Texto base: Jn. 12:31-36.

En la predicación anterior vimos cómo el interés de unos griegos por conocer a Jesús significó el anuncio de que el nuevo pacto ya estaba por consumarse, y que por tanto había llegado a la hora de que Jesús pasara de este mundo al padre.

Como el grano de trigo cae al suelo y muere, y sólo de esta forma puede germinar y llevar frutos, así también Jesús también debía morir, y de esta manera produciría una gloriosa cosecha espiritual de almas salvadas.

Jesús deja también en claro que aquellos que sean sus discípulos, deberán morir también. Quien quiera ser su discípulo, deberá aborrecer su vida en este mundo, muriendo a sí mismo para tener la vida que sólo en Cristo pueden encontrarse, y a quien así haga, el mismo Padre Celestial le honrará.

Hoy veremos cómo el momento en que Cristo muere, es también uno en que personas de toda la humanidad son atraídas poderosa e irresistiblemente por Cristo para salvación, y a la vez, un momento en que el mundo y satanás son juzgados por su rebelión, lo que nos lleva a la urgencia de vivir bajo la luz que es Cristo y su Palabra.

     I.        El mundo y su príncipe son juzgados

La hora en que Jesús es glorificado, es también la hora de su muerte y resurrección, la hora en qué pasa de este mundo al padre. Pero esa hora no es sólo una en que los pecadores son salvados por el sacrificio de Jesús, sino también una en que Satanás es juzgado, es atado, ya no puede seguir ejerciendo exactamente la misma influencia que antes. Esto no significa que no realice una obra, pero no será de la misma forma, y Cristo ya le ha dado un golpe letal con su sacrificio.

La Escritura no detalla cómo, pero Satanás usurpó el dominio del mundo bajo pecado y ejerce un gobierno sobre él, por lo que la Biblia le llama “el príncipe de este mundo”. Luego del pecado de Adán, el diablo usurpó la autoridad que éste tenía sobre el mundo, y gobierna sobre imperios mundiales, autoridades, movimientos políticos, filosóficos e intelectuales.

Este dragón maligno y espantoso ha tenido una influencia muy dañina. Se nos dice que su cola arrastró a la 3ra parte de las estrellas del cielo, lo que quiere decir que con su obra engañosa y su tentación, hizo caer consigo a una parte de los ángeles del Señor, los que conocemos como ángeles caídos (Ap. 12:4). Se nos dice que fue 1/3 de los ángeles, lo que es incalculable, pero también nos indica que la mayor parte de los ángeles permaneció fiel al Señor.

Además, Satanás siempre ha querido eliminar a los santos del Señor. Bajo la influencia de Satanás, Caín mató a Abel, cuyo sacrificio había agradado a Dios. Faraón esclavizó y quiso matar a los israelitas, Saúl quiso matar a David, y Herodes mandó a asesinar a todos los niños nacidos en los días próximos al nacimiento de Cristo. Satanás siempre ha intentado frustrar los propósitos de Dios que se desarrollan a través de la mujer, su Iglesia, su pueblo.

Debes saber, hermano amado, que desde el momento en que naciste de nuevo en Cristo, cuentas con un enemigo histórico, que te odia y desea tu destrucción, porque odia a tu Padre Celestial. Mientras eras un no creyente, este dragón era tu príncipe y tú hacías lo que él quería. Pero una vez en Cristo, habiendo pasado del reino de las tinieblas al Reino de la luz admirable, este dragón que era tu príncipe ahora es tu enemigo, y hará todo lo posible por engañarte y para hacerte caer, y te mentirá sobre Dios, sobre su Palabra y sobre ti mismo.

Sin embargo, por lo que nos revela la misma Escritura, sabemos que este poder está limitado y es temporal. Es simplemente aparente, tiene fecha de vencimiento, y la Iglesia puede estar confiada en que el Señor es quien verdaderamente está en control de todas las cosas. Como nos dice Kistemaker, “el diablo ejerce terrible poder; sin embargo, los santos en el cielo y en la tierra saben que su poder llega a su fin en la consumación. Pueden cantar alegres a Jesús porque éste domina en forma soberana”.

Nuestro Dios es infinitamente más poderoso para guardarte en su mano, de donde nadie te puede arrebatar. Ahora, cuidado, esto no significa que puedas subestimar a satanás. Por el contrario, sólo en el poder de Dios y en comunión con Él es que podemos combatirlo. Y en ese contexto es que se nos dice: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Stg. 4:7).

