El Cordero y el León.

Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos.

Antes del siglo primero y durante el mismo, se utilizaban rollos escritos a ambos lados para fines tanto privados como públicos. Recibían el nombre de opistógrafos (escritos en el dorso; ver Ezequiel 2:9–10). El relato de Juan tiene paralelismo con la profecía de Ezequiel en el Antiguo Testamento, pero con una diferencia notable.

En la visión de Ezequiel, el rollo que está en la mano de Dios no está sellado sino que Dios lo extiende delante de si y se lo entrega directamente al profeta (Ez. 2:9–10), contiene mensajes de Dios de la ira inminente. Por el contrario, el rollo que Juan vio está sellado con siete sellos. Sólo el Cordero es capaz de tomarlo de la mano de Dios, para luego, rompiendo los siete sellos, abrirlo.

El rollo que estaba en forma visible en la mano de Dios da testimonio de que él es el autor. Luego, en el dorso aparece escritura hasta tal grado que no se podía agregar ni una línea más. La extensión de la producción escrita es tan voluminosa que abarca el plan completo de Dios, del mismo modo que las dos tablas de piedra tenían a ambos lados la escritura de Dios (Éxodo 32:15–16) como símbolo de que eran completas, así también el rollo contenía la escritura completa de Dios a ambos lados.

La apertura de los sellos en el capítulo 6 revela que los contenidos del rollo se refieren a un período indefinido de historia. Es decir, el rollo revela el plan completo de Dios y su finalidad para el mundo entero a través de los siglos, desde el principio hasta el fin. Para nosotros, el rollo con sus sellos es evidencia de lo que Dios planificó para la salvación de su pueblo. Este plan es un misterio predeterminado, según Pablo, y se revela en la plenitud del tiempo (Efesios 1:9–11; 3:9–11). Pedro también habla de este misterio de salvación por medio de Cristo y agrega que los ángeles anhelan contemplarlo (1 Pedro 1:10–12). El plan de salvación de Dios es la venida de su reino para enfrentarse al gobierno de Satanás y proclamar a Dios como “el Señor Dios Todopoderoso, quien era, y quien es, y quien vendrá” para establecer su reino.

  1. Y vi a un poderoso ángel proclamando a gran voz, ¿Quién es digno de abrir el rollo, es decir, romper sus sellos? 3. Y nadie en el cielo ni en la tierra o debajo de la tierra era capaz de abrir el rollo o de mirar dentro.

El poderoso ángel habló con voz fuerte de modo que todos en toda la creación pudieran oírlo (Apocalipsis 10:1 y 18:1 aparece nuevamente un ángel de las misma características), de tal forma que el sonido de su voz penetraba por cielo, tierra y el hades.

¿Quién es digno de abrir el rollo y romper sus sellos?

El énfasis en el término digno es significativo, porque en Apocalipsis se utiliza en forma exclusiva para Dios Padre y Jesús (Apocalipsis 4:11; 5:9, 12). El término digno tiene relación a cumplir una tarea.

Cuando Juan escribe las palabras, «en el cielo o en la tierra o debajo de la tierra», no está ofreciendo una visión pagana de un universo en tres niveles. Más bien, transmite la imagen de la totalidad de la creación de Dios, es decir, todos los ángeles y santos en el cielo; todos los seres humanos en la tierra; y todos los ángeles y personas caídas condenados al infierno.

La aparición del rollo nos hace la siguiente pregunta: ¿quién tiene el PODER de darle al hombre un título nuevo de su herencia pérdida? ¿Quién posee el poder de quitar la lepra del pecado que ni siquiera la lejía puede lavar? ¿Quién podrá abrir las puertas del cielo por los injustos? ¿Quién podrá estar en nuestro lugar en el lugar Santo? ¿Quién complacerá a Dios? ¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado? Ese Hombre podría tomar ese rollo, le pertenecía era suyo.

