Texto Base: Mal.3:13-18

Nos encontramos en el noveno y penúltimo sermón de la serie “¿A quién honran ustedes? El Mensaje de Malaquías”. En nuestro último sermón titulado “¿Honran ustedes a Dios con sus riquezas?” el Señor les muestra a los judíos su carácter inmutable, diciéndoles “Yo Jehová no cambio” (3:6), y este atributo era la razón de su existencia como pueblo, por eso no habían sido consumidos. Ellos dudaban de la Justicia de Dios, le acusaban de mentiroso al no cumplir sus promesas, pero nuestro Señor les muestra que son ellos los que han cambiado y necesitan imperiosamente volver a su originador, al Padre de las luces. Y ese regreso a la comunión debía evidenciarse claramente a través de su relación con sus riquezas. El cómo y cuánto damos de nuestras riquezas al servicio de la obra del Señor, será uno de los termómetros de nuestra comunión con él, quien cierre su mano a la generosidad será culpable del robo más grande de todos los siglos, el robo a Dios. Pero, el Señor, que es rico en misericordia, les ofrece volver a él, y si ellos volvían ofrendando sus vidas, corazones y posesiones, él se volvería a ellos ofreciendo las mismas promesas de siempre: restauración, bienaventuranzas, protección, preservación y verdadera libertad.

A lo largo de la serie de Malaquías las palabras en formato de discusión han sido la metodología del profeta para darnos a entender su mensaje. Hoy el profeta Malaquías nos presenta la última discusión entre Dios y su pueblo ¿Qué sentencias prevalecerán? ¿Quién tendrá la última Palabra? ¿Dios o el hombre?

  1. Palabras escarnecedoras (Mal.3:13-14)

Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti? (v.13)

Dios habló y por su palabra el mundo fue creado. En cierto sentido, nosotros también creamos un mundo con nuestras propias palabras. Éstas afectan a otros y originan una atmósfera en la cual vivimos. Nuestras dichos pueden crear un mundo de tranquilidad, pero al mismo tiempo pueden crear un ambiente de tensión y desesperación, por eso el Apóstol Santiago nos dice: “la lengua es un fuego, un mundo de maldad” (Stg. 3:6). Así como el fuego ensucia con su humo, nuestra lengua tiene la capacidad de infectar el mundo entero. Si deseas contaminar el mundo, no es necesario propagar emanaciones tóxicas, basta una sola lengua para provocar un caos, la lengua de Adán fue suficiente para producir el cataclismo universal más grande de nuestra historia, nuestra caída.  Es tan trascendental el poder de la lengua y de nuestras palabras que Prov.18:21 nos dice: “La muerte y la vida están en el poder de la lengua"

Las palabras, entonces, determinan nuestra eternidad, por un lado, son las palabras de Cristo y de su evangelio, las únicas que nos dan oportunidad de entrada al cielo, sólo esas palabras limpian a su pueblo, él dijo a sus discípulos: Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado (Juan 15:3); son las únicas palabras que tienen poder santificador, el Señor dijo: “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad (Juan 17:17); son las únicas palabras que tienen el poder de dar significado a nuestras vidas, Pedro lo dijo: “Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).

Este tipo de palabras fueron creadas en el seno del Padre (Juan 17:8), quien las entregó al Hijo, y él las deposita en nosotros, por medio de su Espíritu Santo, y estas palabras que son ajenas a nuestra naturaleza pecaminosa, son otro tipo de lengua, al igual que en Pentecostés, Cristo nos ha dado lenguas de fuego forjadas por su palabra. Y el otro tipo de palabras, aquellas que nos condenan a una eternidad lejos del Creador de las palabras, son aquellas que brotan de nuestro engañoso corazón, no necesitamos ser muy creativos para producir ese lenguaje, nuestro corazón es una fábrica natural de palabras violentas y necias en contra de Dios. En el principio, en el huerto del Edén, la comunicación entre Dios y el hombre era un diálogo de paz, verdad y vida. Las palabras, en ese entonces, jamás se utilizaron como un arma, nunca se utilizaron para aplastar, insultar o condenar; sino que siempre fueron dichas en pacto de amor, hasta que el hombre quiso vivir de forma independiente, cultivando soberbia en su corazón, y desde entonces nuestras palabras han sido corrompidas por el poder del pecado, fue allí en donde se originó la verdadera guerra de las palabras, y desde entonces, al igual que Adán, con nuestras palabras, culpamos a Dios por nuestra condición.

Todos nosotros debemos dar cuenta de cada uno de nuestros dichos ante el Dios que escucha todo: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio(Mateo 12:36)

Así que, el texto de Malaquías nos muestra que sólo existen dos tipos de palabras: palabras violentas/palabras ociosas, que son las palabras nativas de los hombres, o palabras de vida, que son las palabras de Jesús.