El Apóstol Pedro nos dice que Cristo “… subió al cielo y tomó su lugar a la derecha de Dios, y a quien están sometidos los ángeles, las autoridades y los poderes” (1 P. 3:22). Su entrada triunfante al Cielo fue una conquista de los principados y potestades que le pertenecían, y que estaban siendo reclamadas por satanás.

De esto nos habla también Apocalipsis 12, un pasaje que debemos tener muy en cuenta aquí: "Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; este y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, 8 pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. 9 Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra" (Ap. 12:7-9).

Ahora, ¿Por qué satanás fue expulsado del Cielo? Recordemos que antes de esto satanás podía presentarse delante de la presencia de Dios, como lo vemos en el libro de Job (Job 1:6). El también acusó al sumo sacerdote Zacarías, y lo hizo en la presencia del Señor (Zac. 3:1-2). Por eso el Señor Jesús anticipaba este momento que iba a ocurrir con su victoria, diciendo luego de haber enviado a sus discípulos a predicar y hacer milagros: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc. 10:18).

Pero una vez que Cristo entra glorioso al Cielo habiendo consumado su obra, mediante su sacrificio hecho una vez para siempre por los suyos, satanás ya no puede seguir acusando a los escogidos de Dios, y es expulsado estrepitosamente del Cielo. Es imposible que satanás siga allí. Por eso Kistemaker dice certeramente: “Cuando Jesús ocupó el puesto al que tenía derecho en el trono de Dios, Satanás y sus ángeles perdieron su lugar en el Cielo”.

El arcángel Miguel es mencionado en el Antiguo Testamento, como protector del pueblo de Dios (Dn. 10:13,21). Su nombre significa “¿Quién como Dios?”. Es este arcángel el que vence a los ángeles caídos, y lo hace en el poder de Dios. Su mismo nombre desvía la gloria de sí mismo y se la da al Señor.

Esta victoria da lugar a un himno en el Cielo (Ap. 12:10-12). Los santos redimidos y los ángeles celebran la victoria de Cristo y la derrota segura de satanás. Y un aspecto principal de la celebración, es que el acusador de los hermanos ha sido expulsado. Dice que los acusaba día y noche, era una función en la que invertía toda su fuerza y empeño. Pero el Señor no es como algunos dibujos animados, que tienen en un oído un ángel bueno y en el otro un demonio, que los tratan de influenciar hacia el bien o hacia el mal. Cristo, el intercesor y mediador, el abogado de los cristianos, ha venido a sentarse en su Trono a gobernar, ha consumado su obra, el acusador ya no puede estar ahí.

El diablo y sus ángeles ya no tienen lugar en el Cielo. No pueden entrar, no pueden ejercer su obra acusadora hacia los hijos de Dios. El Señor ahora sólo ve a Cristo intercediendo en lugar de su pueblo. Sólo puede escuchar las alabanzas, la adoración, las acciones de gracia y las confesiones de su pueblo. Satanás y sus ángeles son confinados a la tierra, donde ahora se dedican a hacer su obra e intentan dar su golpe final.

La sangre de Cristo acalló para siempre las acusaciones del mentiroso y calumniador. Por eso dice su Palabra: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Ro. 8:33). En otras palabras, si Dios nos ha declarado justos en Cristo, nadie puede acusarnos. ¡Qué hermosa verdad y qué gran consuelo! La sangre de Cristo ha cubierto tu maldad, su justicia te cubre de luz, Él te ha regalado sus ropas santas y puedes ser visto por el Señor como puro, cuando en realidad eres pecador.

Ahora satanás, limitado a ejercer su obra en la tierra, se dedica a engañar y a acusar a los cristianos. Los tienta para que caigan, y una vez que han caído, los acusa para que sientan vergüenza, para que se hundan en su miseria y se alejen de Dios. Sin embargo, el Señor recordará a los suyos que su gracia los ha perdonado y pueden alcanzar misericordia por la obra de Cristo.

El v. 11 nos dice que los hermanos que eran acusados también han vencido, donde podemos ver una vez más en este libro de Apocalipsis la hermosa verdad de que el Señor nos hace vencedores con Él, nos comparte su victoria total y absoluta, a nosotros que estábamos completamente perdidos, sin esperanza y sin posibilidad alguna de ganar por nuestras fuerzas.

La clave para vencer fue la sangre de Cristo y su palabra, de la que dieron testimonio. Es la sangre de Cristo la que nos ha lavado de nuestros pecados, que nos ha cubierto con la justicia de Cristo y nos permite presentarnos delante de Dios. Con la sangre de Cristo acallamos las acusaciones de satanás, y con la Palabra de Dios combatimos los engaños de este enemigo despreciable. No hay otra manera de vencer, no hay un camino distinto para lograrlo: ¡Sólo por la sangre de Cristo y su palabra! En Él somos más que vencedores, y nada puede separarnos de su amor.

