El traidor y el Salvador

Domingo 30 de septiembre de 2018

Texto base: Juan 18.1-11.

El Señor Jesús ha compartido su última cena pascual con sus discípulos. Allí les entregó una de sus enseñanzas más sublimes, estableció lo que hoy conocemos como la Cena del Señor, y terminó todo con una hermosa oración al Padre, en la que rogó por su propia glorificación, y encomendó a los discípulos al Padre para que los guarde, los santifique, los haga perfectos en unidad y, finalmente, los lleve a la gloria junto con Él.

Luego de este precioso momento con sus discípulos, Cristo entra a la recta final de su ministerio terrenal. Desde mucho antes los líderes religiosos habían querido arrestarlo y matarlo, pero hasta ahora no habían podido, debido a que no había llegado la hora. Sin embargo, tal como el mismo Señor Jesús afirmó, esta vez esa hora sí había llegado (17:1), y por primera vez, el Creador de todas las cosas estaría en sus manos para ser juzgado injustamente y luego crucificado.

Así, se comienza a concretar el crimen más espantoso jamás cometido: la ejecución viciada y corrupta del Autor de la vida. Sin embargo, a la par se va consumando la muestra de misericordia y amor más grande que jamás se haya hecho: el Hijo de Dios muriendo en lugar de los pecadores.

     I.        El más vil de los traidores

La última vez que se mencionó a Judas en este Evangelio, fue cuando salió del aposento en que se encontraban Jesús y sus discípulos, en circunstancias realmente terribles. Cristo había anunciado que uno de los discípulos lo iba a entregar, y cuando Juan le preguntó quién sería el traidor, el Señor respondió: “A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. 27 Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto… 30 Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche” (Jn. 13:26-27, 30).

Es terrible pensar que, mientras Jesús entregaba a sus discípulos la más hermosa de las enseñanzas; Judas había dejado voluntariamente su lugar entre los discípulos y se había internado en las tinieblas. De la mano de satanás, se encontraba ejecutando los pormenores de su horrible traición, de tal manera que su nombre pasó a la historia como sinónimo de traidor. Mientras nuestro Salvador pedía al Padre por sus discípulos, Judas ya se dirigía hacia el huerto de Getsemaní junto con una compañía de impíos que estaban a punto de poner sus sucias manos sobre Jesús. El relato de Marcos nos dice que Judas llegó mientras Jesús todavía estaba hablando a sus discípulos, anunciándoles que su hora ya había llegado (Mr. 14:43).

El v. 2 viene a echar más luz sobre la vileza de la traición. Judas conocía el lugar en el que se encontraban Jesús y sus discípulos, ya que se había reunido con ellos muchas veces allí. Por la mente de Judas, necesariamente debieron haber pasado los recuerdos de aquellas veces en que tuvo comunión con Jesús y los demás discípulos en ese lugar, cuando el Salvador les enseñaba, los pastoreaba, los cuidaba y les revelaba lo que escuchó del Padre. Pero esas memorias, lejos de hacerlo retroceder en su intención perversa, le sirvieron para saber mejor dónde se encontraría el Señor, para que así pudieran arrestarlo y matarlo.

¿Qué mal le había hecho Jesús? Lo llamó a ser su discípulo, pesar de que era pecador. Le dio la más gloriosa de las misiones, que es predicar el Evangelio del Reino de Dios, e incluso le entregó facultades maravillosas, como el echar fuera demonios y hacer milagros. Le reveló la verdad pura de parte de Dios, le permitió ver sus grandiosos milagros, en fin, Jesús sólo le había entregado bien tras bien, y privilegios tan grandes que sólo otros once hombres aparte de él disfrutaron.

Pero Judas prefirió las 30 piezas de plata. Prefirió la alianza pasajera con líderes religiosos corruptos, antes que el ser discípulo del Rey de reyes. Tomó a una compañía de soldados, que podía estar compuesta de 200 a 600 hombres, y los guio en su persecución a Jesús, a quien fueron a buscar como si fuera un delincuente, con armas y antorchas. El relato paralelo de Mateo, nos dice que guio a “mucha gente con espadas y palos” (Mt. 26:47), y Lucas la describe como “una turba” (Lc. 22:47).

¡Linternas y antorchas… para buscar a la Luz del mundo!... ¡Espadas y palos… para someter al Príncipe de paz!” (William Hendriksen).

El relato de Lucas, dice también: “Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas” Lc. 22:53. Esto nos dice que el arresto es cobarde e injusto. No se hizo a plena luz del día, con transparencia ante el pueblo, sino que se hace cerca de la medianoche, a escondidas, mientras la gente no podía ver ni reaccionar ante la injusticia que se estaba cometiendo.