Las palabras que hablamos día a día son las que evidencian nuestro carácter, ahí la importancia de las palabras, ellas son capaces de mostrarnos la diferencia entre el justo y el impío, entre el violento y el piadoso. Con esto en mente, Malaquías nos da una gran advertencia: Toda nuestra vida es un gran teatro y nosotros somos los actores, con nuestras lenguas vamos escribiendo el guión de nuestras vidas a punta de palabras. Cada cocina, living, patio, sala, oficina, habitación en la cual nos encontremos se convierten en el escenario en donde desenvolvemos nuestros roles. Y Dios está en primera fila, observando, sin perder ni una sola línea del drama de nuestra vida. No importa en dónde, cuándo o con quien hablemos, él escucha nuestras conversaciones e interpreta perfectamente la intención de nuestras palabras y corazones.  Cuando hablamos, debemos ser conscientes de que Dios le ha dado significado y valor a nuestras palabras. Él ha determinado que ellas sean importantes. Si las palabras fueron significativas en la creación y en la caída, también lo son para nuestra eternidad. Ahora, ¿Cuál es el contenido de estas palabras violentas?

Habéis dicho: "En vano es servir a Dios. ¿Qué provecho hay en que guardemos sus ordenanzas y en que andemos de duelo delante del SEÑOR de los ejércitos? (v.14)

Este grupo de judíos calificaban el servicio al Señor como una inversión que no es rentable, han convertido la naturaleza del servicio a Dios en un negocio mercenario, cumplían con las observancias exteriores del culto con la esperanza puesta en ser bien remunerados materialmente. Con estas palabras, este grupo de judíos despliega varios pensamientos de forma simultánea:

  1. Podemos difamar el nombre de Dios y quedar impunes.
  2. Si no servimos a Dios, no hay consecuencias ni a corto, mediano ni largo plazo.
  3. Se consideran más justos que el mismo Señor y no creen en su justicia venidera.
  4. Han olvidado a Dios, siendo incapaces de observar hacia el futuro (miran siempre al espejo retrovisor, y no serán capaces de evitar un inminente accidente).
  5. Creían que su servicio a Dios era perfecto, estableciendo un paradigma (ideal) de servicio en medio de Israel. Sin embargo, su servicio era parcial, querían servir simultáneamente a Dios y a sí mismos, y nadie puede tener dos señores, porque amará a uno y aborrecerá al otro (Luc. 16:13)
  6. Se amaban más a sí mismos que al Señor
  7. Se creían merecedores por derecho de las bendiciones de Dios
  8. Desalientan a otros a servir a Dios (escarnecedores)

Este grupo de Israelitas no encontraba significado en la adoración a Dios, tampoco en los sacrificios que ofrecían en el templo, en sus relaciones horizontales, en sus matrimonios y ahora califican como inservible el servicio a Dios. Habían perdido la esencia que mueve el servicio al Señor, y eso es la Gracia, ese es el motor que nos mueve a entregar nuestras vidas a él, a través de ella entendemos que Dios nos da lo que no merecemos, a su Hijo Jesucristo, por lo tanto, la Gracia forja en nosotros un carácter humilde, porque lo que hemos alcanzado no lo hemos hecho en base a nuestros propios esfuerzos, sino por el perfecto desempeño del Hijo de Dios. Entonces, si consideramos la Gracia en nuestro servicio, que lo que hacemos para Dios, es una respuesta al Señor y no una demanda a él, es porque el Espíritu Santo ha formado en nosotros la misma actitud que hubo en Cristo, que siendo igual a Dios se despojó de sí mismo. Él teniendo todo derecho a aferrarse a su naturaleza divina, siendo la imagen misma del Padre, decidió tomar forma de siervo, no tenía por qué hacerlo, pero él decidió amarnos y dejar un ejemplo genuino de diaconía. Bajo esta observación, ¿podemos nosotros aferrarnos a algún derecho legítimo para no servir a Dios? Si Dios se hizo siervo en Cristo ¿Quiénes somos nosotros para negarnos a ser servidores de quien sí merece toda honra, adoración y alabanza?

Los ángeles sirven con perfección, pero ellos no conocen la Gracia de ser mirados con misericordia por los ojos del Padre, ellos conocen la diferencia entre el bien y el mal, pero desconocen el poder de la conversión del pecado a la Justicia, anhelan encorvarse como los querubines del propiciatorio buscando conocer lo que ocurre cuando somos justificados por pura Gracia. Dios en su infinita sabiduría, ha depositado en nosotros, vasos de barro, el poder redentor del Evangelio ¿Cómo vamos a reaccionar? ¿Qué le queda al barro hacer? Servir al alfarero.

