Domingo 23 de abril de 2017

«… para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones» II Co. 2:11.

Texto base: Nehemías cap. 6

En los mensajes anteriores, vimos cómo el pueblo de Dios se vio enfrentado a las burlas y el desprecio de sus enemigos, quienes infundieron desánimo e intimidaron a quienes se encontraban trabajando en la reconstrucción del muro. Cada integrante del pueblo de Dios debió esforzarse sirviendo con una mano en la reconstrucción, mientras con la otra sostenían la espada para defenderse de los ataques que se habían anunciado. Esto nos dio un ejemplo a imitar sobre consagración, fe, entrega y trabajo abnegado para gloria de Dios y el bien de su pueblo, destacando el hecho de que se trata de una gran obra, la mayor obra de la que podemos ser parte, cuestión que debemos recordar a lo largo del camino.

Hoy, nos concentraremos en cómo nuevamente los enemigos del pueblo de Dios se acercan para interrumpir la obra, utilizando artimañas ya conocidas por nosotros, y agregando algunas nuevas. Expondremos las estrategias de los enemigos, y luego la respuesta de Nehemías.

Introducción

Como ya hemos visto, no es primera vez que los enemigos del pueblo de Dios intentan obstaculizar la obra y finalmente anularla por completo, cuestión que pudimos apreciar ya en el libro de Esdras, con la primera oleada de retornados desde el exilio. Entre los métodos utilizados por los diversos pueblos adversarios de los judíos para impedir su obediencia al Señor, se contaban las amenazas, la difamación, la intimidación, el soborno y la violencia.

Específicamente Sambalat, Tobías y Gesem, los tres personajes adversarios que resaltan en este capítulo, mostraron la más férrea oposición a Nehemías desde un comienzo de su obra. Entonces, al leer el cap. 6, debemos tener en cuenta que se trata de enemigos históricos y encarnizados de Nehemías y del pueblo de Dios en general, quienes se oponían a su establecimiento en la zona y a que su obra prevaleciera y prosperara, y que formaban parte de pueblos que desde siglos anteriores ya eran enemigos de los judíos, y este capítulo demuestra que el tiempo no había apaciguado su odio.

Esta oposición se intensifica, entonces, en el contexto del cap. 6, en el que el pueblo de Dios está a punto de terminar de edificar los muros de la ciudad, lo que significaba que Jerusalén dejaba de estar en estado de humillación internacional al ser una ciudad sin murallas, recuperando así su dignidad y demostrando que se trataba de una restauración de ese asentamiento en lo político, lo económico, lo militar y también lo espiritual, teniendo en cuenta que el templo ya había sido reconstruido.

En otras palabras, Jerusalén “volvía a la vida”, luego de más de aprox. dos siglos de desolación, ruina y humillación. Los pueblos enemigos se habían burlado una y otra vez de esta situación, y ahora veían cómo Jerusalén era restaurada, cuestión que motivó su furia.

Veamos, entonces, cómo intentaron impedir que el pueblo de Dios terminara su obra:

Estrategia N° 1: Distracción

(vv. 1-4) A diferencia de la agresividad de otras ocasiones, los enemigos se presentan esta vez de manera amistosa. Envían embajadores una y otra vez, y ante la negativa de Nehemías, insisten hasta 5 veces, invitándolo a conversar a algún otro lado, lo que sugería un intento de acuerdo, o alguna otra estrategia diplomática.

Sin embargo, el v. 2 nos dice que lo que intentaban era hacerle mal. Al parecer este tipo de conspiración era una estrategia común para quitar la vida a alguien:

«26 En cuanto Joab salió de hablar con David, envió mensajeros tras Abner, los cuales lo hicieron volver del pozo de Sira. Pero de esto Joab no le dijo nada a David. 27 Cuando Abner regresó a Hebrón, Joab lo llevó aparte a la *entrada de la ciudad, como para hablar con él en privado. Allí lo apuñaló en el vientre, y Abner murió. Así Joab se vengó de la muerte de su hermano Asael» II Sam. 3:26-27.

Ante esto debemos reflexionar y aplicarlo a nuestra vida: ¿No es lo mismo que ocurre con el pecado? En la tentación, el pecado se presenta amistosamente, como algo conveniente, atractivo, y puede insistir una y otra vez intentando quebrantar nuestra voluntad y nuestra integridad. Si cedemos, nos mata sin piedad en secreto, y aunque pensemos que nos hemos salido con la nuestra y creamos estar satisfechos, en realidad hemos resultado manchados y corrompidos, siendo completamente afectados por su poder infeccioso cual si de lepra se tratara.

