. Vamos, entonces, a nuestro pasaje.

I. El Señor limita la influencia de satanás

Lo primero que nos dice este pasaje es que un ángel descendió del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano, y que ató a satanás por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y puso su sello sobre él. El pasaje no dice que el Señor eliminó a satanás. No dice que el diablo dejó de existir, o que dejó de obrar. Lo que dice es que fue atado.

Tengamos en cuenta que satanás es un ángel caído, es decir, es un espíritu, no tiene cuerpo. Entonces, no se le puede encerrar con una llave ni atar con una cadena literal, por lo que el texto nos está ilustrando con un símbolo como son las llaves y la cadena, una realidad que es espiritual: el Señor ha limitado a satanás en su obrar. No puede obrar libremente, no puede llevar a cabo su plan con entera libertad, no puede hacer lo que quisiera hacer. Está preso, limitado en un sentido. El Señor lo arrestó, le impuso restricciones que le quitan poder y autoridad.

Ahora, ya nos damos cuenta que el pasaje es complejo, y como dijimos, hay que recurrir a pasajes relacionados que nos puedan dar luz sobre el asunto. Entonces, ¿Cuándo fue atado satanás?, ¿Hay registro en otro lugar de la Biblia que nos hable de esto?

El Apóstol Pedro nos dice: “Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al abismo, metiéndolos en tenebrosas cavernas y reservándolos para el juicio” 2 P. 2:4.

Por otra parte, en los Evangelios el Señor Jesús dijo: “… si expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes. 29 »¿O cómo puede entrar alguien en la casa de un hombre fuerte y arrebatarle sus bienes, a menos que primero lo ate? Sólo entonces podrá robar su casa” (Mt. 12:28-29; Mr. 3:26-27).

En el contexto del pasaje recién citado, los fariseos estaban acusando a Cristo de expulsar demonios en el nombre de Beelzebú, el príncipe de los demonios. El Señor Jesucristo los refutó diciendo que ningún reino dividido contra sí mismo podría prevalecer, lógicamente satanás no puede expulsar a satanás. Y es allí cuando les explica que Él, Cristo, expulsa demonios por medio del Espíritu de Dios, y esto significa, fíjense, “que el reino de Dios ha llegado a ustedes”. ¿Qué es lo que ha hecho el Señor Jesús? Vino al mundo a redimirlo de las obras del diablo. El mundo caído, corrompido por el pecado, es la casa del diablo, el lugar donde él estableció su dominio. Pero Cristo entró a esta casa, a este mundo corrompido, y ató al hombre fuerte que la dominaba, que es el diablo, para poder saquear su casa y despojarlo de lo que estaba reclamando para él.

Por eso dice la Escritura: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Jn. 3:8). Entonces, el Señor Jesús, para llevar a cabo su obra en el mundo, ató, amarró, arrestó al diablo, quien había establecido su dominio en esta creación corrompida por el pecado; y este hecho significó que el reino de Dios llegó con Cristo al mundo. Junto con Cristo, vino su reino.

Cuando comenzó su ministerio, el Señor Jesús dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor” (Lc. 4:18-19). Él vino a redimir este mundo, a liberar a este mundo de las obras del diablo, a deshacer las obras de satanás.

Con Él vino su reino, y esto comenzó a manifestarse en que los ciegos veían, los sordos oían, los cojos andaban, los cautivos eran liberados, el evangelio de su reino era predicado. Todo esto era una sinopsis de la restauración de todas las cosas que ocurrirá cuando Cristo regrese, pero esto ya nos dice que con su primera venida algo cambió para siempre: el reino de los cielos se acercó, vino al mundo con Cristo.

Durante su ministerio en la tierra, el Señor envió a 70 de sus discípulos a predicar el evangelio, y estos volvieron con el siguiente reporte: “Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre” (Lc. 11:17). Los demonios ya no hacían de las suyas como antes, ahora estaban sujetos a Cristo y a los suyos. ¿Qué les respondió Cristo? “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. 19 He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (vv. 18-19).