¿Cuál es el servicio primordial que un creyente debe ofrecer al Señor? Algunos pensaran: venir al culto, ofrendar, servir las mesas, hacer el aseo, evangelizar, tener comunión con los hermanos, entre otras muchas acciones, y todas, sin dudas, tienen relación al servicio. Sin embargo, todas estas actividades se resumen en “guardar las ordenanzas del Señor”. Y estos hombres, califican como inútil guardar la Palabra de Dios, recordemos el sermón del domingo pasado, nuestro Pastor Álex nos exhortaba que la única forma de amar a Dios, según las Escrituras, es guardando su Palabra, haciéndola parte de nosotros. Por lo tanto, lo que estos judíos realmente están diciendo es: “No hay provecho en amar a Dios”.  Estos necios proclaman que, si tú amas a Dios, guardando su Palabra, no obtendrás ningún bien, que no hay ningún favor en obedecer sus mandamientos, pero nuestras biblias dicen lo contrario. Que a los “aman a Dios todas las cosas le ayudan a bien” (Rom.8:28); “que quien ama a Cristo, será amado por el Padre” (Juan 14:21); que si amamos a Jesús “el Padre y el Hijo harán morada en nosotros por medio del Espíritu Santo” (Juan 14:23). Estos insensatos ignoran el poder de Dios, y se hacen a sí mismos malditos, al menospreciar la Palabra del Señor, porque evidencian que no aman al Dios que los formó, Pablo nos dice en 1 Corintios 16:22 “que el que no amaré al Señor Jesucristo sea anatema”.

Como hemos aprendido, nuestro cristianismo se basa en la pregunta examinadora ¿Me amas? Y si le amas, guardarás sus mandamientos, y producto del amor a su Palabra brotará en nosotros una voluntad genuina de ser servidores del Señor, nuestro servicio no es más que la expresión de nuestro amor hacia él, por lo tanto, dime como esta tu servicio a Cristo y a su Iglesia y te diré cuanto le amas. Recuerden a aquella mujer pecadora en casa de Simón el fariseo, ella sirvió al Señor, lavó, perfumó y besó los pies del maestro, porque fue objeto del perdón de Dios a pesar por sus múltiples pecados, y reconocía la magnitud de sus impiedades, por eso amo mucho al Señor, la calidad de tu servicio evidenciara tu amor por Cristo, si tu servicio es de segunda clase tu amor es de segunda clase; y el Señor no regaño a esta mujer pecadora por amarlo mucho, no le dijo deja de amarme o deja de servirme, él permitió su servicio, porque ese es el servicio que se espera de un redimido, no hay lugar más alto que estar a los pies de nuestro Salvador, escuchando su voz y sirviéndole.

Lo segundo que nombran es que no hay provecho en “andar de luto”. Y esto apunta a la práctica del ayuno, era costumbre en esta época vestir de luto en medio de esta disciplina espiritual. Como hemos aprendido, el ayuno es una búsqueda profunda de dependencia hacia Dios, expresando dolor por nuestro pecado, declaramos que somos débiles y que nuestro Señor es fuerte, dejamos de comer alimentos que sustentan nuestro cuerpo, y nos dedicamos a comer el alimento espiritual que nutre nuestra alma, nos dedicamos por completo a ingerir y digerir la Palabra de Dios. Y con esto no afirmamos que los alimentos que consumimos a diario sean malos, sino que Dios es mucho mejor que cualquier manjar, cuando ayunamos afirmamos que preferimos al dador de los dones, antes que sus dones, decimos que Dios es suficiente, y estos hombres que menosprecian esta disciplina declaran que prefieren los dones antes que, al dador de los dones, que Dios no es suficiente para satisfacer sus vidas. Cuando ayunamos declaramos estar de luto porque no estamos con nuestro Señor, que la novia está lejos del novio, y si menospreciamos el ayuno estamos diciendo que estamos completos sin Dios, que podemos vivir sin él, pero la Palabra nos dice que separados de la vid verdadera nada podemos hacer. Cuando tomamos la Santa Cena miramos hacia atrás, hacemos memoria del sacrificio histórico y pasado de nuestro Señor, pero cuando ayunamos miramos hacia el futuro con la esperanza puesta en la consumación de la obra salvadora de Cristo en nosotros, pero estos hombres no creen en esta realidad espiritual.

