Por Álex Figueroa

  Texto base: Apocalipsis 2:12-17

La semana pasada hablamos sobre la ciudad de Pérgamo, sobre su posición ventajosa y predominante en la región, su fuerte carácter pagano que se expresaba en la adoración a muchos dioses, y su profunda romanización, que se expresaba en su culto al emperador romano, y en el poder que tenía el Procónsul (Gobernador Provincial), conocido como el poder de la espada, para decidir sobre la vida y la muerte.

También reflexionamos sobre la presión social que existía sobre los cristianos de Pérgamo, debido a todas estas características de la ciudad que la hacían adversa al cristianismo. Hicimos un paralelo con nuestra propia realidad, viendo que al igual que ellos, nos enfrentamos a diversas presiones sociales que colisionan con nuestra fe, y que podemos vernos tentados a renegar de ella de muchas maneras y en asuntos que nos pueden parecer de poca importancia, pero en los que el Señor nos llama a serle fieles.

En este sentido, invitábamos a pensar de qué manera podíamos vernos tentados a negar nuestra fe, sabiendo que nuestra cultura nos impone diversas prioridades, objetivos y principios que son contrarios a los de las Escrituras. Decíamos que es necesario analizar cada día aquellos aspectos que nos resultan invisibles, en los que estamos tan sumergidos culturalmente que no nos percatamos de que son contrarios a la Palabra de Dios, o que nos proponen un camino distinto de redención, que nos trazan una vida distinta a la que encontramos en Jesucristo, la verdadera vida.

Asimismo hablábamos de la persecución que sufrieron estos hermanos, de tal manera que habían llegado a matar a algunos por su fe, siendo mencionado el caso de Antipas, obispo de la ciudad ordenado por el Apóstol Juan, y que fue martirizado siendo quemado dentro de un becerro de bronce ardiendo. A través de estos tormentos, sus perseguidores estaban manifestando que aborrecían a Dios y a su pueblo, tentando a los indecisos a negar su fe y retroceder para volver al mundo. Pero con el firme testimonio de los mártires, quienes afirmaron su fe hasta la muerte, el Evangelio recibía un poderoso impulso, y la iglesia seguía creciendo.

A su vez, nos detuvimos en la forma en que el Señor Jesús se refiere a la ciudad, mencionando que es donde Satanás tiene su trono, que es donde vive Satanás. Decíamos que esto debe haberlos llenado de temor, y era un anuncio de que iban a seguir siendo fieramente perseguidos, y que encontrarían gran oposición.

Pero en todo este sombrío contexto, el Señor los consuela diciendo “sé dónde vives”, y “conozco tus obras”, demostrando así que los conocía directa e íntimamente, y que estaba con ellos en todo momento, cumpliendo así su promesa. Además, les aseguraba que Él era quien tenía la espada de dos filos afilada, es decir, el poder sobre la vida y la muerte, la facultad de impartir justicia. Con esto les decía que su sufrimiento y su muerte no eran en vano, y que el derramamiento de su sangre no quedaría sin castigo.

Con este consuelo, los hermanos en Pérgamo podían tener la seguridad para ser fieles en medio de la adversidad, en la ciudad donde vive Satanás, porque el Señor es quien tiene el control y quien hará de cierto justicia. Su trabajo era perseverar, y que el Señor es quien gobierna la ciudad.

Terminamos con un llamado a dar nuestra vida por Cristo, sea que esto signifique ser fieles cada día estando vivos, o que signifique morir por su nombre. Exhortamos a consumirnos en medio de nuestra ciudad, tal como los mártires y cristianos fieles de Pérgamo, a vivir fielmente en medio de gente enemiga de Dios y rebelde contra su voluntad, a perseverar cada día hasta la muerte.

El deber de ser fieles

(v. 14) “Pero”… El Señor reconocía la perseverancia de estos hermanos en medio de la persecución, pero eso no impidió que el pecado de esta congregación fuera identificado y reprendido. En otras palabras, el Señor no es como muchos padres que únicamente ven las cosas elogiables de sus hijos, y aquellas que no lo son simplemente les resultan invisibles, o las tuercen de tal manera que se vuelvan elogiables. Por ejemplo, no dirán que su hijo es orgulloso, sino que tiene un carácter firme y determinado. No dirán que es mentiroso, sino que resaltarán que él defiende su verdad hasta el final y tiene convicción. En fin, ejemplos sobran. El Señor no es así, Él elogia a sus hijos (siendo que es Él mismo quien concede la gracia), pero eso no nubla su vista para identificar aquellos pecados en los que están tropezando, y los exhorta a abandonar esa conducta vil.