Cristo les dice que es su hora, y la potestad de las tinieblas. Esto nos da la idea de que por un momento, las potestades de maldad tuvieron libertad para hacer su obra maligna, en alianza con los pecadores que estaban en tinieblas, y así se manifestaron en estos soldados que fueron a arrestar a Jesús como si fuera un ladrón, en el juicio injusto en casa del Sumo Sacerdote y la insolencia de los fariseos, en el proceso espantoso que llevaron contra Jesús Pilatos y Herodes, y en las masas enardecidas que gritaban “crucifícale”. Todo este escenario espantoso, reflejaba en grado sumo que era la hora de la oscuridad, y que “la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” Jn. 3:19.

El relato de Mateo, nos da un detalle que el Evangelio de Juan no menciona, pero que refleja tristemente esta hora de las tinieblas, y que hizo universalmente conocida la traición de Judas, precisamente por su despreciable hipocresía: “el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle. 49 Y en seguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve, Maestro! Y le besó” (vv. 48-49). Con el más repugnante de los descaros, Judas saluda a Jesús como si nada, llamándole “Maestro”, como si todavía fuese su discípulo, y encima lo besa, con una osadía perversa que sólo podría tener el mismo satanás, todo esto mientras lideraba a una cuadrilla de corruptos armados en su contra.

¡Para la peor acción que jamás se haya cometido Judas escogió la noche más sagrada (la de la Pascua), el lugar más sagrado (el santuario de las devociones del Maestro), y el símbolo más sagrado, un beso!” (William Hendriksen).

    II.        Jesús enfrenta la traición

¿Podemos decir que Jesús fue sorprendido por esta traición? En ninguna manera. Este Evangelio es enfático en que Jesús sabía desde antes que sería traicionado, y específicamente quién lo traicionaría. Ya en el cap. 6 dijo a sus discípulos: “¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?” (Jn. 6:70). En el cap. 13, ya anunció de manera explícita que uno de los doce lo iba a traicionar, lo que dejó atónitos a sus discípulos. Pero sabía muy bien que ese traidor sería Judas, e incluso lo exhortó directamente: “Lo que vas a hacer, hazlo más pronto” (Jn. 13:27).

Por si quedaba alguna duda, el. v. 4 es claro en cuanto a que nuestro Señor Jesús sabía todas las cosas que iban a acontecer. No es como el falso Cristo que se nos presenta en la ópera rock “Jesucristo Superestrella”, que no sabe por qué está ocurriendo todo esto ni entiende el propósito del Calvario. Todo lo contrario, Cristo está plenamente consciente de que soportará los más grandes sufrimientos físicos y espirituales. Será sometido a los terribles tormentos de la flagelación y la crucifixión romana; una de las formas de ejecución más brutales que existen; y sobre todo eso, deberá soportar la ira eterna de Dios, al hacerse a sí mismo maldición, para así liberar a los que estaban bajo la maldición de la ley (Gá. 3).

Y nuestro Salvador se había estado preparando espiritualmente desde antes para enfrentar este momento. Podemos decir con toda certeza que durante todo su ministerio se preparó para esta hora. Pero, además, justo antes de que esa hora llegara, Cristo oró en el huerto de Getsemaní, encomendándose al Padre para atravesar por este valle de sombra de muerte. Su alma ya estaba sufriendo aflicción, tanto así que dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte…” (Mt. 26:38).

Allí, en Getsemaní, en medio de lágrimas de sangre, gemidos angustiosos y profundos y empapado de aflicción, fue que nuestro Salvador se encomendó a su Padre y se sometió a su voluntad, diciendo: “… no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39).

Una vez más, esto nos deja una importante lección sobre la oración. Nuestro Señor sabía muy bien que todo esto debía acontecer, momento a momento. Lo sabía desde la eternidad, entendiendo que estaba destinado a derramar su sangre desde antes de la fundación del mundo (1 P. 1:20), sin embargo, eso no lo llevó a despreocuparse de orar, sino todo lo contrario: lo motivó a orar con fuerza, encomendándose al Padre. Si Jesús, siendo perfecto en todo, se preparó de esta manera en oración, ¿Cómo no hacerlo nosotros? La oración no es un simple trámite, sino que es un momento donde verdaderamente Dios obra en nosotros y podemos alinearnos con su voluntad.

