Jesús, el Buen Pastor

Domingo 5 de febrero de 2017

Texto base: Juan 10:1-8.

En los mensajes anteriores, vimos la obra de Cristo en un hombre que había sido ciego de nacimiento. Jesús se compadeció de él mientras se encontraba en su miseria, destinado a mendigar, y siendo considerado maldito por la cultura religiosa de su época.

Pero en este ciego se veía reflejada en realidad toda la humanidad, que es ciega de nacimiento por efecto del pecado. Aunque nuestros ojos físicos vean, nuestros ojos espirituales están cerrados a la gloria de Dios, y necesitamos que Él nos abra la vista.

Jesús, al dar vista a este ciego, estaba anunciando a través de un ejemplo vivo, que Él es la luz del mundo, que alumbra a una humanidad que se encuentra en tinieblas de muerte.

Aunque los líderes religiosos permanecieron en terca incredulidad, e incluso expulsaron a este hombre de la sinagoga por no callar lo que Jesús hizo en Él, este pordiosero que había sido ciego toda su vida recibió la misericordia de Dios, y pudo ver a Cristo no sólo con sus ojos físicos, sino también con los espirituales.

Cristo se acercó a Él para completar su obra en este hombre. Le dio vista en el más pleno sentido. Aquí vemos que, el que comenzó en nosotros tan buena obra, la perfeccionará (Fil. 1:6). De Él es toda la gloria, y Él merece toda alabanza

El pasaje que veremos a continuación, es la continuación del episodio de este ciego. Los fariseos ahora serán presentados como los falsos pastores, que han expulsado a una oveja que supo reconocer la voz del verdadero Pastor: Jesucristo. Él, como buen pastor, a diferencia de los fariseos, buscó y encontró a esta oveja que fue expulsada y dañada. Debemos entender lo que viene, entonces, en conexión con la historia de la sanidad de este ciego de nacimiento.

En palabras de Jesús, lo que veremos hoy es una alegoría, una figura del lenguaje que nos ayuda a comprender mejor una situación. Es importante saber que, de acuerdo a los comentaristas, no debemos intentar explicar cada aspecto o rasgo de la alegoría, porque es un símbolo, no pretende ser una descripción detallada de la realidad. Entonces, se debe captar la idea principal, y cuando Jesús explique o aclare algún concepto, o su significado resulte evidente por el contexto histórico, se debe tener en cuenta esa aclaración. Pero el exceso de análisis puede llevar a malas interpretaciones.

Por lo mismo, nos centraremos en los conceptos: puerta, redil, ovejas, pastor, rebaño, ladrón, extraño y asalariado, que son los que Jesús explicó, o que resultan claros del contexto. La idea de fondo es la del pastor oriental, que por la mañana entra en el redil donde duermen sus ovejas. El portero le abre, y entonces el pastor saca a sus propias ovejas llamándolas por el nombre que les ha dado. Luego, vemos al pastor que guía a las ovejas hacia los pastos, con su voz las dirige y las cuida. Por la noche el pastor regresa con el rebaño y lo protege contra los lobos. Está dispuesto, a arriesgar su propia vida en defensa de ellas, ya que, como es el verdadero pastor, está profundamente interesado en sus ovejas.

     I.        El redil y las ovejas

Queda claro que, para ser el verdadero pastor, se debe entrar por la puerta del redil. Eso es lo que hace un pastor. Quien ingresa por otra parte, es ladrón y salteador. Pero para entender esta alegoría, es necesario considerar que el Señor usa el concepto de las ovejas para referirse a su pueblo a lo largo de las Escrituras, y Él mismo se presenta como el Pastor de ellas, de tal manera que cada creyente es una oveja, y el pueblo completo es su rebaño, o las ovejas de su redil:

Jehová es mi pastor; nada me faltará” (Sal. 23:1).

nosotros, tu pueblo y ovejas de tu prado, te alabaremos por siempre; de generación en generación cantaremos tus alabanzas” Sal. 79:13