El pecado enviará a su mensajero, la tentación, una y otra vez, insistirá con distintos argumentos, y te ofrecerá condiciones de paz, te pedirá conversar en secreto, allí donde puede envolverte con su seducción, donde puede hablarte al oído hasta que te rindas completamente a su petición. Quizá no llegará tan lejos como para pedirte que abandones a Dios por completo: le basta que le cedas un lugar en tu vida, aunque sea pequeño. Pero esto es porque sabe que si le entregas ese lugar, por muy pequeño que sea, luego irá cubriendo como enredadera todo tu ser, y tal como hacen estas plantas, impedirá que te llegue la luz de la Palabra, y ahogará en ti todo lo espiritual y piadoso, quedando todo cubierto por esa enredadera pestilente de pecado.

Pero ¿Cómo debe responder un hombre de Dios ante esta insistente invitación?

Respuesta de Nehemías: Discernimiento y determinación

La respuesta de Nehemías confirma lo que afirmaba Charles Spurgeon: «Las obras maestras de Dios son los hombres firmes e inconmovibles».

La comunión íntima que tenía Nehemías con Dios en oración y su conocimiento de las Escrituras, permitieron que él estuviese alerta e identificara el peligro cuando éste se presentó. Aunque los enemigos enviaron mensajeros que ofrecieron una conversación, Nehemías vio el peligro que había detrás, y supo reconocer que se trataba de una conspiración en su contra.

Ante el ofrecimiento, Nehemías concluyó: «En realidad, lo que planeaban era hacerme daño» (v. 2). Esto nos recuerda de alguna manera a Jesús. Sabemos que Nehemías es incomparable a Cristo, ya que este último es Dios y conoce todas las cosas, pero Nehemías tal como Cristo supo identificar cuando se acercaban para tentarle y para hacerle daño.

Ante la insistencia de los mensajeros, muchos de nosotros habríamos dudado si quizá se tratara de una señal. Esto es muestra de que entre los evangélicos hace falta mucho discernimiento. De buena gana las congregaciones evangélicas han aceptado impostores en sus púlpitos, y obreros fraudulentos como líderes, que solo los han guiado a la destrucción.

Este discernimiento que tanto se echa de menos por estos días, fue el que le salvó la vida a Nehemías. Él conocía lo que dice la Escritura del hombre:

«Habla mentira cada uno con su prójimo; Hablan con labios lisonjeros, y con doblez de corazón» (Sal. 12:2).

«Maquina el impío contra el justo, Y cruje contra él sus dientes» Sal. 37:12

«El hombre que lisonjea a su prójimo, Red tiende delante de sus pasos» Pr. 29:5.

Por otra parte, se mantuvo firme, no importando cuántas veces vinieran a él. Su respuesta fue clara:

«Estoy ocupado en una gran obra, y no puedo ir. Si bajara yo a reunirme con ustedes, la obra se vería interrumpida» (v. 3). Como cristianos, vivimos sirviendo en una gran obra, la de expandir el conocimiento de Jesucristo en las naciones. En esta obra diaria, muchas veces seremos interrumpidos, y se nos ofrecerá dejar nuestro deber por una alternativa interesante. Sin embargo, tal como Nehemías, debemos rechazar aquello que nos haga dejar nuestro deber. Sea quien sea que de forma amistosa o agresiva pretenda sacarnos de una obligación, y por muy querido que fuera, debe recibir la misma respuesta de nuestra parte: «si bajara yo a reunirme contigo, la obra se vería interrumpida».

Por lo mismo, no importa cuántas veces vinieran a invitarlo, la respuesta sería la misma, ya que venía de su convicción en la verdad de las Escrituras, de su lealtad hacia Dios, y no de las circunstancias. Si vivimos buscando “señales” en las cosas y las situaciones, iremos de un lado a otro arrastrados por cualquier viento, pero si nuestras decisiones y pensamientos se afirman en la Escritura, permaneceremos arraigados a la Roca aunque la inundación sea poderosa y nos quiera arrastrar con su fuerza.

El comentarista Matthew Henry lo resume de la siguiente manera:

«Los que sean invitados al ocio en alegres reuniones por vanas compañías, respondan así a la tentación: Tenemos obra que hacer y no debemos descuidarla. Nunca debemos dejarnos arrastrar por la invitación reiterada a hacer algo pecaminoso o imprudente; más bien, cuando seamos atacados por la tentación, resistámosla con la misma razón y decisión... Nunca debemos omitir un deber conocido por miedo de ser mal entendido; confiemos a Dios nuestro buen nombre mientras mantenemos una buena conciencia. El pueblo de Dios, aunque cargado con reproche, no ha caído tan bajo en su reputación como algunos quisieran que se pensara... Toda tentación a desviarnos del deber debe estimularnos más al deber».