Entonces, la estrategia de estos hombres es derrumbar el motor que mueve el corazón del servicio del cristiano, calificar de inservibles las disciplinas espirituales básicas del creyente, desalentando a quienes sí desean servir al Señor. Por esta razón es que este punto del sermón se denomina “palabras escarnecedoras”, porque quien escarnece, es alguien que se burla, rechaza, ofende y ridiculiza a otros, y eso es lo que está sucediendo en estos pasajes de Malaquías. Estos Israelitas, como narra el Salmo 1, dejaron su servicio, dejaron la espada y la pala abandonaron la casa de Dios, se sentaron en una silla a observar, y esa silla, es la silla de los escarnecedores, no les bastaba con dejar de servir, sino que no permitían el servicio de los demás, eran un tropiezo para los creyentes. Por lo tanto, para sentarse en la silla de los escarnecedores, no es preciso ser un sanguinario, basta usar nuestros labios y palabras violentas para provocar una fisura en el servicio de los demás.  Quizás con tus palabras has desalentado a otros a servir al Señor, reclamando reconocimientos, murmurando el por qué no tienes un ascenso ministerial, criticando el servicio de los demás creyendo que tú lo haces mejor, desalentando a la novia de Cristo, rompiendo el pacto de amor al Padre, si ha sido así en tu vida, con suma premura deberías volver a él en arrepentimiento y Fe, recuerda que Dios atiende al humilde más mira de lejos al altivo.

Estas palabras estarán siempre presentes para desalentar al pueblo del Señor, siempre habrá soberbios tratando de frenar el servicio de la Iglesia, como lo hacía Sanbalat, personaje que estudiamos en la serie de Nehemías, quien realizo múltiples estrategias para desbancar al pueblo de Dios, pero no podemos desmayar, porque esas palabras pasarán, se consumirán en el fuego eterno junto con aquellos que las han hecho su estilo de vida, pero las palabras del Señor son eternas, siguen día a día vigentes, porque él es inmutable, él siempre tiene la última Palabra:

Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano (1 Cor.15:58)

Cuando iniciamos IBGS había momentos en que parecía que trabajábamos en vano, aparentemente no crecíamos, parecía que nuestras ganancias las colocábamos en un saco roto, pero cuando eso sucedía, nos olvidábamos de que esta obra no es nuestra, es la obra del Señor, él la sustenta y le da vida, y mira a tu alrededor, él ha sido Fiel, él no ha cambiado en sus promesas un ápice, Dios ha prosperado a su Iglesia. Por lo tanto, el mejor servicio que puedes hacer a tu Iglesia y al Señor no es colocar una silla, hacer el aseo o pertenecer a algún comité, el mejor servicio es guardar su Palabra y disfrutar tener una profunda comunión con él por medio de las disciplinas espirituales, y cuando escuchemos palabras escarnecedoras, recuerda que nuestras vidas y nuestro servicio están en sus manos, él ha prometido estar con nosotros, y eso es suficiente para su novia.

  1. Envidiando el éxito que fracasa (v.15)

Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon.

Esta porción del texto nos da a entender que los dueños de estas palabras han escuchado a Malaquías pronunciar su profecía, y nuevamente vuelven a hablar. Es como si dijeran: “Si Malaquías, es verdad, eso es lo que pensamos”. Y más aún, ahora confirmamos nuestras Palabras con esta sentencia: “Bienaventurados son los soberbios…” persistían en su insensatez. Estos judíos no solo escarnecen a los hermanos que anhelaban fervientemente servir al Señor, sino que también, alientan, alaban y bendicen a los malos. Estos hombres adoran a quienes Dios aborrece. Prov. 6:16-17, nos dice que hay 6 cosas que Dios aborrece, y lo primero que se nombra en ese listado son “los ojos de los soberbios” ¿Cómo un hombre puede llegar a alabar a quien Dios aborrece? ¿Qué debe suceder para que de nuestros labios broten palabras tan necias como bienaventuranzas para los soberbios? Asaf en el Salmo 73 experimenta algo similar a lo descrito en estos versículos, y nos da la clave para comprender lo que está sucediendo en el verso 3 de ese Salmo: Tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos”. Estos hombres al igual que Asaf tuvieron envidia de los malos envidiando el sistema de valores de este mundo al mirar su aparente prosperidad, anhelando ser igual a ellos. ¿Por qué estos judíos contemplan el éxito de los soberbios? Prov. 27:20 nos dice que El Seol y el Abadón nunca se sacian; así los ojos del hombre nunca están satisfechos” Como hemos dicho, estos hombres no encontraban satisfacción en Dios, y tampoco en el servicio a él, desesperadamente querían lo que tenían los malos, estaban en una búsqueda incesante por un modelo de vida que satisfaciera sus deseos.