Pastor de Israel, tú que guías a José como a un rebaño, tú que reinas entre los querubines, ¡escúchanos!” Sal. 80:1

Entonces, para quien tuviera alguna idea de las Escrituras, esta figura de las ovejas y el pastor, entendida espiritualmente, no debería resultar extraña, ya que es clara la alegoría del pueblo de Dios como ovejas, y el Señor como su Pastor, destacando la dependencia absoluta de los creyentes respecto de Dios, tal como las ovejas necesitan a su pastor para sus cuidados más elementales, tanto así que no sobrevivirían por sí solas, y sólo servirían para alimentar a los lobos, los leones o los osos, o para ser robadas por ladrones y salteadores.

Jesús, entonces, recurre a esta alegoría para explicar una realidad espiritual. La imagen, por lo demás, debía resultar muy familiar para los judíos de la época. El redil era un espacio al aire libre, cercado y sin techo. Consistía en un muro de piedra tosca con una fuerte puerta (Hendriksen). Lo más exacto es pensar en un lugar amplio, donde varias familias mantenían a sus ovejas, y contrataban a un portero para guardar la entrada al redil. Aquellos que estuvieran autorizados para entrar, lo harían por la puerta. La única razón para saltarse la puerta, sería querer llevarse algunas ovejas sin ser sorprendido.

En esta alegoría, el redil hace referencia al pueblo de Israel, y las ovejas son aquellos dentro de ese pueblo que verdaderamente tienen al Señor como su Pastor, y que son guiados por Él. Es importante destacar aquí que la unidad del pueblo de Dios como un rebaño, se relaciona con bendición en la Biblia, mientras que la dispersión es perjuicio y maldición. Las ovejas dispersas del rebaño, aquellas que se encuentran apartadas y aisladas, están en grave peligro, y pueden ser fácilmente atacadas y devoradas por el lobo.

Tristemente, esa es la situación de las ovejas del Señor en el momento en que Cristo viene al mundo, y eso puede comprobarse con el matonaje de los líderes religiosos hacia quienes verdaderamente querían seguir a Cristo, amenazando con expulsarlos de la sinagoga si creían en Él, y pasando incluso a la violencia física si las amenazas no daban resultado.

    II.        Los ladrones, extraños y asalariados

Aparecen en escena, entonces, los ladrones y salteadores. Pero no podemos entender esto debidamente si no tenemos en cuenta lo que el Señor dice en Ezequiel cap. 34: Dijimos que el Señor es el Pastor de su pueblo, pero Él también entregó a miembros de ese pueblo, el privilegio y la autoridad de presidir a sus hermanos, gobernando sobre ellos.

Lamentablemente, lejos de cumplir con su función, se dedicaron a apacentarse a sí mismos, olvidándose de su labor de cuidar, proteger y sustentar al rebaño en representación del Señor. El Señor mandó al profeta Ezequiel a decirles: “no han fortalecido a las débiles, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, no han buscado a la perdida; sino que las han dominado con dureza y con severidad. Las ovejas se han dispersado por falta de pastor, y se han convertido en alimento para toda fiera del campo. ¡Se han dispersado! Mis ovejas andaban errantes por todos los montes y por toda colina alta. Mis ovejas han sido dispersadas por toda la superficie de la tierra, sin haber quien las busque ni pregunte por ellas” (34:4-6).

Esta era, entonces, la situación que Jesús encontró a su venida. Su juicio, entonces, estaba por caer sobre aquellos ladrones y salteadores que se hacían pasar por pastores de las ovejas.

Jesús piensa aquí en los hombres que están frente a él mientras habla, es decir, los líderes religiosos del pueblo, los miembros del Sanedrín, los fariseos y saduceos, quienes intimidaban y amenazaban a la gente para que no siguiera a Jesús, intentando así robarse sus ovejas, evitando que se salvaran siguiendo a Jesús. Ellos eran los que buscaban poder, honra y gloria para sí mismos, despreciando a Jesucristo, quien es el verdadero y supremo Pastor de las ovejas.