Estrategia N° 2: Provocación y Difamación

(vv. 5-9) Habiendo invitado a Nehemías hasta 4 veces sin resultado, la quinta vez cambiaron la estrategia, mostrando sus verdaderas intenciones y motivaciones. En primer lugar, esta vez el mensajero va con una carta abierta en su mano. Esto era una falta de respeto y una grosería muy grande: según las costumbres en oriente, una carta a un principal o gobernador debía ser cuidadosamente enrollada, puesta en un bolso de seda y luego sellada, sobre todo si trataba temas de importancia como es en este caso. El que hayan enviado a un mensajero con una carta abierta en su mano es una abierta falta de respeto y una imprudencia inaceptable, hecha con el fin de desenfocar y preocupar a Nehemías.

En segundo lugar, como ocurrió cada vez que el pueblo de Dios enfrentó oposición de sus enemigos, los adversarios los difamaron, atribuyéndoles intenciones que nunca tuvieron. Pese a que Nehemías ya les había respondido en el cap. 2, insisten en este capítulo diciendo que Nehemías quería ser rey, y que los judíos pretendían rebelarse.

Estas eran nada más que difamaciones. En nuestro caminar en Cristo, será frecuente que la gente nos malinterprete a sabiendas. Ellos saben que no tenemos la intención que nos atribuyen, pero seguirán diciendo lo mismo una y otra vez para acallar sus propias consciencias que se ven acusadas, y para disuadir a otros de creer a nuestro anuncio.

Atacarán nuestra reputación y jugarán con nuestro orgullo. Nos veremos tentados a salir en nuestra defensa, y a ver el ataque como un problema personal, siendo que, como ya vimos, se trata de un conflicto realmente espiritual.

Respuesta de Nehemías: Humildad y dominio propio

Pese a la abierta falta de respeto de sus enemigos, Nehemías respondió con calma, demostrando así que estaba en control de sí mismo, y que su reputación no le importaba al punto de desenfocarlo. Esto nos habla de humildad y mansedumbre en su carácter. Quien se ofende con facilidad, quien toma todo como un insulto personal, quien siempre exige que se le trate de una u otra manera, o que se le salude o se le hable de una u otra manera, da muestras de un orgullo gigante. Por el contrario, quien es tardo para enojarse, quien tolera las ofensas en su contra o las deja pasar, da muestras de un espíritu humilde.

La Escritura afirma: «Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad» (Pr. 16:32).

Por otro lado, ante el intento del enemigo de intimidarlos con sus mentiras difamatorias, Nehemías reaccionó con calma y en su respuesta nos dejó un ejemplo que podemos aplicar en nuestra vida cotidiana. Él simplemente entregó el conflicto al Señor (v. 9). Con esto demostró estar convencido de que la fuerza viene del Señor, y que sólo Él podía darle la victoria en esta batalla. La motivación no estaba en creer que Él sería capaz, sino en reconocer que de Dios viene todo el poder y la capacidad para realizar la obra que nos ha encomendado.

Estas opiniones torcidas a propósito no deben desanimarnos ni desenfocarnos. No estamos llamados a defender nuestro buen nombre. El Apóstol Pablo fue difamado en numerosas ocasiones por quienes se hacían llamar servidores de Dios o incluso apóstoles, pero resultaron ser falsos. El mismo Cristo fue difamado de diversas maneras, pero cuando estuvo ante Pilato no abrió la boca ni se defendió, sino que guardó un humilde silencio. ¿Por qué habríamos de desgastarnos defendiendo nuestro nombre? Entreguemos el asunto al Señor y preocupémonos de la gran obra que tenemos por delante.

Estrategia N° 3: Intimidación

(vv. 10-14) No habiendo resultado la distracción, la provocación ni la difamación, ahora otro enemigo, esta vez uno de su propio pueblo que se dejó sobornar por los adversarios de Nehemías, es quien conspira contra su vida. Para ello, lo intimida, es decir, lo induce al miedo.

Así, intenta convencerlo de que quieren matarlo, y lo persuade para que se escondan en el templo. Sin embargo, Nehemías no podía entrar así como así al templo, pues él no era sacerdote. Si entraba al templo, estaba quebrantando la ley.