Pero esta reprensión del Señor, es también un acto de amor de su parte. Es puro amor paternal, el verdadero y genuino, que debe servir de ejemplo para todo amor de padre. Así dice la Escritura:

«Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda, 6 porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo.» 7 Lo que soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como a hijos. ¿Qué hijo hay a quien el padre no disciplina? 8 Si a ustedes se les deja sin la disciplina que todos reciben, entonces son bastardos y no hijos legítimos” (He. 12:6-8).

Este “Pero”, entonces, marca el paso del elogio a la reprensión. En efecto, afirma el Señor: “tengo unas pocas cosas contra ti”. El que fueran pocas cosas no significa que no tuvieran importancia. Esto lo sabemos porque luego les dice: “arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto”. El Señor está hablando en serio.

Además, afirma que son unas pocas cosas “contra ti”. Aquí está hablando a la iglesia. Esto nos enseña un principio muy importante: el Señor tiene a la congregación por responsable de tener ahí a los promotores de falsas doctrinas. El pastor tiene una labor muy importante, como quien preside a sus hermanos en la fe, y debe instruirlos conforme a las Escrituras, trazando bien la Palabra de verdad como obrero aprobado. Sin embargo, la responsable última de la integridad doctrinal de la congregación es la congregación misma, son sus miembros. Son ellos a quienes el Señor pide cuenta, es a ellos a quienes demanda ser fieles, reprendiéndolos en caso de que no lo sean, y elogiándolos cuando se mantienen firmes en la verdad.

Al respecto, el pastor Mark Dever señala:

Pablo enseña implícitamente a los Gálatas en Gálatas 1 que la congregación es el tribunal decisivo para resolver desacuerdos en asuntos de doctrina. Pablo exhorta a estos cristianos recién convertidos en Galacia que incluso si él, un apóstol, viniera y predicara un evangelio diferente de aquel que ellos ya habían aceptado, ellos deberían rechazarlo. Lo mismo han de hacer si se tratara de un misionero errante. Es interesante que Pablo pida tal cosa a estos cristianos recién convertidos; él no está escribiendo a los ancianos. Y eso que está escribiendo sobre un asunto de la mayor relevancia teológica, ¡Sobre el Evangelio! Aun así él deposita su confianza en ellos. El Evangelio los ha salvado, y su contenido cognitivo y proposicional es incluso más significativo que las declaraciones de origen apostólico. Pablo asume que ese mensaje del Evangelio es claro, incluso para creyentes recién convertidos”.

Iglesia Bautista Gracia Soberana, ¿Qué diría el Señor Jesús de ti? De ti lo demandará, a ti te pedirá fidelidad, ¡A ti te tendrá por responsable! No sólo a los hermanos que predican, no sólo al liderazgo. A ti, hermano, que estás sentado en tu silla escuchando, a ti te reprenderá si admites aquí adelante a quienes enseñen falsas doctrinas, o si admites en tus reuniones a quienes abrazan mentiras y falsedades, o si en la comunión de la congregación se encuentra a uno que viva o predique según el error. Repito, hermano, tú, con nombre y apellido ERES RESPONSABLE. Lo sepas o no, lo desees o no, lo busques o no, te guste o no, estés de acuerdo o no, estés cansado o animado, tengas ganas o no, estés preparado o no; ante Dios tienes el deber de velar por la integridad doctrinal y moral de esta iglesia.

Ahora, es interesante que la persecución y el sufrimiento de la iglesia no la excusaron de su obligación de mantener fielmente la verdad. El Señor no dijo: “bueno, es cierto que están permitiendo falsas doctrinas en medio de ellos, pero resulta que están siendo perseguidos, no seamos tan estrictos con ellos”. Quizá muchos de nosotros habríamos pensado de esta manera.