Esto nos sirve para apreciar una terrible situación: la ordenación de una persona para un servicio religioso, no nos dice nada sobre el real estado de su alma. Estos líderes estaban más interesados en esquilar a las ovejas que en guiarlas, nutrirlas y cuidarlas; se preocupaban más por su propio bien, que por las ovejas que estaban bajo su cuidado.

Cuando Jesús se refiere al egoísmo y tiranía de los fariseos como líderes, al tratar de promover su propia gloria e impedir que las ovejas sigan a Cristo para salvación, habla de ellos como ladrones y salteadores. Cuando se refiere al conocimiento íntimo que tiene de sus discípulos y desea contrastarlo con la ignorancia de los fariseos, quienes no conocen ni al Señor ni a su pueblo, habla de ellos como los extraños (Hendriksen).

Por otra parte, cuando se refiere a ellos como asalariados, está apuntando a que ellos realmente no aman a las ovejas, sino que las cuidan por salario. El que simplemente cuida a las ovejas porque le reporta un provecho económico, no dará su vida por las ovejas. El asalariado no tiene su ser comprometido en cuidar a las ovejas, no arriesgaría su pellejo por librarlas del mal. Basta con que vea venir al lobo para que decida abandonar su trabajo y huir, dejando desamparadas a las ovejas a su suerte. Sin nadie que las proteja, el lobo ataca a las ovejas y las dispersa.

A diferencia de Cristo, que significa vida y salvación para quienes se acercan a él, el ladrón viene para hurtar, matar y destruir. No busca el bien de las ovejas, sino que busca sacar un provecho ilegítimo de ellas, e incluso busca derechamente su mal, ya que hurtar, matar y destruir son acciones que necesariamente implican un daño a quien las sufre, y un daño profundo y muchas veces irreparable.

La actitud de ladrones, de extraños y de asalariados que tenían los líderes religiosos, contrasta con el tierno cuidado y liderazgo de Cristo como el Buen Pastor.

Además del pasaje de Ezequel 34, el Señor en el Antiguo Testamento reprende en numerosos pasajes este abandono de deberes por parte de los que debían pastorear a su pueblo:

Los centinelas de Israel son ciegos, Ninguno sabe nada. Todos son perros mudos que no pueden ladrar, Soñadores acostados, amigos de dormir; 11 Y los perros son voraces, no se sacian. Ellos son pastores que no saben entender. Todos se han apartado por su propio camino, Cada cual, hasta el último, busca su propia ganancia” (Is. 56:10-11).

¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de Mis prados!,” declara el Señor. Por tanto, así dice el Señor, Dios de Israel, acerca de los pastores que apacientan a Mi pueblo: “Ustedes han dispersado Mis ovejas y las han ahuyentado, y no se han ocupado de ellas. Por eso Yo me encargaré de ustedes por la maldad de sus obras,” declara el Señor” Jer. 23:1-2.

¡Ay del pastor inútil Que abandona el rebaño!” (Zac. 11:17)

Está claro que esto se decía de los líderes religiosos que oprimían al pueblo de Israel en aquél entonces, pero puede aplicarse a todo aquel que tenga la responsabilidad de guiar al pueblo de Dios. En el Nuevo Testamento, además del caso de estos líderes religiosos, encontramos luego a los judaizantes, que querían esclavizar a la Iglesia de Cristo sometiéndola nuevamente al yugo de la ley. Encontramos también a Diótrefes, un pastor a quien le gustaba tener el primer lugar en todo, gobernando con violencia sobre las ovejas. Sabemos también de varios que predicaban doctrinas ajenas a Cristo, como vemos en las cartas a las iglesias de Apocalipsis.

Hoy, está lleno de casos de pastores autoritarios que gobiernan por la fuerza, bajo amenazas, chantajes, humillaciones y legalismo. Otros agregan a estas faltas, el esquilar financieramente a sus ovejas, enriqueciéndose a costa de ellas. Lo que queda claro, es que cualquiera que se levante como pastor, pero que no vaya hacia las ovejas por medio de Cristo, quien es la puerta del redil, lo único que logrará será hurtar, matar y destruir, perdiéndose a sí mismo, y dañando a quienes están bajo su cuidado.