De alguna forma el ser humano busca esta idea de ser alguien Digno, sublime, tenemos hasta dibujos animados y comics en donde se nos pregunta ¿Quién podrá defendernos? ¿Quién es digno de levantar tal o cual martillo? ¿Quién redimirá a la humanidad? El ser humano intrínsecamente está en busca de alguien Digno, pero rechazan al Salvador, vino para dar luz, pero los hombre prefirieron la oscuridad.

4 Y me puse a llorar, porque no se podía encontrar a nadie para abrir el rollo y mirar dentro de él 5. Y uno de los ancianos me decía, “No llores, mira, el león de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido. Él puede abrir el rollo y sus siete sellos”.

Juan derramó copiosas lágrimas por el profundo dolor que sintió ante el rollo sellado que contenía la clave de la redención del pueblo de Dios. Si el rollo seguía sellado, no se ejecutaría el plan de salvación de Dios y la raza humana quedaría para siempre condenada.

Nadie en el universo entero respondía al llamamiento del ángel para romper los sellos y abrir el rollo. Ningún ser humano ni ángel eran dignos: en realidad, su silencio daba fe de su indignidad. Aunque seres humanos han tratado y siguen tratando una y otra vez de conseguir su propia salvación, su obvio fracaso los descalifica. En consecuencia, si el rollo permanecía cerrado, la maldición de Dios seguiría presente en la humanidad pecadora, y la creación no sería liberada de la esclavitud del deterioro (Romanos 8:21), y el sufrimiento duraría de manera interminable.

Entonces observamos que uno de los ancianos, como representante de la humanidad redimida, se dirige a Juan y le dice que deje de llorar y se concentre en “el león de Judá, la raíz de David, ha triunfado”.

En las cartas a las siete observamos constantemente que el Señor les enuncia el que venciere y arroja promesas tras esta condicional, sabemos que Jesús mismo se identifica como el vencedor, quien venció a la muerte y el infierno, es el Rey que subió al cielo para sentarse a la diestra de Dios. Como vencedor, Jesús es digno de romper los sellos y desenrollar el documento. Como autor de la salvación, recibió el honor y distinción de tomar el rollo de la mano de Dios y abrirlo.

Juan utiliza lenguaje del Antiguo Testamento para describir a Jesús: “el león de la tribu de Judá” recuerda las palabras de Jacob. El patriarca bendijo a sus doce hijos y escogió a Judá como la tribu de la que provendría un gobernante. Jacob dijo a Judá: “Mi hijo Judá es como un cachorro de león, El cetro no se apartará de Judá, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que llegue el verdadero rey, quien merece la obediencia de los pueblos” (Génesis 49:9–10; Hebreos 7:14).

Juan llama a Jesús “la raíz de David”, lo cual se remonta al dicho de los profetas de que el Mesías vendría de la tronco de Isaí y su raíz o rama de David reinaría sobre los pueblos (Isaías 11:1, 10; Jeremías. 23:5; 33:15; Zacarías. 3:8). Jesús representa la realeza, porque estos títulos son mesiánicos y dan fe de su posición real. Como descendiente de David (Mt. 22:41–45) Jesús es humano, y como Mesías es divino. Es digno por razón de su papel como mediador, y es capaz por razón de su divinidad. Es el Dios-hombre, y es el único.

  1. Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra.

El sujeto en esta frase es el Cordero, no el león de la tribu de Judá ni la raíz o rama de David. El Cordero es el símbolo del animal que se sacrificaba en la fiesta de la pascua de los israelitas. Con la sangre del cordero tenían que untar los dos postes y el dintel de sus casas, de modo que el ángel de la muerte pasara de largo y no tocara la vida de sus primogénitos (Éxodo 12:1–13). Asimismo, el Cordero está simbolizado en el cordero que era llevado al sacrificio e inmolado por la trasgresión de su pueblo (Isaías 53:7–8; Hechos 8:32). Juan el Bautista dos veces llamó a Jesús el Cordero de Dios (Juan. 1:29, 36). Y por último, Pedro se refiere a los redimidos que han sido liberados “con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto” (1 Pedro 1:19).

Pero el símbolo del Cordero también presenta a Jesús como líder y rey. Es entronizado y está sentado en el trono de Dios (Apocalipsis 7:17; 22:1,3). Como el Cordero, ocupa el trono y expresa su ira contra todos sus enemigos (Apocalipsis 6:16).