Entonces, aplicando esto a nuestro contexto, muchas veces cuando seguimos a Cristo alguien nos llamará a buscar seguridad, comodidad, a “salvar nuestro pellejo”, y se nos intentará convencer que nuestra vida, o aquello que amamos, está en peligro por obedecer a Dios. Intentarán persuadirnos de desobedecer a Dios para salvar nuestra vida, para preservar nuestra seguridad y comodidad. El mensaje de satanás siempre es: “estás en peligro por obedecer a Dios, mejor no obedezcas, sálvate a ti mismo”.

Tristemente, vemos una vez más cómo el enemigo usará incluso a los de adentro para intentar entorpecer la obra. Aquellos junto a quienes habitamos confiados, aquellos junto a quienes trabajamos, en un momento dado pueden ponerse el uniforme enemigo y trabajar por su oscura causa.

Respuesta de Nehemías: Valentía y determinación

Era esperable que Nehemías le creyera, pues era alguien de su propio pueblo el que le advertía, y no cualquiera, sino un sacerdote. Debemos considerar también que Sambalat, Tobías y Gesem ya habían mostrado sus malas intenciones con el episodio de la carta, es decir, era todo muy creíble.

Sin embargo, en esta oportunidad nuevamente se aferró a su convicción de las Escrituras, primero afirmando que él no debía huir. Al seguir a Cristo, renunciamos a vivir para nosotros mismos. El mismo Cristo llamó a quien quisiera seguirlo, a tomar su cruz, negarse a sí mismo e ir en pos de Él. Tomar la cruz no podía tener otro significado que morir a sí mismo, a renunciar a regirnos por nuestro propio criterio, por nuestras propias normas, a gobernarnos según nuestra opinión y a agradarnos a nosotros mismos. Al seguir a Cristo, vivimos para agradarlo a Él, y sus Palabras son la norma para todo lo que hacemos.

Entonces, para Nehemías el huir significaba renunciar a su llamado, al encargo que había recibido de parte del Señor, y él no estaba dispuesto a hacer tal cosa, por lo que se mantuvo firme y actuó con valentía. Si huía, daba un mensaje también a su pueblo, evidenciando que no estaba seguro de que obedecer al Señor fuera lo correcto, y que prefería asegurar su vida.

Tampoco iba a desobedecer a Dios para salvar su pellejo. Él no iba a entrar a un lugar del templo que le estaba prohibido. Como el mismo Nehemías se percató, lo tentaron a esto solo para tener algo malo que decir de su persona, y usarlo así para desprestigiarlo (v. 13).

Esto nos enseña como cristianos a cuidar nuestro testimonio. No debemos vivir para agradar a los demás, ni para que nos halaguen. Sin embargo, no debemos dar razón a quienes no creen para que hablen mal del Evangelio, de la Iglesia o del Dios a quien servimos.

Al respecto, William Gurnall afirma: «Los temerosos marchan hacia el Infierno (Ap. 21:8) y los valientes toman el Cielo por la fuerza (Mt. 11:12). Los cobardes nunca han ganado el Cielo. No pretendas que has nacido de Dios, con su sangre real en tus venas, a no ser que puedas probar tus antecedentes con este espíritu heroico: atreverte a ser santo a pesar del hombre y el diablo».

Al igual que Nehemías, Jesús se vio expuesto a una tentación de parte de alguien inesperado: Pedro, uno de sus discípulos, quien intentó persuadirlo de no cumplir su llamado y preferir la seguridad y la comodidad. Sin embargo, al igual que Nehemías, Jesús respondió con valentía y determinación, haciendo ver a Pedro que se había comportado como un enemigo (“satanás”):

« 21 Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. 22 Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. 23 Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Mt. 16:21-23).

Estrategia N° 4: Corrupción

(vv. 17-19) Otra estrategia es el uso de influencias corruptas para desprestigiar a los cristianos u obstaculizar su obra en el mundo. Lamentablemente, vemos cómo los nobles de los judíos mostraban una vez más su pecado. En Esdras cap. 9 fueron aquellos que tomaron mujeres extranjeras para sí. En Nehemías cap. 3 los nobles de los tecoítas no quisieron trabajar como el resto del pueblo. En el cap. 5, vemos que se aprovecharon financieramente de los pobres en un momento en que todos estaban trabajando arduamente en la reconstrucción. Aquí vemos cómo hacen alianza con los enemigos del pueblo y traicionan a su gobernador Nehemías.