Quienes están en el Cielo, pueden alegrarse y celebrar, ya disfrutan de los beneficios de la victoria de Cristo y su carrera ya ha terminado en victoria. Quienes estamos en la tierra, debemos lamentarnos por un tiempo más, porque el diablo, sabiendo que ya no tiene acceso al Cielo, está furioso y ha volcado todo su enojo contra el pueblo de Dios aquí en la tierra, y sabe que cuenta con poco tiempo. El mismo tiempo que nosotros tenemos para Evangelizar y dar testimonio de Cristo, Él lo tiene para engañar y perseguirnos, buscando destruirnos.

Pero aún en esta situación, no podrá hacer lo que quiere. Está limitado por el poder del Señor y el cuidado que Él ejerce sobre la Iglesia. Un ejemplo de esto lo vemos en Lc. 22:31-32: "Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; 32 pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos". Satanás no es soberano, no puede hacer lo que él quiera, ni puede dañar a su antojo a la iglesia. Él debe pedir permiso, y siempre podrá hacer sólo hasta donde Dios le permita.

Pero no es el juicio únicamente de Satanás, sino de todo el sistema de maldad que está bajo su influencia. Es a eso lo que se refiere Cristo aquí cuando dice que el mundo será juzgado.

Cristo, con su sacrificio y su resurrección, daría un golpe letal a este sistema de maldad, al pecado organizado, un golpe tan duro y definitivo que no podrá siquiera pensar en recuperarse.

Cristo se hizo hombre, habitó entre nosotros, para identificarse con nuestra humanidad, y desde esa humanidad, como Hijo de Dios, derrotó a lo que tenía cautivos a los hombres. Por eso la escritura dice: "Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo" 1 Jn. 3:8.

Este juicio se ha comenzado a cumplir, pero aún no se consuma. Satanás ya fue expulsado del cielo, pero falta que sea echado al lago de fuego, como nos dice Ap. 20. El mundo, es decir, el sistema de maldad, el pecado organizado, también ha sido juzgado, pero aún falta que los enemigos del Señor sean destruidos por la espada que sale de su boca, y sean arrojados también al lago de fuego.

Cuando judíos y gentiles se confabularon para matar a Jesús, ellos estaban representando a todos los hombres, al mundo bajo el pecado, todos unidos matando al autor de la vida. Sin embargo, allí donde Jesús parecía condenado por el mundo, resultó ser que el mundo era el que estaba siendo juzgado y condenado, por rechazar al Mesías, al Rey Salvador.

    II.        Atraídos poderosamente a la cruz

Esta es una clara referencia a la crucifixión, como el mismo texto lo pone de manifiesto. Nos recuerda cuando Jesús se comparó con la serpiente de bronce, y sigue en la misma línea de lo que dijo más arriba sobre el grano de trigo.

Está desarrollando la idea de qué está pronto a morir y que esa muerte tendrá profundas consecuencias universales, será un hecho que afectará todo lo creado. Ningún hombre puede decir que está ajeno a este hecho, o que este hecho no tiene nada que ver con él.

Todos, incluyéndonos a ti y a mí, estamos profundamente ligados a esta muerte, ya sea para salvación o para condenación. Todos nos vemos atraídos irresistiblemente a este Cristo levantado en esa cruz.

Debemos recordar el contexto inmediato de este pasaje. Unos griegos, cuyos nombres no sabemos, quisieron conocer a Jesús. A partir de ese hecho, Cristo anuncia el juicio a este mundo y a su príncipe, y además de eso, señala que será levantado y que traerá a todos a sí mismo.

Debemos entender que para la mentalidad judía sólo aquellos descendientes sanguíneos de Abraham podían ser llamados pueblo de Dios y eran objeto de su misericordia y salvación. Excepcionalmente podía haber gentiles que se convertían de sus ídolos a la religión de los judíos. Como dijimos en la prédica anterior, estos gentiles eran llamados prosélitos. Sin embargo, esto era visto como excepcional y los judíos consideraban que los gentiles tenían un grado espiritual inferior a los ojos de los judíos, aun cuando se convirtieran al Dios verdadero. De hecho, los gentiles convertidos no adoraban en el mismo lugar que los judíos, sino que tenían un patio especial y segregado para ellos.

Pero estos griegos que se acercaron para conocer a Jesús, representaba el paso a un nuevo pacto. En ellos se prefiguran los elegidos de todas las naciones, que llegaría a ser objeto de la amplia misericordia de Dios, quien los atraerá a Cristo por su pura gracia soberana.