Seamos claros: su dolor, su sufrimiento, sus padecimientos, sus mártires, las humillaciones de que eran víctimas, todo esto era real, sin embargo, esto NO LOS EXCUSÓ por su pecado de tolerar en medio de ellos a quienes enseñaban y vivían en el error. Ellos simplemente no podían tolerar esto, porque el Señor no lo tolera. El Señor abomina la mentira, aborrece a los mentirosos y a los que viven impíamente. Debemos amar lo que Él ama y aborrecer lo que Él aborrece.

Dice el salmista: “Dios es juez justo, Y Dios está airado contra el impío todos los días” (Sal. 7:11).

Si ellos no tenían excusa, con todo su sufrimiento y la persecución que padecían; ¿Qué excusa tendríamos nosotros en nuestra tranquilidad, con nuestras comodidades, nuestros múltiples recursos y tecnologías? Ellos no tenían la Biblia compilada como nosotros. Sólo una pequeña parte de ellos sabía leer. No disponían de distintas versiones, de comentarios bíblicos, de estudios comparados, de editoriales completas destinadas a proveer de recursos doctrinales al pueblo de Dios. No tenían la Biblia en su teléfono celular. Si ellos no tenían excusa, ninguno de nosotros podría alegar que sí la tiene.

Desde luego, el deber de preservar la integridad doctrinal de la congregación envuelve el deber de ser instruido en la doctrina de las Escrituras. En otras palabras, no podría mantener la integridad doctrinal de la congregación si ignoro cuál es la doctrina sana. Jesús dijo a los saduceos: “¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios?” (Mr. 12:24). Todo error y toda mentira tienen esta misma base, la ignorancia de las Escrituras, o la rebelión abierta contra su contenido. Si ellos no tenían excusa para instruirse, tú menos, porque dispones de una infinidad de recursos de buena calidad que ellos ni soñaron en tener.

Por otra parte, analicemos otro asunto. Muchas veces el Señor utiliza el sufrimiento para llevarnos a Él y para probar nuestra fe, para que luego de probada, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando se revele Jesucristo. Sin embargo, el dolor también puede engañarnos. Puede hacer que nos victimicemos, que nos centremos en nosotros mismos, que perdamos la perspectiva y busquemos simplemente aminorar nuestro dolor, en vez de buscar el alivio que Dios nos promete buscándolo a Él en medio del dolor. Entonces, no es lo mismo buscar el alivio por el alivio, que buscar el alivio en Cristo, que es el verdadero alivio para el dolor. Él no nos promete quitar de nuestra espalda la cruz, pero sí ayudarnos a llevarla, a que llevemos con Él su yugo, que es fácil, y ligera su carga.

Entonces, lo que ocurrió aquí es que los hermanos de Pérgamo fueron engañados por su dolor. Quizá buscaron aliviarse de sus padecimientos buscando una falsa unidad, una unidad artificial, humana, aparentemente buena pero intrínsecamente perversa. Quizá al ver que eran pocos en la ciudad, que estaban siendo perseguidos, que estaban sufriendo y siendo martirizados, prefirieron aceptar en medio de ellos a quienes eran aparentemente cristianos, pero que enseñaban mentiras y vivían impíamente. Quizá pensaban “¿Para qué romper la unidad si somos tan pocos?”, “¿Por qué ser tan estrictos y rigurosos, si en lo esencial creemos lo mismo?”, “¿Por qué separarnos, si podemos unir fuerzas para soportar la persecución?”, “somos tan frágiles, ¿Cómo podríamos expulsar a esos hermanos?”. Pero la iglesia es del Señor, no nuestra. Debemos seguir sus reglas.

Probablemente el miedo, el sufrimiento, el dolor los desenfocó. Perdieron el foco. Quizá creyeron que su fuerza estaba en su número, en su unidad superficial, pero olvidaron que su fuerza está en Cristo, en ser la Iglesia, Casa de Dios, Columna y Baluarte de la Verdad.

Y nosotros, ¿Por qué podríamos desenfocarnos? ¿Qué podría llevarnos a olvidar nuestro sustento, la fuente de nuestra fuerza, nuestra regla de fe, nuestro cimiento? ¿Estamos buscando números? ¿Vamos tras una unidad artificial y humana? Hemos sido llamados a glorificar a Dios a través de la predicación fiel de la verdad, de amarnos unos a otros, de perseverar en su voluntad predicando el Evangelio a toda criatura, consumiéndonos en esta ciudad en la que el Señor nos ha plantado. No olvidemos que nacemos de la Palabra, y que nuestra meta es Jesucristo, debiendo considerar todo como basura para ganarlo a Él.