Nuestro Señor, con el alma en agonía, pero lleno de valentía y resolución, sale al encuentro de sus perseguidores, y les pregunta a quién buscan. Esto no da lo mismo. Ellos debían confesar que buscaban a Jesús Nazareno. El mismo que predicó la verdad más pura en muchas ocasiones delante de ellos, con una autoridad nunca antes vista. El mismo que multiplicó los panes y los peces, que dio vista a los ciegos, hizo oír a los sordos, que sanó a paralíticos y leprosos, que resucitó a quienes habían muerto. Ellos se estaban haciendo culpables de poner sus manos encima del Mesías enviado por Dios.

Y la respuesta que Cristo les da es impactante: “Jesús les dijo: Yo soy” (v. 5). Con esto, nuevamente Jesús se atribuye una de las expresiones más sagradas con que Dios se presenta en la Biblia:

Entonces dijo Moisés a Dios: He aquí, si voy a los hijos de Israel, y les digo: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros,” tal vez me digan: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les responderé? 14 Y dijo Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: “YO SOY me ha enviado a vosotros” Éx. 3:13-14.

Cristo estaba afirmando su divina majestad, incluso en ese momento de aparente debilidad y donde parecía estar a merced de sus captores. Y esto se confirma cuando vemos el efecto que produjo su declaración: “Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra” (v. 6). Esto fue sobrenatural, fue otra más de las señales maravillosas que Cristo hizo. Sus captores debían percatarse de que Él estaba sosteniendo ser Dios mismo delante de ellos. La autoridad y el poder de Cristo provocaron que al presentarse de esta manera, ellos retrocedieran y cayeran a tierra. Esto debía hacerles desistir de su intento perverso de arrestarlo, pero perseveraron en su maldad. A la vez, nos muestra que Cristo estuvo en pleno control de la situación, y que sus perseguidores sólo podían ponerle las manos encima porque Él lo permitió y se entregó voluntariamente.

Además, nuestro Señor enfrentó la traición con corazón pastoral. Aún ad-portas del Calvario, a punto de sufrir los peores tormentos y habiendo sido vilmente traicionado por uno de los doce, su preocupación sigue siendo la salvación de sus ovejas. Se encargó de que el arrestado fuera solo Él, y que no se llevaran a los suyos, para que se cumpliera lo que había dicho antes: “De los que me diste, no perdí ninguno” (v. 8), y esto a pesar de que sus discípulos lo abandonaron dolorosamente: “Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Mr. 14:50). Así fue como los 12 discípulos, de una u otra manera, dejaron a su Maestro en la hora más oscura.

Además, vemos su mansedumbre en la forma en que trató a Judas. Mateo nos cuenta que luego del beso con que Judas lo traicionó, “Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes?”. Jesús se refiere a Él con una expresión que refleja cariño e intimidad. Pese a que sabía que Judas lo entregaría, hasta el último momento lo trató como discípulo. Y en esto no podemos pensar que Cristo actuó con doble ánimo, o que sus palabras no fueron sinceras, ya que Él siempre fue veraz. Este pequeño detalle nos da una muestra de su magnífico carácter.

Por último, este maravilloso carácter de Jesús se refleja en que, incluso en este momento amargo, realizó otro milagro en favor de un pecador. Pedro, llevado por sus impulsos, había cortado la oreja derecha al siervo del sumo sacerdote, llamado Malco. Pero Jesús demostró misericordia, incluso a este que venía a capturarlo: “Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó” Lc. 22:51. Este segundo milagro en el momento de su arresto, fue además una nueva advertencia de que estaban ante el enviado de Dios, y debería haberlos hecho desistir, pero persistieron en su pecado.

Vemos, entonces, que mientras la bajeza y perversión de Judas el traidor nos llenan de espanto, demostrando lo peor que puede hacer el hombre bajo el pecado, en contraste todo lo que se nos muestra de Cristo aun en la hora más oscura, nos habla de su santidad, de su gloria como Salvador, como el Justo, perfecto en integridad y en todos sus caminos.

   III.        La salvación es del Señor

Al final del pasaje, Cristo nos recuerda hacia dónde caminan todos estos eventos: “la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (v. 11). En Mateo, dice: “Mas todo esto sucede, para que se cumplan las Escrituras de los profetas” (26:56). Es decir, todo esto que estaba sufriendo Cristo aquí, estaba inserto en el plan eterno de Dios, de salvar a un pueblo de pecadores a través del sacrificio de su Hijo amado. Y Cristo se sometió en obediencia a este plan, en su oración en Getsemaní.