En consecuencia, hay buenos y malos pastores, y aún los mejores pastores de entre los hombres, cometen pecados contra sus ovejas. No sólo en el ámbito de la iglesia, sino que en general, en el mundo, muchos se ofrecen como pastores y hablan de su propia bondad, y sus virtudes para dirigir a la humanidad. Pero sólo Cristo es el verdadero y Buen Pastor, quien da su vida por sus ovejas y puede llevarlas realmente a salvación.

   III.        Jesús, la Puerta del redil

Como ya fue dicho, Jesús es la puerta del redil, y esto debemos entenderlo en dos sentidos: i) Sólo a través de él podemos pasar hacia el redil como ovejas, y ii) todo el que tenga la responsabilidad de guiar al pueblo de Dios, debe hacerlo por medio de Jesucristo, es decir, no puede acceder legítimamente a las ovejas si Él mismo no ha sometido su vida y ministerio a Cristo.

Por Él debe entrar el pastor verdadero, y por Él deben salir también las ovejas. Él es el único medio por el cual se puede tener acceso legítimo al redil: no hay otra entrada. Esta es una figura de la salvación, y también de cómo el Señor nos guía y alimenta una vez salvos. No somos dejados a nuestra suerte, tenemos al Buen Pastor quien se ocupa de nosotros.

En cuanto a los pastores, aquellos que quieran guiar al pueblo de Dios, deben pasar por esta puerta, tanto para entrar al redil a buscar a las ovejas, como para sacarlas y guiarlas hacia los pastos. Deben pasar por Cristo. Él es la puerta del redil, no hay otro acceso autorizado. No hay otra forma de pasar, y quienes no transiten por esa puerta, son los que vienen a hurtar, matar y destruir.

Lo distintivo del pastor que obra bien, entonces, es que entra por la puerta del redil. Él hace la obra ordenadamente, con diligencia y en el orden en que debe ser hecha. El verdadero pastor de almas es el que entra al ministerio con la única visión de dar gloria a Cristo, haciendo todo con el poder de Cristo, predicando la doctrina de Cristo, caminando en las pisadas de Cristo, y trabajando para traer hombres y mujeres a los pies de Cristo. Quien no entre con esta motivación, es un falso pastor, un impostor que ha trepado hacia el redil por algún lado.

Para las ovejas, la fe en Cristo es la única forma de cruzar exitosamente por esta puerta: deben entrar al redil por Cristo, y deben salir guiadas por Él para ser nutridas y alimentadas. Y aquí la fe implica una confianza plena en Cristo para salvación, como aquél Pastor que dio su vida para que nosotros pudiésemos tener vida, y vida en abundancia. Cristo es también quien nos da identidad, al entrar por Él hacia su redil, somos hechos nuevas criaturas, y habiendo sido cabritos salvajes, ahora somos hechos ovejas de su prado, pastoreadas por el Príncipe de los Pastores.

Las ovejas que entran por esta gloriosa puerta, reciben liberación de la culpa, la miseria y el castigo del pecado. Reciben el amor de Dios derramado en su corazón, la paz de Dios que supera todo entendimiento, reciben a Cristo mismo viviendo en sus corazones por el Espíritu Santo que les es dado, tienen ahora consuelo en la aflicción, gracia abundante para cada día, perdón ante el corazón contrito por el pecado, fortaleza para la lucha y la tentación, dones para servir, una misión hermosa para cumplir, un Cuerpo de creyentes para disfrutar la comunión, y todos los tesoros del conocimiento y la sabiduría, todo lo que pertenece a la vida y la piedad; todo esto por medio del Buen Pastor que las cuida y las ama, y las guarda en su mano para seguridad eterna.