Nuestro Señor nos habló de la importancia de nuestros ojos, porque a través de ellos observamos la realidad, damos sentido a nuestras vidas, analizamos, conjeturamos, nos maravillamos, nuestros ojos son la lámpara del cuerpo, son la ventana del alma, y si nuestro ojo es maligno todo nuestro ser estará en tinieblas (Mat.6:22-23); nosotros somos el reflejo de lo que cautiva a nuestros ojos, y sólo dos cosas pueden llenar nuestro ser, la luz o las tinieblas, no hay más opciones. Entonces, la envidia surge por poner nuestra vista donde no debe estar, en los impíos y en las cosas del mundo, y aún podemos tener envidia de la prosperidad de nuestros hermanos. Jonathan Edwards define la envidia como: “un espíritu de insatisfacción y una oposición a la prosperidad y la felicidad de otros, al compararla con la nuestra”. Prov. 14:30 dice: “La envidia es carcoma de los huesos”, es un cáncer que nos puede matar espiritualmente, la envidia trae amargura, la envidia exagera nuestras circunstancias, la envidia es enemiga del contentamiento en nuestro servicio, la envidia no es otra cosa que ateísmo practico, porque finalmente empezamos a razonar y a vivir como si Dios no tuviera control de las cosas, como si él no viera nuestras necesidades, como si él ignorará las injusticias de este mundo, pero si él conoce las palabras violentas de estos hombres insensatos, ¿Él no escuchará atentamente a su viña?

El secreto del contentamiento en nuestro servicio es experimentar que si el Señor es nuestro Pastor nada nos va a faltar, que él es nuestra riqueza, que lo que poseen los demás es pasajero y proviene de verdadera vanidad, pero nosotros somos producto de su preciosa Gracia, y mientras estamos en este mundo él nos dice: “estén contentos con lo que tienen ahora, porque yo no te dejaré ni te desampararé” (Heb.13:5). Entonces, el contentamiento no se trata de tener lo que quieres, sino de valorar verdaderamente lo que ahora tienes, porque te lo ha dado el Señor, recordemos que el verdadero amor no tiene envidia. El puritano Jeremías Borroughs, dijo: “El contentamiento no actúa añadiendo a nuestras circunstancias, sino quitando de nuestros deseos”. Entonces, roguemos al Señor para que él nos despoje de desear el presunto éxito de los malos, y constantemente recordemos el consejo de las Escrituras que nos dicen: No tenga tu corazón envidia de los pecadores, antes persevera en el temor de Jehová todo el tiempo (Prov. 23:17)

Nuestro corazón es el motor que direcciona nuestros ojos, nos convence que los malos triunfarán, que viven vidas felices, vidas en la impunidad, aparentemente tienen todo lo que desea su alma, pero Eclesiastés 6:2 nos dice que Dios “no los faculta para disfrutar de lo que poseen”, porque aquellas cosas que supuestamente se disfrutan sin Dios finalmente producen más sed, es como beber agua salada del mar, interiormente el alma se empieza a deshidratar, para el impío todos sus momentos de alegría son leves, porque su corazón tiene un vacío igual a las dimensiones de Dios, hay un vacío eterno, que sólo él puede ocupar. No nos engañemos, nuestros ojos, y nuestro corazón deben estar direccionados por la realidad de la Palabra, el Señor nos dice: “Tus ojos miren lo recto (Prov.4:25); “Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos mis caminos”; (Prov.23:26) y el Libro de Hebreos nos dice que debemos tener nuestros “ojos puestos en Jesús” (Heb.12:2), si estás en Cristo, tenga lo que tengas lo puedes disfrutar porque tus ojos ven la verdadera realidad, la realidad descrita por Dios, que lo que tenemos es por su Gracia, y él nos faculta para poder disfrutar lo que poseemos por la libertad que tenemos en el Evangelio, recuerda que Salomón después de probar toda ciencias, arte, relaciones humanas, filosofía, concluyo, el final de su discurso es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Ecle. 12:13)

El final de los malos no depende de ellos, depende de quien tiene potestad sobre todas las almas, todas son suyas (Jer. 4:19); y el dará justa retribución a los soberbios, Malaquías lo deja claro:  Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama (Mal. 4:1)

Quien rompa el pacto con Cristo no escapará (Ez.17:18), Dios no puede ser burlado, Prov. 15:25 nos dice Jehová asolará la casa de los soberbios”; aparentemente edifican, aparentemente son prósperos, pero al igual que los Edomitas que trataban de reconstruir sus ciudades y hacer escarnios de los judíos, el Señor los va derribar (Mal.1:4), ellos piensan que se librarán, dicen en su corazón no hay Dios, y si no hay Dios no hay juicio, pueden pensar lo que quieran, pero llegará el día en que los escarnecedores serán escarnecidos (Prov.3:34); y todo aquel que no haya buscado refugio en el Cordero de Dios tendrá que enfrentar al León de la tribu de Judá ¿Y quién podrá mantenerse en pie?