El Cordero estaba de una forma tal como si hubiera sido sacrificado, lo cual significa un cuerpo que había sido despedazado pero que ahora ya había sido sanado y era capaz de estar de pie. Las señales de sus heridas todavía son visibles, como cuando se le dijo a Tomás que mirara las manos de Jesús y tocara la cicatriz en su costado (Juan. 20:27). El Cordero estaba de pie en medio del trono de Dios, inmolado, sin embargo, triunfante.

“Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra”.

El triple empleo del número siete enfatiza el símbolo de totalidad con respecto al Cordero. El cuerno es símbolo de poder (Apocalipsis 17:12; Deuteronomio. 33:17), y con este poder Jesús, como Rey de reyes, promueve la justicia y la equidad. Con siete cuernos posee toda la autoridad para reinar en el cielo y en la tierra (Mateo. 28:18; Juan. 17:2). Con una visión completa (siete ojos) puede observar todo lo que acaece en el universo; nada lo elude. Debido a su visión completa tiene conocimiento, discernimiento y comprensión completos; estos son los ojos del Señor que abarcan todo el mundo (2 Cr. 16:9; Job 24:23; Proverbios 15:3; Jeremías16:17; Zacarías 3:9; 4:10). Juan da una explicación del significado de siete ojos. Son los siete espíritus de Dios que él ha enviado. (Filiación o cláusula filioque)

Apocalipsis 5: 7 -8 Y vino y tomó el rollo de la mano derecha del que está sentado en el trono. Y cuando tomó el rollo, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero.

Y cuando el Cordero toma el rollo los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos como representantes del mundo angélico y de la humanidad redimida se postran en adoración ante el Cordero. Reconocen su poder y autoridad; se sienten jubilosos de que ahora se estén revelando los contenidos del rollo; se complacen en la realización del plan y propósito de Dios; y se regocijan en la salvación de su pueblo.

¿Cuál debe ser nuestra actitud al respecto? ¿Cómo debemos concebir el hecho de que poseemos la Palabra profética más segura? ¿Qué somos participes de la desenvoltura del rollo? Reverencia y adoración Total.

“Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso”.

Los ángeles y ancianos cantan su cántico acompañados de las arpas que cada anciano tiene. La gramática griega favorece que sean los ancianos y no los cuatro seres vivientes quienes tengan arpas y copas de oro. Además, en el culto de adoración las arpas las tocaban no los ángeles sino los levitas (1 Cr. 25:1, 6); y son los ancianos y no los ángeles quienes cumplen deberes sacerdotales. Pero todos ellos cantan acompañados de arpas. No deberíamos pensar en arpas modernas sino más bien en un instrumento rectangular o trapezoide con un promedio de ocho o nueve cuerdas, de esto tenemos evidencia en el Nuevo como Antiguo testamento donde se nos habla del arpa y la lira.

Dios instruyó a los israelitas para que hicieran copas de oro puro para el servicio en el tabernáculo (Éxodo 25:29; 37:16). Estas copas también se utilizaron en el templo de Salomón (2 Crónicas. 4:22); se llevaron a Babilonia (2 Reyes 24:13) y con el tiempo se devolvieron a Jerusalén (Esdras. 1:10). Las copas eran objetos planos en forma de platillo para poner en él el incienso.

Que son las oraciones de los santos

Juan da una interpretación de las copas de incienso, recurriendo para ello al Antiguo Testamento. En sus salmos David ora a Dios y dice: “Que suba a tu presencia mi plegaria como una ofrenda de incienso” (Salmo 141:2; Apocalipsis 8:3). ¿Son las oraciones las de los santos en el cielo o en la tierra? Los santos bajo el altar están clamando a Dios para que juzgue a quienes le son hostiles y vengue a quienes fueron inmolados por su causa (Apocalipsis 6:10). Si limitamos las oraciones a los santos en el cielo, resultamos demasiado restrictivos. Debemos incluir las peticiones y alabanzas de acción de gracias de parte de los santos en la tierra.