Entonces, a esto apunta Apocalipsis 20 cuando dice que satanás está atado. Otra forma de decirlo, es que satanás fue expulsado del Cielo. Este pasaje del arresto de satanás está íntimamente ligado con el que acabamos de leer, cuando Cristo dice que ve a satanás caer del cielo como un rayo, y también se relaciona estrechamente con uno del que ya predicamos: Apocalipsis 12: “Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; éste y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, 8 pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. 9 Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra” (7-9).

En ese mismo pasaje vimos que el diablo se dirigió furiosamente contra la iglesia, pero que el Señor la protegió llevándola al desierto, un lugar que bíblicamente simboliza la protección de Dios a su pueblo y la preparación para el servicio.

Por último, el Apóstol Pablo, al hablar del anticristo, que es el instrumento humano que ocupará satanás para gobernar políticamente a las naciones, dice: “Bien saben que hay algo que detiene a este hombre, a fin de que él se manifieste a su debido tiempo. 7 Es cierto que el misterio de la maldad ya está ejerciendo su poder; pero falta que sea quitado de en medio el que ahora lo detiene” (2 Tes. 2:6-7). Es decir, este misterio de la maldad existe, ya está en marcha, ya podemos verlo e incluso podía apreciarse claramente desde los días del Apóstol Pablo, pero hay algo que lo detiene y que impide que se manifieste con todo su poder maligno, impide que se exprese libremente toda su maldad.

Ahora, entonces, podemos pasar a nuestra siguiente pregunta: ¿Para qué fue atado? Dice el pasaje que fue atado “para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años, y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo”.

Alguien podrá decir ahora: “Pero, hermano, ¿De qué hablas? La misma Biblia dice que satanás anda suelto como un león rugiente buscando a quien devorar, y que debemos cuidarnos de él. La misma Biblia dice que satanás engaña y tienta a las personas, y que el mundo está bajo el maligno”. No nos precipitemos. Como dijimos, satanás no ha sido eliminado. Tampoco ha sido anulado completamente, sino que solo amarrado, arrestado. Es como un rottweiler con una cadena, pero aun un rottweiler con una cadena puede moverse, puede morder, puede ladrar muy fuerte, y puede intimidar.

A lo que se refiere en este pasaje con engañar a las naciones es a reunirlas para guerrear contra Cristo y su iglesia, como vimos que ocurrió al final del cap. 19. Eso lo confirmamos si leemos los vv. 7-9: cuando satanás sea soltado, saldrá a reunir a las naciones para intentar borrar a la iglesia del mapa y pelear una batalla final contra Cristo. Pero no logrará vencer, será derrotado aplastantemente por el Señor.

Aquí podemos ver claramente que Apocalipsis nos narra los mismos eventos desde distintas perspectivas. El Señor ya había condenado a los incrédulos en el cap. 6, luego en el cap. 11, luego en el 14, en el 16, en el 18 y en el 19. En cada uno de estos pasajes juzgó a los incrédulos y derramó su ira final sobre ellos, destruyendo a sus enemigos. En el cap. 19 que terminamos la semana pasada, vemos cómo el Señor venció de manera aplastante, ya no quedan naciones rebeldes que puedan resistir su soberanía. Sin embargo, el cap. 20 nos dice que satanás fue atado para que no engañara “a las naciones”. Aquí vemos que es imposible ver al Apocalipsis como una línea de tiempo, porque para el cap. 20 hace rato que ya no quedan naciones que engañar. Entonces, en este cap. 20 inició un nuevo ciclo, donde se nos vuelve a hablar de los acontecimientos que van desde la ascensión de Cristo hasta su 2ª venida. La batalla que se armará cuando el diablo sea soltado, por tanto, es la misma que la que vimos al final del cap. 19 cuando las naciones se reúnan para pelear contra Cristo y su iglesia, pero contada desde otra perspectiva.

Entonces, es en este sentido que satanás fue atado: para que no pueda detener la obra evangelizadora, para que no pueda convocar a todas las naciones a hacer guerra contra la iglesia y eliminarla. Tengamos en cuenta que en toda la época del Antiguo Testamento, sólo Israel recibió la Palabra de Dios y poquísimas personas no judías se convirtieron. Pero una vez que Cristo resucitó, dio la orden de hacer discípulos a todas las naciones. Satanás no ha podido detener ni eliminar el avance del evangelio de salvación. El Señor ha levantado a su Iglesia con personas de toda tribu, pueblo, lengua y nación. La Iglesia realiza su obra misionera, y satanás no ha podido impedirlo. Está atado.