Asegurémonos, entonces, de haber entrado por Cristo, la puerta, a este redil, y no quedarnos simplemente mirando la puerta sin llegar a entrar. Es una puerta abierta aun para el más grande de los pecadores. Cristo lo prometió: “el que por mí entrare, será salvo”, si entramos al redil por medio de Él, encontraremos abundante sustento para toda necesidad de nuestra alma. Consideremos que un día esa puerta será cerrada para siempre, y para entonces querremos entrar, pero será tarde.

Recuerda que debes entrar por la fe en Cristo, y que no hay otra forma. No puedes entrar al redil por el hecho de tener un familiar que es oveja, o porque te unes a las ovejas en sus paseos, pero sigues siendo un cabrito. Puedes llevar años rodeando el redil, pero si no has entrado por la puerta, no eres parte de las ovejas de Cristo. Examina tu corazón, la única forma de cruzar esa puerta, es poniendo tu fe y tu esperanza solamente en Cristo para tener vida y salvación.

  IV.        Jesús, el Buen Pastor

Pero Jesús no sólo es la puerta, sino también el Pastor. Al comienzo de este mensaje, mencioné que el Señor en Ezequiel 34 había reprendido a los falsos pastores por abandonar a sus ovejas, por aprovecharse de ellas y llevarlas a quedar dispersas. El Señor pronunció juicio sobre ellos, anunciando que los sacaría del cuidado de sus ovejas, pero además hizo una promesa:

Yo mismo buscaré Mis ovejas y velaré por ellas… Yo apacentaré Mis ovejas y las llevaré a reposar,” declara el Señor Dios. 16 “Buscaré la perdida, haré volver la descarriada, vendaré la herida y fortaleceré la enferma; pero destruiré la engordada y la fuerte. Las apacentaré con justicia…  Entonces pondré sobre ellas un solo pastor que las apacentará: Mi siervo David. El las apacentará y será su pastor. 24 Entonces Yo, el Señor, seré su Dios, y Mi siervo David será príncipe en medio de ellas. Yo, el Señor, he hablado” (Ez. 34:11, 15-16, 23-24).

Jesús, al afirmar que Él es el Buen Pastor (v. 11), está informando que Él es el cumplimiento de esta promesa del Señor, quien daría a su pueblo un Pastor que sería Él mismo, y a la vez Hijo de David. Él mismo guiaría a sus ovejas con justicia, y las haría disfrutar de paz, se preocuparía personalmente de satisfacer sus necesidades y darles protección, y ese día había llegado: Él, Jesucristo, era el Buen Pastor que había de venir.

Cristo no sólo es la puerta del redil, sino que también es el buen pastor, y como tal, tiene una característica: está de tal forma entregado al bien de sus ovejas, que da su vida por ellas, por protegerlas, cuidarlas y sustentarlas. Está dedicado por completo al bien de las ovejas, aun cuando eso signifique morir por ellas.

Esto claramente no aplica a un pastor ordinario, por bueno que sea. Él no puede “dar” su vida por las ovejas. En la vida cotidiana, la muerte de un pastor implica la indefensión del rebaño, y probablemente la muerte de sus ovejas. Pero en este caso, la muerte de Jesucristo, el Buen Pastor, implica que sus ovejas reciben vida, y vida en abundancia.

El Buen Pastor da su vida en bien de las ovejas, y para eso, debe morir en lugar de ellas. Debe tomar su lugar, sufriendo la muerte y la destrucción, para que ellas puedan disfrutar de la vida y la bendición, y esto está lejos de ser accidental; es precisamente lo que lo califica para ser el Buen Pastor: Por su muerte, no expone a sus ovejas al peligro, sino que las atrae a sí mismo. No muere por ellas simplemente para servir de ejemplo, o para demostrar cuánto las ama. Muere por ellas porque es la única forma de que sean salvas. Este énfasis en la voluntad de Jesús de morir por sus ovejas, se relaciona con el hecho de que las ama, y tiene una relación profunda con ellas.