La expresión santos se encuentra con frecuencia en Hechos, las cartas y Apocalipsis; significa los santificados. En el Antiguo Testamento santos son los que acompañan a Dios (Daniel 7:21–22), pero en el Nuevo Testamento son quienes han sido santificados por medio de Jesucristo. Los santos comparten la santidad de Dios al entrar en comunión con él (Hebreos 10:14)

y cantaban un nuevo cántico, diciendo:

El Antiguo Testamento incluye cánticos nuevos para celebrar acciones maravillosas de Dios (Salmo 33:3; 40:3; 96:1; 98:1; 144:9; Isaías 42:10). Pero en Apocalipsis, los que cantan exaltan la redención del pueblo de Dios por medio de la expiación de Jesucristo. Alaban no al que está sentado en el trono sino al Cordero que ha realizado su tarea redentora. El Cordero merece alabanza jubilosa, porque triunfó sobre Satanás al morir por los redimidos comprados de cada tribu, lengua, pueblo y nación. El cántico es nuevo no sólo “en cuanto al tiempo, sino que, lo que es más importante, es nuevo y peculiar en cuanto a calidad”. El Cordero es digno de la alabanza más elevada.

C.S Lewis hablando de la alanza comenta lo siguiente en su libro sobre reflexiones de los Salmos:  “Por lo tanto la alabanza no sólo expresa sino que completa el gozo; es su consumación preestablecida … Al disponer que debemos glorificarle, Dios nos está invitando a gozar de él”  Por lo general cuando pensamos en la alabanza a Dios nuestra mente se dirige a canticos, música y júbilo, lo cual es parte de la adoración que podemos expresar a Dios, pero remitimos la alabanza a nuestro Señor sólo a esta dimensión, y por regla predominante en las Iglesias actuales la adoración nos lleva a centrarnos en nosotros mismos, lo que sentimos, y “cuanto supuestamente amamos a nuestro Dios”, C.S Lewis apunta a gozar de Dios mismo en la Alabanza, es decir, de todos sus atributos, de lo que él ha hecho, esto es verdaderamente gozo, el gozo de la Salvación. ¿Cómo Alabaremos nosotros? ¿Cómo exaltaremos a este Dios? Si las magníficas criaturas de Dios le alaban, su creación le adora, los monstruos marinos le exaltan,  los elementos ejecutan sus palabras, el sol, la luna y las estrellas tributan honores al Creador, al Rey de los Cielos, al Gran Yo soy ¿Cuánto más nosotros que somos receptores de su Gracia inmerecida? ¿Cuánto más nosotros que hemos sido objeto de la revelación del Hijo? O ¿Acaso seremos como los impíos que no glorifican a Dios ni le dan gracias? Y más aun blasfeman el nombre de Dios:

Romanos 1:21  Pues habiendo conocido a Dios,  no le glorificaron como a Dios,  ni le dieron gracias,  sino que se envanecieron en sus razonamientos,  y su necio corazón fue entenebrecido.

Apocalipsis 16:9  Y los hombres se quemaron con el gran calor,  y blasfemaron el nombre de Dios,  que tiene poder sobre estas plagas,  y no se arrepintieron para darle gloria.

Amados cuando Dios nos llama a Alabarle no solo nos pide nuestra voz, sino nuestro corazón, mente, fuerzas, y más aun nuestros mismos cuerpos:

1 Corintios 6:20  Porque habéis sido comprados por precio;  glorificad,  pues,  a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu,  los cuales son de Dios.

Y no sólo nuestro cuerpo, sino que los frutos de justicia que Dios mismo imparte en nosotros son medios de alabanza para nuestro Padre:

Filipenses 1:11  llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo,  para gloria y alabanza de Dios

Todas estas expresiones de loor provienen de un entendimiento de  los atributos de Dios, los cuales podemos encontrar en los Salmos y en las Doxologías del Nuevo Testamento o en los cánticos de Victoria y Júbilo del Antiguo Testamento. Nuestra Alabanza debe estar repleta de sana doctrina, de profunda teología, pero también de un corazón agradecido  por la providencia  de nuestro majestuoso Dios.