En una próxima oportunidad hablaremos del período en el que satanás será soltado, y las consecuencias de esto.

Ahora, dice que fue atado por 1000 años, es decir, un milenio. Luego, en el v. 4 vuelve a hablar de 1000 años. Pese a todas las diferencias que hay sobre este pasaje, todos los intérpretes están de acuerdo en que los 1000 años en que satanás fue atado, son los mismos 1000 años en que Cristo reina junto a sus santos. Entonces, hablaremos de este período en el siguiente punto.

II. Cristo reina junto a su Iglesia

Ahora pasamos del abismo a una escena celestial. Vemos que los santos reciben facultad de juzgar en el cielo, algo que también nos dice el resto de la Escritura. El Apóstol Pablo ya nos dice en 1 Co. Que los creyentes juzgarán al mundo (6:2). Los creyentes en Cristo tienen el privilegio de juzgar y de reinar con Cristo. Esto no se refiere al juicio final, donde será Cristo quien dicte sentencia, sino que se refiere a la idea de autoridad y gobierno, como la de los jueces del libro que lleva ese nombre en el Antiguo Testamento.

Luego dice que vio las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y la Palabra de Dios, quienes no adoraron a la bestia y su imagen, ni recibieron su marca. Estos reinaron con Cristo 1000 años. Pero, ¿Quiénes son estos santos? Creemos que son los mismos que ya fueron mencionados en el cap. 6: “vi debajo del altar las almas de los que habían sufrido el martirio por causa de la palabra de Dios y por mantenerse fieles en su testimonio. 10 Gritaban a gran voz: «¿Hasta cuándo, Soberano Señor, santo y veraz, seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?» 11 Entonces cada uno de ellos recibió ropas blancas, y se les dijo que esperaran un poco más, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a sufrir el martirio como ellos” (vv. 9-11).

Pero entonces, ¿Cristo reinará sólo con quienes fueron muertos por su causa? El comentarista Simón Kistemaker dice sobre este pasaje: “… el contexto parece indicar la inclusión de todos los creyentes que han sido obedientes al Señor… satanás y sus verdugos no eximen a ningún verdadero seguidor de Jesús de la opresión, las pruebas y la tentación… todos los verdaderos creyentes son vencedores que reciben la invitación de sentarse con Cristo en su trono (3:21)”. No olvidemos que todos estamos en esta guerra espiritual de alcance universal. Si hemos creído en Cristo, estamos sufriendo los ataques de las potestades de las tinieblas, y durante toda nuestra vida soportaremos esta persecución, por lo que también moriremos manteniéndonos fieles al testimonio de Cristo en medio de las pruebas.

Esto se aclara cuando dice que los que reinan con Cristo durante este milenio, son los que han tenido parte en la primera resurrección, quienes serán sacerdotes de Dios y de Cristo. ¿Cuál es la primera resurrección? Aquella de la que hemos participado al recibir el nuevo nacimiento. Esto lo vemos claramente en la Escritura:

Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales” Ef. 2:6. “Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida” Jn. 5:24.

Cuando el Señor obra el nuevo nacimiento en nosotros, nos concede la verdadera vida y nos resucita espiritualmente. Esta resurrección espiritual nos asegura que si morimos, iremos a la presencia del Señor a esperar la resurrección de nuestro cuerpo, que ocurrirá con la segunda venida de Cristo. Y estos santos que están en el Cielo sólo en espíritu, esperando la resurrección de su cuerpo, son aquellos que aparecen mencionados aquí en el v. 4.

En cuanto a los demás muertos, es decir, aquellos que están muertos en sus delitos y pecados y que parten de este mundo sin haber nacido de nuevo en Cristo, ellos permanecen separados de Dios. El Señor nunca les otorga vida eterna, quedan apartados para siempre de la fuente de la vida. Una vez que termine el período del milenio, comparecerán ante el Señor y serán entregados a la segunda muerte, es decir, a la condenación eterna, a la separación de Dios tanto en cuerpo como en alma. Es decir, pasarán toda su eternidad tal como fue su paso por este mundo: ajenos de la vida de Dios, separados del Señor. Como dice este pasaje, ellos volverán a la vida, pero será para condenación: “viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, 29 y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados” (Jn. 5:28-29).