Esto nos muestra que Cristo es un Pastor bueno, de corazón tierno hacia sus ovejas: “Como pastor apacentará Su rebaño,               En Su brazo recogerá los corderos, Y en Su seno los llevará; Guiará con cuidado a las recién paridas” (Is. 40:11).

La relación de Jesús con sus ovejas, es tan íntima como la relación que tiene con su Padre. Esto debe maravillarnos, tal como el Padre y Cristo se conocen, tal como ellos están relacionados de manera profunda y personal, es como Jesús también está relacionado con sus ovejas, por eso da su vida por ellas, porque las ovejas son parte de sí mismo.

Él conoce a sus ovejas. No sólo ve que están ahí. No sólo sabe que tiene un rebaño, una masa de ovejas sin rostro. Él conoce a cada oveja, sabe quiénes son, su relación con ellas es personal. Y el hecho de que las ovejas conozcan también a su pastor, implica que no las cuida de manera impersonal. No las guía sólo porque tiene que hacerlo, ni lo hace de manera lejana, sino que las pastorea con dedicación y lo hace personalmente, tanto así que las ovejas también lo conocen y lo siguen. Jesús, como buen Pastor, conoce a sus ovejas y tiene con ellas una comunión en amor.

Cristo conoce a su pueblo, conoce a los creyentes: conoce sus nombres, sus familias, el lugar en el que viven, sus circunstancias, conoce todo lo que han hecho, aun lo que piensan y lo que sueñan, su experiencia, sus luchas, en fin, conoce todo; no hay nada, por más pequeño que nos parezca, que Él no conozca de nosotros. Y esto es lo maravilloso, que a pesar de conocernos así, de una manera que ni siquiera nosotros nos conocemos, en vez de rechazarnos por toda nuestra maldad y nuestras imperfecciones, Él escogió amarnos, y amarnos hasta la muerte.

Él no nos desecha, no nos echa a un lado, no nos arroja del redil, sino que nos ama, nos conoce y se relaciona con nosotros, y no sólo eso, sino que también nos cuida, nos sustenta, nos guarda del mal, nos lleva a pastos delicados, conforta nuestra alma, nos libra del mal, y el bien y la misericordia de su Casa nos siguen todos los días de nuestra vida. Él soporta nuestras debilidades, lleva nuestras cargas, nos toma en sus brazos, y cuando extraviamos el rumbo, nos guía de vuelta al redil. Es paciente con nosotros, no nos desecha cuando quedamos cojos, sino que nos venda y nos sana.

Jesús sólo tiene esta relación de amor perfecto con su Iglesia, con aquellos que creen en su nombre y reconocen su voz. Nadie más disfruta de esta comunión especial, sino aquellos que han creído en Él para salvación. Se preocupa de cada una de las ovejas, saca a todas las propias, y lo hace guiándose, yendo delante de ellas. La actitud del buen pastor es liderar, y las ovejas siguen al pastor, porque conocen su voz, hay una confianza en quien cuida de ellas, las sustenta, las alimenta y las protege.

En el medio oriente, muchos pastores tenían la costumbre de dejar durante la noche a sus ovejas junto a rebaños de otros pastores, en el mismo redil. Luego, en la mañana, cada pastor sacaba a sus propias ovejas, y ellas salían reconociendo la voz de su pastor, ignorando a aquel que no lo fuera. Jesús saca a cada una por su nombre y con su voz inconfundible, y ninguna se queda sin ser guiada y pastoreada.

Él vino para que tengamos vida, vino para dar vida, ya que la vida está en Él. Y no es simplemente que nos dé la vida y nos abandone a nuestra suerte, sino que nos da vida en abundancia, nos hace vivir verdaderamente y en plenitud. Y esto debe hacernos estremecer: Él dejó temporalmente su gloria eterna, tomó forma de siervo y se hizo obediente hasta la cruz, para darnos vida. Y esto no lo hizo por gente noble y valiosa, sino por criminales, por rebeldes que quebrantaron su voluntad y lo desconocieron como pastor de sus vidas.