  1. Tú eres digno de tomar el rollo y abrir sus sellos, porque fuiste sacrificado y con tu sangre compraste [hombres y mujeres] para Dios de cada tribu y lengua y pueblo y nación.

El Cordero es digno por razón del sacrificio voluntario de su propia vida en la cruz. Su muerte no fue una casualidad accidental o una tragedia inevitable. Entregó voluntariamente su vida para pagar el castigo del pecado, para satisfacer la justicia de Dios, para eliminar la maldición, para reconciliar al mundo con Dios y para restaurar a su pueblo a una genuina comunión con Dios (Apocalipsis 14:4; 1 Pedro 1:18–19). Debido a su muerte sacrificial, el Cordero es digno de tomar de la mano de Dios el rollo, de romper sus sellos y de convertir en realidad su contenido (Apocalipsis 13:8; Isaías 53:7). El Cordero inmolado para redimir a su pueblo simboliza el sacrificio voluntario del Cristo crucificado, y al mismo tiempo la supremacía del Cristo exaltado.

Como veremos luego, una de las cabezas de la bestia que sale del mar fue inmolada a modo de parodia de la muerte de Jesús (Apocalipsis 13:3). La diferencia radica en que Cristo resucitó de entre los muertos, en tanto que la bestia queda confinada eternamente al lago de fuego (Apocalipsis 19:20). Al derramar su sangre y morir en la cruz, Cristo Jesús pagó por los pecados de su pueblo y los liberó. Por el contrario, la bestia, habiendo sufrido un golpe fatal en una de sus siete cabezas, esclaviza a sus seguidores y sigue atacando a Dios, a su nombre, a su morada y a su pueblo (Apocalipsis 13:5–8).

Cristo Jesús compró a su pueblo con su sangre derramada en el Calvario. No le pagó a Satanás para redimirlos, sino que con su muerte en la cruz satisfizo la justicia de Dios. Pagó la pena que Dios había impuesto a Adán y Eva y a sus descendientes (Génesis 2:17) y los liberó. El pueblo de Dios tiene con Jesús “una deuda religiosa abrumadora” por la disposición que tuvo de pagar el precio por su redención.

La frase “de cada tribu y lengua y pueblo y nación” aparece varias veces en Apocalipsis con variaciones en el orden de las palabras (Apocalipsis 7:9; 10:11; 11:9; 13:7; 14:6; 17:15). La palabra tribu transmite la idea de nexos físicos y de descendencia, en tanto que el término lengua tiene una connotación mucho más amplia y apunta a una comunicación lingüística. La palabra que he traducido como pueblo se refiere a un grupo étnico de descendencia común; y la palabra nación se refiere a una entidad política con límites geográficos propios. Pero debido al empleo frecuente de esas cuatro categorías en Apocalipsis, es mejor interpretarlas como una expresión comprensiva. Jesús llama a sus seguidores, tanto judíos como gentiles, de todo lugar posible en la faz de la tierra, de modo que su pueblo constituye la iglesia universal.

“Y los hiciste para nuestro Dios un reino y sacerdotes, y reinarán sobre la tierra” Tiene un paralelismo con las palabras en Apocalipsis 1:6: «y nos hizo un reino y sacerdotes para su Dios y Padre», y con Apocalipsis 20:6, “serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años”

Juan se apoya en Éxodo 19:6, donde Dios dice al pueblo de Israel que tienen que ser para él una nación santa y un reino de sacerdotes (Isaías 61:6). Así como Dios llamó a los israelitas para que fueran en su tiempo un pueblo especial, así también se dirige a su pueblo hoy y les ordena que sean ciudadanos en su reino y que lo sirvan como sacerdotes consagrados. Este mandato es para el ahora y para la eternidad, para esta vida presente y para la vida venidera. El gobierno actual de los santos en la tierra continuará con Cristo en la tierra renovada.