La lealtad de estos nobles no era con Dios ni con su Santa Palabra, sino con sus lazos sanguíneos y sus influencias de poder. Se acercaban a Nehemías sólo para conocer sus secretos y luego revelárselos a Tobías, quien lo amenazaba con sus cartas.

Respuesta general de Nehemías: Fe y trabajo

(vv. 14-16) Ante los ataques de sus adversarios, Nehemías llevó todo en oración al Señor. Con esto nos deja un valioso ejemplo: ante las tentaciones, los conflictos y la oposición de los enemigos de Dios, nuestra reacción debe ser confiar en que el Señor es soberano y gobierna sobre todas las cosas. Esa convicción es la que lleva a Nehemías a entregar el asunto al Señor en oración, sabiendo que él nos ordena: «18 Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos. 19 No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: «Mía es la venganza; yo pagaré», dice el Señor» Ro. 12:18-19.

Esta confianza es la que le permitió trabajar con seguridad y determinación, ya que no se preocupó de sus problemas, sino que se dedicó a servir con fe y devoción. El resultado de esto fue que por fin pudo terminarse la muralla, en 52 días. Para todos resultó claro que el mismo Dios había intervenido para ayudar a su pueblo a terminar la obra, lo que animó a sus hijos y humilló a sus enemigos.

Reflexión final

Lo visto hoy no hace más que confirmar que estamos en una batalla espiritual constante, y que mientras vivamos en un mundo bajo la corrupción del pecado, enfrentaremos oposición de parte los enemigos de Dios, que son todos aquellos que no han creído en Cristo, como ya hemos visto.

Esta oposición que enfrentaron Esdras y Nehemías, fue la que se presentó luego a nuestro Señor Jesús, pero a un nivel mucho mayor, por ser el Hijo de Dios. Él debió enfrentar tentaciones, privaciones físicas como hambre, sed, frío, calor y muchas incomodidades, debió lidiar con una generación incrédula y perversa, con la hipocresía del liderazgo espiritual de la época, con la ingratitud y necedad del pueblo, con la traición e incompetencia de sus propios discípulos, y finalmente con la ira de su propio Padre, ya que tomó sobre sí el castigo de los pecados de su pueblo, la Iglesia, siendo herido por nuestra rebelión y maltratado por nuestros delitos.

Esta es la confianza que nos da la Escritura: «15 Porque no tenemos un sumo sacerdote [Cristo] incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido *tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. 16 Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos» (He. 4:15-16).

Los enemigos de Dios han presentado obstáculos y oposición a su pueblo de muchas maneras, pero Cristo enfrentó todas ellas, y es por esa razón que puede compadecerse de nosotros, pero Él nunca falló, cayó ni huyó. Aun en la hora de mayor dificultad, cuando estaba en el huerto agonizando de dolor por estar a punto de recibir sobre sí la ira de su Padre, Cristo se entregó por completo: “se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39).

Este texto nos da un hermoso ejemplo de perseverancia en la obediencia, de un hombre que fue constante en cumplir su deber hacia el Señor y hacia su pueblo, a pesar de que sus enemigos maquinaron contra él de diversas formas, e intentaron hacerlo tropezar de diversas maneras. Aquí fue clave su preparación espiritual previa, su andar con Dios, que le permitió en el momento de la prueba tener discernimiento y actuar con sabiduría, pudiendo apreciar cuándo lo que se presentaba como bueno era en realidad una trampa. El Señor lo guardó, y Él a su vez se encomendó en todo a su Padre protector, y obedeció sus instrucciones.

Nuevamente vale recordar aquí que nos encontramos trabajando en una gran obra. Y esta obra, sufrirá persecución, sufrirá difamación, sufrirá las maquinaciones de los enemigos de Dios, e incluso desde dentro sufrirá de traiciones al Señor y a los hermanos, como vimos en este capítulo. Pero es una obra que será terminada, y cuando eso ocurra, todos sabrán que fue el Señor finalmente quien lo hizo, quien dio el mandato, dio las fuerzas para cumplirlo, y dio también el resultado exitoso (vv. 15-16).

¿Y cómo debemos realizar esta gran obra? “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (He. 12:2).

Por eso terminamos con la exhortación de acercarnos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y encontrar la gracia que sea nuestro oportuno socorro: Cristo abrió un camino directo hacia el Padre, el único camino que lleva a Él. Sólo creyendo en Él y arrepintiéndonos de nuestros pecados podemos transitar ese camino y ser salvos.

Roguemos con confianza como nos enseñó Jesús: No nos dejes caer en tentación, y líbranos del mal, amén.