Identificando a los falsos hermanos

Pero, ¿Quiénes eran esos que estaban siendo tolerados, cuando debían ser expulsados? El Señor Jesús reprendió a los hermanos en Pérgamo diciendo: “tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación. 15 Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco”.

Entonces, estaban los de la doctrina de Balaam. Aquí, desde luego, está haciendo alusión a aquel falso profeta del que se nos relata en el libro de Números. En pocas palabras, Balaam era un profeta a sueldo, una especie de predicador mercenario, al que los poderosos acudían para solicitar sus servicios, a fin de que les anunciara la voluntad de Dios, o que los bendijera, o que maldijera a sus enemigos. Fue lo que hizo Balac, rey de Moab, un pueblo enemigo de Israel, contratándolo para que maldijese al pueblo de Dios, cuestión que intentó varias veces sin éxito.

Lo interesante es que este profeta mercenario realizaba declaraciones que parecían muy piadosas. Por ejemplo dijo: “¿Pero cómo podré echar maldiciones sobre quien Dios no ha maldecido? ¿Cómo podré desearle el mala quien el Señor no se lo desea?” (Nm. 23:8), y luego dijo “¿Acaso no debo decir lo que el Señor me pide que diga?” (Nm. 23:12). Esto nos muestra que los falsos maestros y obreros fraudulentos muchas veces harán alardes de piedad, y parecerán muy devotos, e incluso dirán verdades como las que expresó Balaam, pero por dentro están muertos, putrefactos, llenos de inmundicia; enseñan el error y arrastran a quienes los siguen a la misma destrucción que los espera a ellos.

A Balaam no le resultó maldecir a Israel, él sabía que Dios estaba por bendecir a su pueblo, y formalmente no lo contradijo. Sin embargo, tal fue su hipocresía, su atrevimiento y su perversión, que ideó un plan alternativo que no consistía en maldecir a Israel, pero sí en hacerlo tropezar para que ellos mismos se acarrearan la maldición de Dios. Balaam, en su afán de ganancias deshonestas, obedeció al Señor en no pronunciar maldición, pero creyó que lo podría burlar tentando a los israelitas a desobedecerlo. Esto lo sabemos porque la Escritura dice: “14 Moisés estaba furioso con los jefes de mil y de cien soldados que regresaban de la batalla. 15 «¿Cómo es que dejaron con vida a las mujeres? —les preguntó—. 16 ¡Si fueron ellas las que, aconsejadas por Balán, hicieron que los israelitas traicionaran al Señor en Baal Peor! Por eso murieron tantos del pueblo del Señor” (Nm. cap. 31).

Por todo esto, en las Escrituras Balaam es un prototipo de falso maestro. Es una imagen de falso profeta. Recordemos que en Apocalipsis es frecuente el uso de símbolos y de prototipos. Aquí Balaam se está usando para evocar la religión pervertida, la apariencia de piedad, el afán de lucro en las cosas espirituales, la perversión de la piedad, la deformación de la verdad, la decadencia moral y espiritual, la mezcla del pueblo de Dios con la adoración idólatra, recordando que Balaam quiso pervertir al pueblo de Dios con las mujeres de Moab, intentado generar matrimonios mixtos. El resultado de su plan fue que Israel cayera en fornicación y participara en banquetes dedicados a los ídolos. Llevó a Israel a participar en los ritos de fertilidad del pueblo moabita, en los que se cometían impurezas sexuales.

Entonces, la doctrina de Balaam tiene que ver con una distorsión de la piedad, afecta la santidad de la congregación, involucrando inmoralidad sexual con mujeres paganas, comer alimentos sacrificados a los ídolos y el culto a esos ídolos. Este fue el tropiezo que Balac, aconsejado por Balaam, puso a los hijos de Israel, y es el mismo que Jesús está denunciando que existe en la iglesia de Pérgamo.