El texto expresa tres puntos: primero, los que han sido comprados son colocados en el reino de Dios; luego, son hechos sacerdotes; y por último, se les da el privilegio de gobernar como reyes. El texto dice que el Cordero los hizo sacerdotes, es decir, son ya sacerdotes y están en el reino ahora y sin duda en el futuro. Por medio de sus oraciones, incluso reinan en la tierra ahora.

11 - 12 miré y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, los seres vivientes, y los ancianos. Y su número era miríadas de miríadas y miles de miles. Decían con voz fuerte, «Digno es el Cordero que fue sacrificado de recibir poder y riqueza y sabiduría y fortaleza y honor y gloria y acción de gracias».

Expiación limitada

Las palabras del segundo himno expresan en gran parte los mismos pensamientos que el himno que cantaron los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos (vv. 9–10). Pero los ángeles no necesitaron redención; han aprendido de la iglesia el misterio de la salvación (Efesios 3:10; 1 Pedro 1:12). Están de pie con temor reverente ante la maravilla del amor redentor de Dios en Cristo Jesús. Son quienes se regocijan en el cielo cuando un pecador en la tierra se arrepiente y clama para misericordia ante Dios (Lucas 15:7, 10). Son enviados como mensajeros de Dios (Sal. 104:4; Hebreos 1:7), y son siervos de los santos que van a heredar la salvación (Hebreos. 1:14). Cantan con voz fuerte las alabanzas al Cordero, porque forman parte integral del proceso de salvación al transmitir mensajes divinos al pueblo de Dios.

Así pues, los ángeles componen y cantan un himno, dedicado no a Dios sino al Cordero. Su cántico es más corto e incluso más rico en atributos que el que cantaron los querubines y los ancianos. Es único en su construcción séptuple: emplea siete sustantivos en forma seguida que se atribuyen al Cordero: poder, riqueza, sabiduría, fortaleza, honor, gloria y acción de gracias.

¿Acaso estas no eran las cosas que necesitaban las Iglesias de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea? Debían tener una visión total y completa del Cordero para ser animadas en su caminar.

Este cántico tiene su origen en el cielo, aunque las palabras individuales revelan conocimiento de una doxología del Antiguo Testamento que compuso David: «Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria, la victoria y la majestad … De ti proceden la riqueza y el honor; tú lo gobiernas todo. En tus manos están la fuerza y el poder, y eres tú quien engrandece y fortalece a todos. Por eso, Dios nuestro, te damos gracias, y a tu glorioso nombre tributamos alabanzas» (1 Crónicas 29:11–13). De ahí que el Antiguo

Testamento constituye la base para el Nuevo, lo cual se refleja incluso en este himno angélico

Y toda criatura en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y todas las cosas en ellos oí que decían, «Al que está sentado en el trono y al Cordero sean dadas las gracias y honor y gloria y poder por siempre jamás».

Todos los seres inteligentes en el universo creado de Dios cantan sus alabanzas: los santos y los ángeles en el cielo, las aves en el firmamento, el pueblo de Dios en la tierra, y todos los seres vivos en la tierra y en el mar. El enorme coro de todas estas voces, en alabanza a Dios y al Cordero, supera toda imaginación humana. Dios es el Rey de la creación que delegó la obra de la creación y redención en su Hijo. Así como Dios recibe el tributo de sus criaturas, del mismo modo lo recibe el Cordero, porque ha concluido las tareas que Dios le asignó. Todas ellas le alaban (Salmo 103:22)

Y los cuatro seres vivientes decían, «Amén». Y los ancianos se postraron y adoraron.

Los cuatro seres vivientes que están más cerca del trono representan a la creación en el cielo proclaman su afirmación diciendo, «¡Que así sea!» Se dirigen a Dios en nombre del resto de la creación. Fueron los primeros en cantar un himno a Dios (Apocalipsis 4:8); concluyen la himnodia con un solemne «amén» que expresan una y otra vez.

Los ancianos rinden pleitesía a Dios y al Cordero postrándose delante de ellos. Su acto de alabanza y adoración es el que lo concluye todo. El autor de Apocalipsis está ya listo para narrar la ruptura de los sellos y la apertura del rollo, y para revelar lo que sucede en la tierra.