  1. Palabras especiales de un pueblo especial

Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. (v.16)

Por primera vez en el libro tenemos una respuesta positiva de parte de un grupo de judíos, quizás ellos siempre estuvieron ahí escuchando la profecía de Malaquías, y era hora de manifestarse. La primera característica de este grupo es que temen a Jehová, y quien le teme es una persona sabia, porque el principio de la sabiduría es el temor a Dios (Prov. 1:7), todos somos esclavos, por definición, somos servidores del pecado o servidores de Cristo, y estos hombres sabiamente se han hecho a sí mismos esclavos del buen Dios, porque él es un buen amo.

El temor descrito en este pasaje es un temor filial, que viene del concepto latino de familia. Es el mismo temor que un niño tiene por su Padre, es aquel temor de ofender a quien se ama, no por miedo a una tortura o un castigo, sino porque se tiene temor de disgustar a aquel que es, en todo el mundo, la fuente de seguridad y amor; es aquel temor que viene como resultado de la gracia, recordemos, su gracia nos enseñó a temer, el temor a Jehová es limpio (Sal. 19:9), necesitamos este tipo de temor para alejarnos del pecado que nos asedia. ¿Qué es lo que impide al conducir un automóvil que rebasemos el límite de velocidad? El temor a un accidente, de la misma manera, el temor a Dios impide que nuestras vidas se destruyan por el poder del pecado, tememos ofender a quien nos ha perdonado; y Dios ha prometido que la intima comunión con él le pertenece sólo a quienes le temen (Sal.25:14). Estos hombres conocen que, si hay provecho en servir a Dios, que la prosperidad de los malos se acabará, saben que su futuro está en las manos del Padre, conocen muy bien lo que dice Eclesiastés 8:12: Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia

Quien teme al Señor, busca hablar de él, el texto dice que cada uno habló a su compañero, porque tienen en común el temor y respeto a Dios, no sólo escuchan la Palabra, sino que hablan de ella, éstos promueven en sus conversaciones que Dios es un Dios real, que está en su vida cotidiana, hablan de la honra debida a su nombre, no sólo hablan de él, sino que piensan en su nombre, en su persona, hay un celo Santo por engrandecer a su buen Dios. Cada domingo en esta congregación escuchamos la Palabra del Señor expuesta, ¿Qué es lo que inunda tus conversaciones después del culto? Sin duda, que hablamos de las cosas cotidianas, conversamos del día a día, pero si el Señor no esta en esta cotidianeidad algo anda mal. Penosamente hay congregaciones que al terminar su reunión solo hablan del partido de futbol que transcurrió mientras se realizaba la reunión, del acontecer nacional e internacional, de los problemas de los hijos, de lo bonito que lo pasaron el sábado en un día de picnic, de la bolsa de comercio, cuando la Escritura es clara en esto:

Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes (Ef. 4:29)

Dirás, pero hermano, yo no hablo palabras corrompidas, no digo garabatos ni improperios, esa no es la cuestión, la pregunta es si hablas de tu Señor, si tus ojos, tus labios y mente están saturadas de las Palabras de Cristo, porque son las únicas que edifican y dan gracia a nuestros hermanos, cuando nuestro tema central de conversación es Cristo, estamos diciendo que él es el centro de nuestra realidad y de nuestras vidas:

Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas (Deut.6:6-7)

La conversación predilecta del creyente es hablar de quien lo redimió y los salvo de sus pecados. Y a diferencia de las primeras palabras de esta sección, estos hombres, en vez de desalentar a los suyos, en vez de posar sus ojos en la supuesta prosperidad de los malos, ellos alientan a sus compañeros, y esa es nuestra misión mientras servimos a Cristo, alentarnos, estimularnos, exhortarnos, considerarnos, perdonarnos, soportarnos, animarnos, amarnos, someternos los unos a los otros, y eso sólo se logra hablando de Cristo crucificado y su Evangelio.

Malaquías nos dice que el Señor escucho y oyó a los suyos, porque él atiende al humilde (Sal. 138:6); nuevamente decimos, si él escucha las palabras de los insensatos cuanto más de los que temen su nombre. Y Dios no sólo escucha, sino que ha prometido escribir un libro para quienes temen y piensan en su nombre, era costumbre de los reyes del oriente escribir los acontecimientos dignos de recordar, y que grande es nuestro Rey, ninguno de nosotros lleva un registro de las cosas que él ha hecho por nosotros, que son infinitas, ninguna biblioteca podría contener sus misericordias, pero él quien es Santo, Santo, Santo, ha escrito un libro para recordar las obras de su Hijo en nosotros, que diferencia, el acta de los decretos que estaba en nuestra contra, donde estaban todos nuestros pecados, el documento que nos acusaba, fue quitada de en medio y clavada en la Cruz, y el Hijo procuro limpiar con su sangre nuestras vidas y reescribir nuestra historia, y el Padre ha prometido que ninguna de las palabras y acciones del Hijo en nosotros caigan al suelo sin que él las note ¡porque Dios es justo!.