El Apóstol Pedro, en su segunda carta (Cap. 2) habla de los falsos maestros, haciendo alusión a Balaam: “15 Han abandonado el camino recto, y se han extraviado para seguir la senda de Balán, hijo de Bosor, a quien le encantaba el salario de la injusticia. 16 Pero fue reprendido por su maldad: su burra —una muda bestia de carga— habló con voz humana y refrenó la locura del profeta. 17 Estos individuos son fuentes sin agua, niebla empujada por la tormenta, para quienes está reservada la más densa oscuridad. 18 Pronunciando discursos arrogantes y sin sentido, seducen con los instintos naturales desenfrenados a quienes apenas comienzan a apartarse de los que viven en el error. 19 Les prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción, ya que cada uno es esclavo de aquello que lo ha dominado”.

En Pérgamo, seguramente se trataba de falsos hermanos que invitaban a los miembros de la iglesia a participar en el culto a los dioses griegos y al emperador. Del texto deducimos que ellos afirmaban que los cristianos podían comer carne sacrificada a los ídolos. Pablo llama a los cristianos de Corinto a no preguntar por el origen de la carne que se vendía en el mercado, por motivos de consciencia (1 Co. 10:25). Pero si sabían que habían sido dedicadas a un ídolo, no debían comer de ellas. Probablemente los de Balaam invitaban a los cristianos a participar de la prostitución religiosa, de lo cual Pérgamo ha de haber estado llena. También es muy posible que hayan sacrificado animales en el culto a César.

Ahora, sobre los nicolaítas ya nos habló nuestro hermano Pablo a propósito de la iglesia en Éfeso. Su origen no está muy claro y sale descrita muy brevemente, pero se sabe con certeza que el Señor aborrece a sus seguidores. A la iglesia de Éfeso ya había dicho: “6 Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco” (2:6). A la iglesia en Pérgamo vuelve a decir: “Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco”.

Los comentaristas definen a los nicolaítas como una secta que enfatizaba la unión con la cultura pagana y una libertad espiritual mal entendida, permitiéndose realizar actos de idolatría e inmoralidad sexual, y enseñando a los cristianos a vivir de esta manera, muy probablemente fomentando el culto al emperador para evitar persecuciones. Muchos concuerdan en que los nicolaítas son los mismos que los que retienen la doctrina de Balaam en Pérgamo, y los que retienen las enseñanzas de Jezabel en Tiatira, sólo que Jesús usa ese nombre para dar un énfasis común.

Lo que está claro es que enseñaban estas perversiones a los cristianos, arrastrando a muchos tras de sí. Y también está claro que el Señor los aborrecía.

Era esto lo que se estaba tolerando en Pérgamo. El Señor no podía pasar esto por alto, Él debía llamar al arrepentimiento a su iglesia por abrazar en su seno a doctrinas falsas, mentiras que Él aborrece.

Ahora, ¿A quién podríamos acoger, que Dios rechazaría? ¿A quién podríamos dar la mano, que Dios escupiría de su boca? ¿A quién podríamos llamar “hermano”, cuando deberíamos llamarlo “impío”? No debemos tolerar, sino todo lo contrario, rechazar a quienes pervierten la Palabra de Dios y enseñan a los hermanos a desobedecer las Escrituras para comprometerse con el mundo. Expulsar a quienes quieren que la iglesia selle alianzas con el mundo, a quienes quieren implantar en el pueblo de Dios la cosmovisión de una sociedad rebelde y enemiga de Dios.

Tal como en Esdras cap. 4 los judíos rechazaron a quienes se presentaron como hermanos y decían adorar al mismo Dios, pero que en realidad eran falsos hermanos y enemigos de Dios, así nosotros debemos rechazar con firmeza a los falsos maestros y falsos hermanos, aunque se considere políticamente correcto, y aunque algunos crean que es falta de amor. La iglesia no es nuestra, es del Señor. Él decide quiénes están dentro y quiénes están fuera. No obedecer esto es rebeldía en contra suya, y tiene consecuencias serias.

El pago de la infidelidad

Y es que nadie puede engañar ni burlar al Señor. Él se entregó para santificar a su Iglesia (Ef. 5:26), para purificarla para sí mismo; y no va permitir que los falsos la ensucien.

Por eso anuncia solemnemente: “16 Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca”. La infidelidad no será olvidada, ni tampoco pasada por alto. Él vendrá y hará justicia, la infidelidad recibirá la retribución que merece.

Fijémonos en su exhortación: él ordena a la iglesia arrepentirse. ¿Qué implica eso? Si el pecado era “tienes ahí”, entonces arrepentirse era dejar de “tener ahí” a los falsos cristianos, en otras palabras, excomulgarlos, expulsarlos de la comunión, no admitir hermandad ni compañerismo con ellos. En este caso, en eso consistía el arrepentimiento.