El vino en obediencia a su Padre, y su Padre ama a Cristo por esta obediencia perfecta. El mandamiento que recibió es entregar su vida por las ovejas, morir por su rebaño, y luego volver a vivir con poder.

Y lo que dice Cristo aquí es muy relevante, a Él nadie le quitó la vida como se habría hecho en cualquier homicidio, o en una ejecución.  Fue Él quien la entregó, y lo hizo con poder. No fue un suicidio. Él no se vio sobrepasado por las circunstancias, no se quitó la vida como Saúl, para que sus enemigos no lo mataran de forma humillante.

Tampoco fue simplemente un mártir. Ha habido muchos cristianos que han muerto de esta forma, dando testimonio de su fe hasta la sangre. Otros han muerto por buenas causas. Pero ninguno de ellos entregó su vida con poder, su muerte no podía vencer nada, ni dar nada a nadie. Su muerte sólo tenía que ver con ellos mismos.

Pero Cristo es único, ya que sólo Él tiene vida en sí mismo. Y esto nos demuestra que Él es Dios, ya que ningún ser creado puede decir que tiene vida en sí mismo. Todo ser creado toma la vida de su Creador, es decir, como criaturas la vida nos fue dada por Dios. Pero Cristo no tomó su vida de nadie, sino que Él mismo es la vida (Juan 1, 14:6).

Entonces, cuando Cristo entregó su vida, lo hizo como nadie podría hacerlo, ya que Él es la vida misma. Entregó su vida con poder, nadie podía quitársela, sino que Él la entregó, y con poder también la volvió a tomar, la muerte no podía vencerlo, no podía retenerlo y dejarlo en prisión. Él estuvo siempre en control, con poder entregó su vida y la volvió a tomar.

El hecho de que Cristo anuncie de antemano su muerte voluntaria, impide que sus enemigos puedan jactarse de que se trató de su victoria, y da una razón poderosa a sus discípulos para que no desesperen al ver que su Maestro muere: Él da su vida, pero para volverla a tomar. Tanto la muerte como la resurrección de Cristo, son actos de obediencia del Hijo de Dios hacia su Padre Celestial.

Cristo quiso morir por sus ovejas, y si tú has creído en Él, si has puesto en Él toda tu fe y tu esperanza para salvación, puedes saber que Él conoce tu nombre, te conoce personalmente, y entregó su vida por amor a ti.

¿Es Jesús tu Pastor? A todos les gusta el Salmo 23, pero cuando lees “Jehová es mi pastor”, ¿Eso realmente está describiendo tu vida? ¿Reconoces la voz de Jesús? ¿Te sometes humildemente a su tierno pastoreo, sin tomar tus propios caminos e ir hacia tus propios pastos?

Tristemente, tendemos a la rebelión. Los hombres buscan sus propios pastores, sus propios salvadores, y así es como surgió un Hitler, un Stalin, un Mao, y una lista innumerable de falsos pastores que prometieron llevar a su pueblo a un mundo mejor, pero sólo terminaron creando un infierno en la tierra.

Aunque no caigamos en errores tan obvios, tendemos a buscar pastoreo en otro lado, y eso no es otra cosa que una forma oculta de buscar ser nuestros propios pastores. Eso es lo que queremos, que en vez de “Jehová es mi pastor”, diga “yo no soy oveja de nadie, soy mi propio pastor”. Aun cuando nos buscamos otro pastor, lo que estamos haciendo es cumplir nuestro deseo de hacer lo que queremos, de no someternos al verdadero y grandioso Pastor.

Pero no cometas tal necedad, no hay Pastor como Cristo. Sólo Él es el Buen Pastor. Todos los demás te llevarán a la más completa y terrible destrucción. No te resistas más, nos seas como el caballo o la mula que deben ser sujetados con un freno, sé más bien esa oveja humilde que reconoce a Cristo por la fe, como el único que puede llevarla a la vida eterna.

Entra por Cristo, la puerta del redil, entrégate al cuidado de este, el único Buen Pastor, que entregó su vida para que tengas vida, y la tengas en abundancia. Él es digno. Amén.