En consecuencia, había llegado la hora de que Cristo quebrantara el poder de Satanás sobre los gentiles. En el Antiguo pacto, los gentiles estaban más bien ajenos a la vida de Dios, se encontraban bajo la esclavitud de Satanás y su influencia más intensa, lo que se reflejaba en su abominable idolatría y sus inmundos dioses falsos, además de sus cultos llenos de lujuria y brutalidad.

Con todo, desde Pentecostés vemos que la misericordia de Dios en este nuevo pacto sellado con la sangre de Cristo, extiende también a los gentiles y los hace receptores de la gracia salvadora de Dios tanto como a los judíos, formando así una Iglesia de entre todas las naciones de este mundo.

Entonces, cuando promete atraer a todos los hombres a sí mismo, está diciendo que al ser levantado en la cruz, el reconciliará con Dios a aquellos que crean en él, sean judíos o gentiles. Está diciendo lo que afirma Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

En esa cruz ya no hay distinción: Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, pero también todos quienes ejerzan fe en Jesucristo, y que pongan su confianza en sus méritos asumiendo que ha muerto y están juntamente crucificados con Él, son salvos, sin importar la sangre que corre por sus venas.

Podemos visualizar a Jesús levantado de la tierra, clavado a esa Cruz y desde allí, en aparente derrota, ejerciendo una poderosa atracción, con fuerza irresistible, como un imán espiritual con potencia universal, atrayendo sobre sí a personas de toda tribu, pueblo, lengua y nación, para cargar sobre sus hombros con los pecados del todos ellos, atrayendo todos sus nombres y apellidos para ponerse Él, persona a persona, en lugar de cada uno de ellos y muriendo en su representación. Podemos ver a Cristo allí, atrayendo sobre sí poderosamente los pecados de cada una de estas personas qué creían en Él y poniéndolos sobre su espalda.

No me importa ser insistente en esto porque debemos comprenderlo: Debes entender que en ese momento en que Cristo fue levantado, te estaba atrayendo también a ti, con una fuerza sobrenatural irresistible sobre sí mismo, te estaba llevando espiritualmente a esa cruz con Él, con nombre y apellido.

Pero esto no se queda allí. El Espíritu Santo también aplica esto a tu vida y te lleva personalmente a ese Cristo qué murió en tu lugar en esa Cruz. Cambia tu corazón, te convence de pecado y de juicio, te guía a toda verdad y te arroja con lazos de amor y con convicción de corazón a los pies de ese Salvador qué te amó primero.

Esta es la poderosa atracción de la cruz. Esa cruz a la que nadie puede estar ajeno, esa cruz que transforma todo y que se vuelve al centro de la historia y de cada una de nuestras vidas. Esa cruz donde fuimos llevados personalmente de forma espiritual, junto con incontables multitudes que recibieron la misericordia de Dios. Esa cruz donde el pecado fue vencido, donde el mundo y su príncipe fueron juzgados. Esa cruz donde la muerte fue derrotada y las perfectas demandas de la ley fueron satisfechas en favor de los que creen. Esa es la poderosa atracción de la cruz de Cristo. Ese instrumento de castigo brutal y sanguinario para los peores criminales, se convirtió en el altar dónde sería derramada en la sangre del perfecto hijo de Dios para salvación de los hombres de toda tribu, pueblo, lengua y nación.

Una vez más vemos como éstas gloriosas declaraciones de Jesús son recibidas con torpeza y nulo discernimiento por parte de los judíos. Los judíos pensaban que El Mesías y su reino serían de este mundo, es decir según este mundo que está bajo el pecado y la muerte. Sin embargo, el Hijo del Hombre estaba realmente mucho más allá de eso. Su reino no es de este mundo, es decir, no pertenece a este mundo caído bajo los efectos del pecado. No sería uno más de los reyes que han existido y existirán, sino que su reino viene de lo alto, es eterno, será establecido para siempre, y su gobierno está sobre todas las cosas, su santidad y majestad son incomparables y su imperio no tiene fin.

Como dice el comentarista Hendriksen: "Es aquél que viene de lo alto, aquél a quien le ha sido encomendado el juicio final, aquí el que vendrá en las nubes con gran gloria. No es, en consecuencia, en modo alguno El Mesías político, Terrenal y nacionalista de las expectativas judías. No es sólo Rey de Israel sino rey de reyes. Tiene conexión con toda la raza humana, ya que es el hijo del hombre. Sin embargo, es totalmente único entre los hombres. No es un hijo de hombre, sino el hijo del hombre. Como hombre sufre y transita por el sendero de la humillación. Es el varón de dolores. Pero este mismo sendero de sufrimiento conduce a la corona, a la gloria".