Y serán para mí especial tesoro (v.17)

El Señor no solo escribe un libro sobre su pueblo, sino que los califica como su especial tesoro. El tesoro de los injustos son las efímeras riquezas de la Tierra, pero el tesoro de Dios es su pueblo. La palabra utilizada aquí es “segulá”; la misma palabra que David utiliza en 1 Crónicas 29:3:

Además de esto, por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario, he dado para la casa de mi Dios

Es decir, el Rey David edifico la casa de Dios con sus posesiones más preciadas, de la misma manera nuestro Rey; ha edificado su Iglesia con su especial tesoro, con su pueblo, no con piedras preciosas, sino con piedras vivas, que antes estaban muertas en delitos y pecados, quienes tienen la misión de ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. ¿Cómo podemos entender esta realidad, de que somos su especial tesoro, si las Escrituras nos hablan que sin él somos el gueto del mundo, oprobio, gusanos, barro y polvo de la tierra? Pues es Cristo quien produce esa diferencia en nosotros, Pablo dijo:

Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros (2 Corintios 4:7)

En las vasijas de barro se guardaban desde cosas de valor hasta las que no valían nada, desde líquidos hasta comida, son objetos frágiles, débiles y baratos.  Los rabinos judíos solían decir: “Es imposible guardar el vino en vasijas de oro o plata; pero sí se puede en el más humilde de los contenedores, en vasijas de arcilla. De modo semejante, las palabras de la Ley sólo las puede guardar el que sea el más humilde”. Somos especial tesoro, porque somos contenedores del poder de Dios, somos recipientes de las palabras de Cristo, y a Dios le ha placido mostrar su poder por medio de vasos de barro para que el poder extraordinario sea de él y no de nosotros, para que Cristo sea la fuente de todo poder redentor, y no nosotros, de tal forma, que somos valiosos y humildes servidores según lo que hay en nuestro interior, y eso es el Glorioso Evangelio de Cristo, por eso estos judíos hablan del Señor constantemente, son vasijas portadoras de la Gloria del Cordero, porque el resplandor del Sol de Justicia ha llenado de luz su interior, y del buen tesoro que Dios ha depositado en sus corazones es de donde sacan su lenguaje, sus labios hablan de lo que abunda en sus corazones, la buena noticia, que Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores. ¿Cual es el tesoro que habita en tu corazón? ¿Es el buen tesoro, las palabras de Jesús? ¿O el mal tesoro, palabras violentas? La lengua evidenciara el tipo de tesoro que hay en nuestros corazones.

Spurgeon comentando este texto nos dice:

“El día vendrá en el que las joyas de la corona de nuestro grandioso Rey serán contadas, para comprobar que correspondan al inventario que Su Padre le entregó. Alma mía, ¿estarás tú entre las cosas preciosas de Jesús? Tú eres preciosa para Él, si Él es precioso para ti, y tú serás Suya "en aquel día", si Él es tuyo en este día… ¡qué honor será para nosotros, ser considerados por el Señor como las joyas de Su corona! Todos los santos tienen este honor. Jesús no dice solamente "son míos", sino, "serán míos". Él nos compró, nos buscó, nos recogió, y nos ha forjado a Su imagen de tal manera, que seremos defendidos por Él con todo Su poder”

  1. Distinguiendo entre el Justo y el Malo

Y serán para mí especial tesoro, dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. (v.17-18)

Las últimas palabras de esta sección son del Señor, porque él tiene siempre la última palabra. Cuando él actué perdonará a su “segulá”, a su especial tesoro, no como quien perdona a un esclavo que ha fallado en su labor, sino como un Padre perdona a su hijo: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13-14)