Pero Pedro, haciendo gala una vez más de su impulsividad, cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote. Esto nos dice mucho sobre su forma de pensar. Él todavía tenía en mente la idea del Mesías conquistador, concepto que también estaba en quienes vitorearon a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén. Pedro pensaba que ante este ataque sorpresa, lo que correspondía entonces era desenvainar las espadas y luchar cuerpo a cuerpo con las fuerzas enemigas. Quería traer el Reino de Dios por sus fuerzas, por medio de la espada.

Pero Jesús reprendió a Pedro diciendo: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. 53 ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?” Mt. 26:52-53. Pedro había olvidado lo que dice la Escritura: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6).

La forma en que la muerte sería derrotada no es por la espada, sino por el sacrificio del Hijo amado de Dios. Jesús ya había declarado muchas veces a sus discípulos “que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mt. 16:21). Así es como el varón de dolores, experimentado en quebranto, quitaría el pecado de su pueblo a través de su cuerpo rasgado y su sangre derramada. De eso se trata todo este episodio: Cristo camina decidido hacia el Calvario, para su propia gloria y para nuestra salvación.

Lo que Judas y esta compañía de hombres corruptos ignoraban, es que con esto ellos no estaban eliminando a Jesús, sino que estaban desencadenando el sacrificio del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Fueron plenamente culpables de su crimen eterno, al poner las manos encima del Rey de reyes y Señor de señores, pero el Señor se engrandeció enderezando estas obras perversas para bien, para que glorificaran a Cristo y sirvieran para salvación de su pueblo.

Todo esto nos debe recordar que ¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” (Ap. 7:10). No somos nosotros los que nos salvaremos a nosotros mismos, sino que es Él quien hace la obra. Él logra la victoria y nos concede participar de ella por pura gracia.

Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien, por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo” He. 12:2-3 NVI.

Ante los hechos de este mismo pasaje, la Escritura nos llama a la perseverancia, recordando lo que dijo el Señor: “El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn. 15:20). La resolución que vemos en Cristo de obedecer a su Padre hasta la muerte debe estar también en nosotros, a pesar de la oposición que nos toque enfrentar.

¿Qué haces ante la oposición de tu familia, de tus amigos, en tu trabajo o en el lugar donde estudias? No tienes permiso para desistir, para bajar los brazos y volver atrás. Las dificultades no hacen que tu deber de obedecer a Dios desaparezca. Más bien, las dificultades probarán si tu fe es genuina, y si estás dispuesto a atravesarlas para obedecer confiando en tu Señor, tomado de su mano. Ante la persecución más férrea e injusta, tu Salvador y Maestro no huyó, no echó pie atrás. ¿Seguirás su ejemplo? ¿Serás realmente su discípulo?

No puede ser que mientras Cristo estuvo dispuesto a dejar temporalmente su gloria eterna para vestirse de humillación y obedecer hasta la muerte, tú te muestres perezoso e indiferente ante la voluntad de Dios. Es una desgracia que el Perfecto Hijo de Dios haya ido a la terrible cruz para tu salvación, y que tú respondas a eso con ingratitud, con una vida espiritual mediocre y apagada, sin siquiera darle gracias por un nuevo día y encomendarte a Él. Es realmente terrible que el Rey de reyes haya sudado gotas de sangre y haya sufrido la agresión de los pecadores, mientras tú quieres vivir la vida cristiana entre algodones y almohadas perfumadas.

Tenemos un Salvador que está mucho más dispuesto a salvarnos, de lo que nosotros estamos dispuestos a ser salvados” J.C. Ryle. Mientras el sacrificio de Cristo debe maravillarnos y motivarnos, el verdadero cristiano temblará de espanto y temor ante Judas, que es una señal de advertencia para todos nosotros.

¿Piensas que eres mejor que Judas, un discípulo que pasó 3 años viviendo con Jesús cada día, escuchando directamente sus enseñanzas y viendo con sus propios ojos sus obras poderosas? Judas se dedicó a predicar en nombre de Jesús e hizo milagros. ¿Has hecho tú algo así? ¿Piensas que nunca serías capaz de caer de esa forma? Te pido que analices de verdad tu corazón y veas si hay esta necia confianza en ti mismo. ¿No debería eso hacer que examines tu corazón y ruegues al Señor que te guarde entre sus discípulos?

¡Cuidado! “Una vez que un hombre comienza a entremeterse con el diablo, nunca sabrá cuán profundo puede caer” J.C. Ryle. No juegues con el pecado, no te permitas hacer un pacto de paz con él, no dejes que haga un nido en tus pensamientos. El profano Esaú, por un plato de lentejas perdió su primogenitura. El codicioso Lot, buscando mejores pastos para él, entregó a su familia a la perversión espiritual en Sodoma. El sensual Sansón, por una pasión juvenil perdió su fuerza y su consagración. El traidor Judas, por 30 piezas de plata entregó al Salvador del mundo, y con eso selló su perdición.