Entonces, resumiendo, la primera resurrección es el nuevo nacimiento, que nos permite estar vivos en espíritu delante de Dios, aunque nuestro cuerpo muera. La segunda resurrección es para el creyente, será cuando su cuerpo vuelva a la vida, pero esta vez glorificado, para estar con el Señor en cuerpo y alma por toda la eternidad. A su vez, la primera muerte es la muerte espiritual, aquella que se produjo por el pecado que nos condenó y nos privó de vida espiritual. La consecuencia natural de esta primera muerte es la muerte física. La segunda muerte, es la condenación eterna, donde los que permanecieron rebeldes al Señor pasarán toda la eternidad sufriendo la ira de Dios, en cuerpo y alma.

Lo que hace el Apóstol Juan aquí es un juego de Palabras. Quienes hayan nacido de nuevo, es decir, quienes gocen de la primera resurrección, son santos y dichosos, y nunca serán condenados, es decir, nunca sufrirán la segunda muerte; sino que reinarán con Cristo y serán sacerdotes de Dios.

Ahora, ¿A qué se refiere con que el reino durará 1000 años? ¿Son 1000 años literalmente, 1000 períodos de 365 días? Recordemos aquí lo dicho antes: los números en Apocalipsis rara vez son literales, generalmente son símbolos que nos quieren señalar una realidad. Interpretar este número de forma literal es desconocer el género literario en el que se escribió este libro. Según el autor José Grau, “… aplicar aquí la exactitud matemática equivale a violar toda la ley de simbolismos y alegorías con la que escribieron sus visiones y oráculos Juan y los demás profetas. El milenio es… plenitud de tiempo, en máximo y alto grado. Un período que va más allá de toda duración medida con las manecillas de nuestros relojes”.

Se refiere, entonces, a un período indefinido de tiempo que comenzó a correr desde la ascensión de Cristo y terminará un poco antes de su 2ª venida, pero es un período que da la idea de plenitud (10x10x10), es una era completa cuya duración sólo la conoce Dios, pero es un tiempo que debe completarse, y en el que se van a cumplir todos los propósitos de Dios para ese tiempo.

Alguien puede decir: “ok, si el milenio es un período indefinido entre la ascensión de Cristo y su 2ª venida, entonces deberíamos encontrar pasajes que nos digan que Cristo está reinando ahora”. Efectivamente, eso es lo que nos dice la Escritura. Recordemos que un pasaje complejo como este, debe ser interpretado considerando lo que dice todo el resto de la Escritura, con pasajes que se refieran de forma más clara al asunto. Primero, debemos entender que el reino vino con Cristo: “el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt. 12:28). La Escritura es clara en que Cristo reina:

Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” Mt. 28:18. “Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo” Col. 1:13. “Entonces vendrá el fin, cuando él entregue el reino a Dios el Padre, luego de destruir todo dominio, autoridad y poder. 25 Porque es necesario que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies. 26 El último enemigo que será destruido es la muerte” 1 Co. 15:24-26.

Queda claro, entonces, que Cristo ya está reinando, lo que ocurre es que todavía ese reino no es plenamente manifestado, no podemos aún disfrutar de todas sus bendiciones. Pero Él no está esperando para que en el futuro le sea entregada la autoridad. Toda autoridad en el cielo y en la tierra ya le fue dada, y el reinará hasta que todos sus enemigos sean puestos debajo de sus pies, y cuando Él haya sometido y derrotado a todos los enemigos, entregará el reino a Dios Padre. El autor Vaughan Roberts dice: “El reino de Dios es ‘ya’, ‘pero todavía no’. Llegó con la manifestación de Jesús en la tierra, y por medio de su muerte y resurrección. Él habló del reino como una realidad presente, manifestado en su propio ministerio sobre la tierra y en el cual a cualquiera le es posible entrar (Mateo 12:28; 19:14, etc.). Sólo cuando Jesús regrese será plenamente establecido… Si hemos puesto nuestra confianza en Cristo, pertenecemos a la nueva creación, pero aún no hemos recibido todas sus bendiciones”.