En la parábola del Hijo pródigo el hermano mayor tenía la mentalidad de un esclavo, el piensa que él merece una fiesta porque se ha ganado esa instancia por su trabajo y servicio, eso lo que piensan los judíos de la primera sección de este pasaje, pero hay otro tipo de servidor, que piensa como el hijo pródigo en la casa del Padre, sabe que ahí hay seguridad total, comida en la mesa, descanso, amor, herencia y sobre todo Gracia, se reconoce pecador, sabe que ha desperdiciado todo, y ahora teme ofender a su Padre que le ama, este hijo sabe que su nueva justicia no se basa en su servicio, sino en la Gracia, y que su servidumbre es el resultado natural de una nueva relación con su Padre; pero para que este perdón haya sido desplegado, alguien tuvo que pagar un precio por nuestros pecados, porque perdonar es pagar la deuda, nuestro verdadero hermano mayor, el primogénito y unigénito hijo de Dios, no fue perdonado en la Cruz, para que nosotros seamos perdonados, alguien tuvo que recuperar lo desperdiciado, él sufrió por nuestras iniquidades, ya que el perdón es una forma de sufrimiento voluntaria (Keller); así Dios Padre, nos ama como si nosotros le hubiésemos servido de forma perfecta; como lo hizo Cristo, y el Padre trató a Jesús como si él hubiera sido el soberbio que cometió cada uno de nuestro pecados, que contraste más impactante, nosotros somos los contenedores de barro en donde Dios deposita su glorioso Evangelio, pero el Hijo fue el vaso divino que contenía todos nuestros pecados. El Hijo nos hizo hijos del Padre, y al mismo tiempo coherederos, y ¿Qué hay que hacer para recibir una herencia? Pues nada, alguien tuvo que morir, un pariente, un padre o una madre, en nuestro caso nuestro hermano mayor murió por nosotros, y su muerte nos hizo herederos de toda bendición espiritual, por lo que lo único que nos queda es responder en arrepentimiento y Fe ante esta realidad.

Es Cristo quien hace la diferencia entre justo y el malo, porque él justifica al ímpio, él hace la diferencia entre el que sirve y no sirve a Dios, desde su venida ha estado purificando con fuego y agua a su pueblo, y llegará el día en que él separe a los cabritos de las ovejas, y el fuego de la purificación para los suyos se detenga y el fuego eterno del infierno haga juicio a los malos. Los judíos que califican de inútil servir a Dios, no pueden percibir las cosas espirituales, porque sus ojos están cerrados, sus miradas las han puesto en las riquezas materiales de este mundo, pero nuestros ojos han sido abiertos, el velo ha sido roto, las apariencias confusas han sido destruidas, porque hemos entrado en la presencia de Dios en su templo, como lo hizo Asaf y hemos contemplado el fin de los malos. La historia lo demuestra ¿Dónde esta Egipto? ¿Dónde está Babilonia? ¿Dónde está Asiria? ¿Dónde están los edomitas? Dios hizo justicia en el pasado, lo hace en el presente y lo hará en futuro.  El Señor ha dicho que nuestros ojos mirarán y verán la recompensa de los impíos (Sal. 91:8)

Llegará el día en que se examinará todo árbol, y todo árbol el que no dé frutos será cortado de raíz, y echado al fuego eterno, pero todo árbol plantado por Dios, cimentado junto a corrientes de agua, que da fruto a su tiempo que su hoja no cae, que posee verdadera prosperidad, será puesto en el cielo, y estará arraigado al árbol de la vida para siempre. Sólo hay dos tipos de árboles, sólo hay dos caminos, uno ancho y otro estrecho, sólo hay dos tipos de palabras, sólo hay dos tipos de personas: Los justos y los injustos. ¿Quién eres? Si no los puedes distinguir aún, ruega al Señor por su Gracia, porque aún hay esperanza para más pródigos.

Mientras esperamos el día final paradójicamente nuestro Dios Padre, hace salir el sol sobre malos y buenos, hace llover sobre justos e injustos (Mat.5:45), mientras dure esta era él sigue repartiendo muchos de sus dones y bendiciones a personas crueles y perversas. ¿Qué hacemos mientras tanto? Él nos dice:

“Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”(Lc. 6:35-36)

Mientras estamos en Babilonia, el nos dice, sírvanme, como lo hizo Daniel, Sadrac, Mesac y Abed- Nego, vivan en el mundo, pero no sean como el mundo, construyan, edifiquen, tengan hijos, edúquense en Babilonia, pero no se contaminen con la cosmovisión de Babilonia, coman en la mesa de Babilonia, pero no los alimentos de Babilonia, amen a las personas de Babilonia, pero no a Babilonia, amen a sus enemigos, porque un día nosotros fuimos enemigos de Dios, antes éramos ciudadanos Babilonios, pero Cristo nos dio pasaportes para su reino eterno,  hagamos bien a nuestros enemigos, porque un día el Señor nos hizo bien, y  dispuso a su pueblo que nos hiciera bien, prestemos sin esperar nada, porque todo lo tenemos en Cristo, antes éramos por naturaleza hijos de ira, pero nuestro Señor fue misericordioso y miró nuestra condición y ahora somos hijos del reino. Aún hay muchos injustos que pueden volverse justos, porque la redención que tenemos en Cristo está disponible hoy para más vasos de barros, que pueden servir al alfarero y ser depósitos de la buena noticia.