Debemos velar celosamente sobre nuestros corazones cada día con oración y súplica al Señor para ser guardados del mal que hay afuera, pero muy especialmente también de la perversión y el pecado que habita en nosotros, que es como combustible que el diablo puede encender con una simple chispa de tentación. Basta que dejes desatendido tu corazón un día, y al día siguiente ya encontrarás malezas de pecado. Déjalo desatendido una semana, y ya será como un sitio baldío lleno de escombros y espinos. Descuídate un mes, y ya tendrás una selva tupida y caótica de maldad.

Podrías hacer un eco de la traición de Judas en tus actos. Si dices seguir a Jesús y vienes a la iglesia y cantas a su nombre, pero vives según tu propia voluntad y para tus gustos y deseos, estás traicionando a Jesús. Si te dices creyente, pero prefieres mantener una relación de amistad o sentimental que la Palabra no permite, o si aceptas hacer algo indebido en tu trabajo para mantenerte en él, o si prefieres dar en el gusto a tus amigos o familiares para no desagradarlos antes que hacer la voluntad de Dios, estás traicionando a Cristo. Si debiendo honrar la verdad, prefieres no hacerlo para no incomodar a quienes no creen, o para ahorrarte problemas, estás traicionando a Cristo.

Podemos imaginar muchos casos más, porque en rigor, todo pecado deliberado que cometas implica traicionar a Cristo de una u otra manera. Cada vez que escoges la rebelión antes que la obediencia, al mundo antes que al Señor, la mentira antes que la verdad, estás traicionando a Cristo, y muchas veces lo haces sin siquiera pedir 30 piezas de plata a cambio. “Decir ‘señor, señor’ y desobedecer, es un beso de Judas” (John MacArthur).

Jesucristo dijo: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46). La vida de los discípulos de Cristo se caracteriza por hacer la voluntad de Dios, por la imitación de Cristo, o en palabras de la Escritura: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:6).

Si estás viviendo en hipocresía, es mi deber informarte que estás en el camino de Judas, que fue seguido ya por otros malditos, como Demas, quien habiendo sido considerado por el Apóstol Pablo como un colaborador, luego lo abandonó amando más a este mundo, cuando el Apóstol cayó preso.

A quienes siguen esta senda el Señor dice: “Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio, mas a otros se les descubren después. Asimismo se hacen manifiestas las buenas obras; y las que son de otra manera, no pueden permanecer ocultas” (1 Ti. 5:24-25).

¿Cómo no terminar siendo un Judas? Aférrate a Cristo. Pon toda tu fe y esperanza en Él, renuncia a ser el señor de tu vida, y en lugar de eso reconoce que Él es Señor sobre todo y es digno de que te entregues a Él como sacrificio vivo, por su gran misericordia. ¡Mira a tu Salvador! Si cuidó de los suyos en el momento de la debilidad y la agonía en Getsemaní, ¿no cuidará de nosotros ahora que está en gloria, sentado a la diestra de Dios? Si decidió entregarse en sacrificio incluso después de enfrentar la traición de uno de sus discípulos y la persecución de judíos y gentiles, ¿no cumplirá su promesa de terminar la obra en nosotros, ahora que su nombre fue exaltado sobre todo nombre?

“… voy a Getsemaní, y me asomo por esos viejos olivos, y veo a mi Salvador. Le veo revolcarse angustiado en tierra, y escucho que salen de Él tales gemidos, como nunca antes han salido de pecho humano alguno. Miro la tierra y la veo enrojecida por Su sangre y, en tanto que Su rostro está manchado con sudor y sangre, me digo, “mi Dios, mi Salvador, ¿qué te aflige?” Le escucho responder, “Estoy sufriendo por tu pecado” (Charles Spurgeon).

Pon tus ojos en Jesús en esta hora. Ven a Aquél que fue al Calvario para salvarte, en medio de la traición, el abandono y la persecución. Ven a quien se humilló hasta la muerte para que nosotros pudiéramos ser exaltados con Él en gloria. Quizá dices: “¡Es que soy muy débil!”. Recuerda que está escrito “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” Ro. 5:6. Quizá dices: “¡Es que soy muy pecador!”. Recuerda que el Apóstol Pablo dijo: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15). O a lo mejor afirmas: “¡Es que he caído muchas veces!”. Recuerda que el Señor dice: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” Is. 1:18.

Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado… 13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” Ro. 10:11,13.