Aquí debemos tener en cuenta que siempre habrá hermanos que se opondrán. Siempre habrá quienes apelen a un amor mal entendido, quienes confundan amor con indulgencia, misericordia con corrupción. Siempre habrá quienes quieran vivir tranquilos sin exhortar ni ser exhortados, sin disciplina para ellos ni para otros, sin discipulado, sin ser guardas de los hermanos ni ser guardados por los hermanos, siempre habrá de estos que pongan trabas para obedecer al Señor en este aspecto. Repetirán como mantra el lema de los mediocres: “no seamos graves”.

Pero Él dice “arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca”. Debían dejar su actitud de permisividad, y ser obedientes.

Y cuando dice “vendré a ti pronto” no se refiere a la segunda venida, sino a que los visitará con juicio, y lo hará en breve. La iglesia de Pérgamo debía tomar esto muy en serio. Era el momento de adoptar medidas drásticas y claras. Como advierte Simón Kistemaker, “llama a la iglesia al arrepentimiento pero declara la guerra contra los nicolaítas. Luchará contra ellos con la espada de doble filo que sale de su boca, y con esta espada dará muerte a los malos. Y éstos incluyen a los nicolaítas y a sus adherentes”.

Ahora, debemos saber que esto se lo dijo a la iglesia de Pérgamo, pero que también debemos tomar muy en serio como Iglesia Bautista Gracia Soberana: La iglesia pertenece al Señor, y Él está en guerra con los falsos maestros que operan al interior de las congregaciones. Nuestro deber es ser fieles, identificar a esos falsos y expulsarlos sin dudar. Si no lo hacemos, el Señor vendrá en breve contra nosotros, y manifestará su juicio en medio nuestro. Esto es realmente solemne y muy serio, un asunto de vida o muerte.

Reflexión Final

El Señor nos ha llamado a ser fieles a la verdad, y en este deber no tenemos excusa. Es intransable, impostergable, irrenunciable, ineludible, imposible de evitar. Hoy recibimos diversos llamados a la unidad, pero no la unidad del Espíritu, sino una unidad humana, artificial, una unidad que implica negar la verdad, transar aspectos centrales de nuestra fe, y todo esto en nombre de un amor mal entendido.

La unidad cristiana no es por afinidad de intereses, ni por gustos comunes, o emociones concordantes. No es porque “me cae bien” el otro, o porque “lo paso bien” estando con él. La unidad cristiana se produce porque Cristo derramó su sangre por la Iglesia, por los suyos, por su pueblo, por su Santa Novia, para purificarla, santificarla, presentársela a sí mismo sin mancha ni arruga; y porque el Espíritu aplica esa obra redentora, regeneradora, transformadora y salvadora a nuestras vidas. La unidad cristiana no la crea el apretón de manos, sino una obra sobrenatural del Espíritu que nos lleva a amar genuinamente a nuestro hermano.

Y paradójicamente, muchas veces el amor a nuestro hermano demandará que lo expulsemos de la congregación, como medida establecida por Dios para mostrarle su error y llamarlo fuertemente al arrepentimiento. Una vez más repetimos aquí: LA IGLESIA NO NOS PERTENECE. Es de Dios y se rige por sus reglas. Es SU concepto de amor, y el amor a Cristo y al hermano demanda que excomulguemos a los falsos, a los que enseñan mentiras y a los que viven impíamente. No porque somos mejores que ellos, sino porque Dios lo ordena así. Un poco de levadura leuda toda la masa, ceda al pecado 1 cm en su iglesia, y se tomará 10 km.

Pero hagámonos una pregunta difícil: ¿Deberían expulsarme a mí? ¿Deberían exhortarme, reprenderme? Ya sea que la respuesta sea afirmativa o negativa, debemos hacer lo mismo: volver una y otra vez al Evangelio, creer en Cristo para perdón de pecados, y ser lavados en su sangre preciosa que nos limpia de toda maldad. Vengamos al Señor a través de Cristo, nuestra única esperanza, y roguémosle que nos ayude a permanecer fieles a la verdad, y a poder identificar y expulsar a quienes nos causen tropiezo para apartarnos de ella. El Señor sea glorificado. Amén.