Pero alguien todavía puede decir: “ok, pero no me queda claro que Ap. 20 se refiera a nosotros. No me queda claro que nosotros estamos reinando también”. Fijémonos que el texto dice que reinaremos con Cristo y seremos sacerdotes de Dios.

os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria” 1 Tes. 2:12. “Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios” 1 P. 2:9.

Y fijémonos en algo muy importante: en el cap. 1 de Apocalipsis, cuando Juan se dirige directamente a las 7 iglesias para saludarlas, alaba a Dios diciendo: “Al que nos ama y que por su sangre nos ha librado de nuestros pecados, 6 al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre, ¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén” (vv. 5-6). Luego en el cap. 5, cuando se alaba a Cristo como el Cordero inmolado, se dice: “Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. 10 De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra”.

III. Conclusión

Hemos podido ver, entonces, cómo el Señor en su Palabra nos muestra que el reino milenial se refiere al tiempo presente de la Iglesia donde Cristo reina junto con todos los que han nacido de nuevo, y de manera especial con sus santos en el Cielo, y este reinado continuará hasta que todos sus enemigos sean puestos bajo sus pies, lo que ocurrirá en su 2ª venida.

Pensemos en lo que este pasaje debió significar para las 7 iglesias que recibieron este libro originalmente. Varias de ellas habían experimentado y se encontraban sufriendo persecución, pero el Señor les estaba diciendo aquí que Él es el Soberano de la historia, Él tiene completo control de los tiempos y de las edades, y cumplirá sus propósitos específicos en cada una de ellas. Él además controla a satanás, quien no puede resistir a su poder; y lo ha limitado para que la Iglesia pueda desarrollar su trabajo misionero y evangelístico. No sólo eso, sino que también el Señor les deja claro que Cristo reina, y que sus santos participan de ese reino. Aquellos de sus hermanos que habían muerto por la persecución, están en la presencia de Cristo, reinando con Él. ¡Qué gran consuelo!

Nosotros debemos tomarlo de la misma manera. Muchos hoy han querido expropiar este pasaje de la Iglesia, dicen que no es para nosotros, sino para los creyentes judíos. Pero vemos claramente que la Iglesia de Cristo, compuesta de todos quienes han creído en Él y que provienen de toda tribu, pueblo, lengua y nación, reina junto a Cristo y es sacerdote del Señor. Este pasaje, entonces, tiene que ver con nosotros aquí y ahora.

Estamos en la era de la proclamación de este reino. El Señor ha amarrado a satanás para que la Iglesia pueda hacer su trabajo de predicar el evangelio y hacer discípulos de todas las naciones. Tú y yo hemos recibido el mandato de proclamar este reino e invitar a las personas a creer en Cristo, para poder participar de este reino, para ser trasladados de la potestad de las tinieblas al reino de Jesucristo. ¿Cómo podemos, entonces, permanecer ociosos?

Pero quiero terminar con el último pasaje que citamos, que dice de Cristo: “Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. 10 De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra” (5:9-10).

Fue el sacrificio de Cristo el que hizo posible que pudiéramos reinar con Él. Cristo no nos necesita para reinar, Él es el soberano del universo, Él hizo todas las cosas, y todas las cosas son sostenidas por su poder. Él es el todopoderoso, el Alto y Sublime, el que habita en la gloria eterna, Él no nos necesita. Pero quiso compartirnos su reino, a nosotros que estábamos muertos en delitos y pecados, a nosotros que éramos sus enemigos, rebeldes a su voluntad, blasfemos y llenos de inmundicia en nuestros corazones. Él, por su sacrificio y con su sangre nos compró para Dios, haciéndonos parte de una multitud de redimidos de toda tribu, pueblo, lengua y nación; hizo de nosotros un reino y nos hizo sacerdotes para Dios, por lo que podemos ofrecer nuestra vida como sacrificio agradable delante de Él.

¿Cómo no agradecer su misericordia? ¿Cómo no alabarlo por su gracia? Hoy te invito a que puedas meditar en este Salvador maravilloso, este Señor de la historia, este Señor de misericordia que escogió rescatarnos y llevarnos a reinar con Él. Y si no has creído en Él, es el momento de hacerlo, es el momento de rendirse ante este Rey glorioso y lleno de gracia, porque Él es digno. Amén.