Sólo un acto sobrenatural del Espíritu Santo puede darnos entendimiento y cambiar nuestro corazón para que pasemos de tener un concepto Terrenal del Mesías, que no es más que un ídolo y que puede graficarse en Barrabás, al entendimiento correcto del Mesías, que es el que acabo de describir.

Algo preocupante es que estos judíos pensaban estar interpretando bien la ley. Estaba citando la ley para decirle a Jesús que estaba equivocado, cuando en realidad eran ellos quienes no entendía nada. Cuidémonos de interpretar bien la Escritura, si no vemos en ella la gloria de Cristo, no estamos entendiendo nada como deberíamos.

Asegúrate de entender correctamente quien es este Mesías, porque sólo quienes crean en Él verdaderamente, como él mismo se presenta, y se postren a sus pies confiando sólo en sus méritos, serán salvos.

   III.        Andemos en quien es la luz

Este Jesús que atrae poderosamente a todos a sí mismo, es la luz que Dios ha dado al mundo. Lo vimos al comienzo del Evangelio, “en Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1:4). La vida y la luz en el evangelio de Juan siempre van Unidas.

Cristo es la palabra de Dios hecha hombre, es la máxima revelación de Dios, es el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia, es la vida y la luz para el mundo y para nuestras almas.

Estamos en un tiempo en el que podemos ser alumbrados por esa luz. Cristo puede ser presentado en el evangelio a las naciones, podemos recibir este Evangelio y ser alumbrados por él.

Este conocimiento de Cristo, este tiempo en que él puede ser predicado y puede ser encontrado por los hombres, es comparado con el día porque la luz aún puede brillar en las almas que están en tinieblas.

Pero tengamos cuidado y estemos alertas, porque habrá un tiempo en que esto ya no ocurrirá. El Señor ya no podría ser hallado por quienes lo rechazaron, Y aunque clamen con gritos y terrible desesperación, recibirán como respuesta “nunca os conocí apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:23).

El mundo ya ha sido juzgado junto con Satanás su príncipe. En esa Cruz ya fueron condenados a muerte y destrucción eterna. ¿Por qué amar y entregar tu vida a aquello que está condenado a la destrucción eterna?

Considera lo que dice la Escritura, “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn. 2:15). Quienes caracterizan su vida por amar al mundo, demuestran dónde está su ciudadanía espiritual. Pertenecen al mundo, son de él, tienen el ADN del mundo en su alma. ¿Qué tal ocurre contigo?, ¿Amas el mundo? ¿Te sientes cómodo en esta realidad que está bajo el pecado? ¿No te imaginas una eternidad sin poder hacer lo que tú quieres, viviendo a tu manera, bajo tus reglas, satisfaciendo tus gustos y buscando lo tuyo propio? ¿Este mundo es lo que amas? ¿Te gustaría no tener que salir nunca de aquí? Si el Señor te sacara hoy de aquí para llevarte a la gloria, ¿Te irías llorando por que amas todo lo que dejas aquí?

Si ésta es tu situación, te ruego que consideres muy seriamente lo que dice el Señor Jesucristo aquí: el mundo ha sido juzgado, y los que aman este mundo están bajo el mismo juicio que el mundo al cual aman. No hay escapatoria, no hay corte de apelación, este sistema de maldad, el pecado organizado, el mundo que ha estado bajo el dominio de Satanás, será juzgado y está pronto hacer destruido por el soberano e Inmortal, Rey de reyes y Señor de señores.

Cristo en esa cruz nos atrae como el más poderoso e irresistible de los imanes, no puedes hacer frente a su fuerza de atracción. Cómo nos relata Efesios, todo lo creado será puesto bajo Jesucristo, quién es la cabeza de todo y en especial de su Iglesia.

Es hoy el día para ir a sus pies, para reconocer su salvación y su poder. Hoy es el día para que andes en la luz, y seas hijo de la luz. Hoy es el día para que entiendas la poderosa atracción de la cruz y te maravilles ante la majestad de Cristo y su amor que lo llevó a entregar su vida por nosotros: “Busquen al Señor mientras puede ser hallado, Llámenlo en tanto que está cerca. 7 Abandone el impío su camino, Y el hombre malvado sus pensamientos, Y vuélvase al Señor, Que tendrá de él compasión, Al Dios nuestro, Que será amplio en perdonar” (Is. 55:6-7).