Texto base: Juan 13.18-30.

En el mensaje anterior, vimos cómo el Evangelio de Juan pasa de registrar el ministerio público de Cristo, a concentrarse en las enseñanzas privadas y momentos íntimos que compartió Jesús con sus discípulos.

El Señor Jesús, en el contexto de la celebración de la Pascua con sus discípulos, sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, amó a los suyos completamente, y les dejó una imagen viva de lo que significa el Evangelio: Él, siendo Señor de todo y habiendo recibido todo en sus manos de parte del Padre, lavó los sucios pies de sus discípulos, mostrando así que Él, siendo Dios, se humilló, se hizo uno de nosotros y vino a servir antes que a ser servido, haciéndose obediente hasta la muerte.

Fue también específico al decir que con esto nos dejó un ejemplo, para que como Él hizo, también nosotros hagamos. Es decir, al ser discípulos de Cristo nosotros también debemos lavar los pies de nuestros hermanos, vivir para servirlos considerándolos superiores a nosotros mismos y aun cuando ellos no lo merezcan en absoluto. En otras palabras, el Señor nos está mandando a amar a nuestros hermanos según el ejemplo de amor que Él nos dejó.

Luego de este maravilloso acto de amor en que Jesús lava los pies a sus discípulos, el Señor les comparte un terrible anuncio: uno de ellos lo entregaría para ser juzgado y muerto. La hipocresía de Judas fue tal, que ninguno sospechaba de su traición. Esta traición nos hará meditar sobre nuestra propia vida, a la luz de lo que debe ser un discípulo de Cristo.

     I.        Una rata entre las ovejas

No todos los que se encontraban en esa sala eran verdaderamente discípulos de Jesús. No todos iban a seguir el ejemplo de lavarse los pies unos a otros, como Jesús lo había hecho, porque no todos eran sus siervos. En otras palabras, no todos serían bienaventurados al seguir esta enseñanza de Jesús, porque no todos lo tenían a Él por Señor.

El comentarista William Hendriksen parafrasea este pasaje de la siguiente forma:

Si conocen estas cosas, bienaventurados son si las hacen. Pero no estoy hablando de todos ustedes cuando menciono esta perspectiva de bienaventuranza. Conozco a quienes he escogido para que sean mis apóstoles. Hay uno que, aunque escogido, no es bienaventurado. Pero en cuanto al hecho de que también lo escogí, así fue para que se pudiera cumplir la Escritura…”.

Esto, lejos de ser algo que sorprendió a Jesús, o algo que lo haya hecho modificar sus planes, fue algo que estaba previsto desde el comienzo. Él sabía a quiénes había elegido, como señaló también en otra porción de la Escritura: "¿No los escogí Yo a ustedes, los doce, y sin embargo uno de ustedes es un diablo?" (Jn. 6:70).

Como ya hemos visto en este Evangelio, todo el ministerio de Jesús fue perfecto, incluso si se mide con un cronómetro. Hizo todo lo que era correcto, como debía hacerlo y en el momento en que debía realizarlo. Su elección de "los doce" era algo que estaba previsto desde la eternidad, esos nombres estaban dispuestos desde antes de la creación para ser fundamento de la Iglesia (Ef. 2:20).

En el mismo sentido, estaba predeterminado que uno de los doce habría de entregar a Jesús. Aquél que lo iba a traicionar, sería parte de su círculo íntimo, de aquellos que compartían cotidianamente con Él, siendo de los que comen a su lado. Recordemos que en la cultura hebrea, el comer con alguien implicaba de forma especial compañerismo y comunión. Por eso los fariseos criticaron a Jesús que comiera con publicanos y pecadores. No era algo tan liviano como lo vería nuestra cultura. Entonces, uno de los que comía pan con Jesús, alguien que tenía comunión y compañerismo con Él, sería quien le haría una zancadilla.

Todo esto iba a cumplir lo dicho en la Escritura: "Aun mi íntimo amigo en quien yo confiaba, El que de mi pan comía, Contra mí ha levantado su talón" (Sal. 41:9 NBLH).  En la cultura hebrea y aun en la nuestra, era impensado que alguien traicionara a su benefactor, a quien le estaba dando de comer, a quien recibía confianza y comunión siendo sentado a la mesa y comiendo del mismo pan que el señor de la casa. Quien hiciera tal cosa era digno del más intenso desprecio. Y eso es lo que terminó haciendo Judas.

El Señor anunció desde antes que Él sería traicionado por uno de los doce. Ellos, al ver que esto ocurría, debían interpretarlo correctamente, entendiéndolo como una profecía de Cristo que estaba siendo cumplida. Esto debía hacerles ver que Cristo no era un ser humano común y corriente, sino el enviado de Dios, su Hijo unigénito, quien siendo Señor cumple la Palabra de Isaías: "Yo anuncio el fin desde el principio; desde los tiempos antiguos, lo que está por venir. Yo digo: Mi propósito se cumplirá, y haré todo lo que deseo" (Is. 46:10 NVI).

A la vez, esto debía llevarlos a la convicción de que, cuando vieran consumada la traición de Judas y cuando Cristo fuera entregado a los líderes religiosos y a los romanos, su plan no estaba siendo frustrado, sino todo lo contrario: estaba llegando a su cumplimiento.

En contraste con el traidor que lo iba a entregar, están sus verdaderos discípulos, a quienes Jesús estaba por enviar para que hablaran y actuaran en su nombre.

Tal como Cristo fue enviado por el Padre, Él a su vez envía a sus discípulos, para que actúen en el mundo bajo su autoridad. Esto significa que lo que el mundo hiciera con ellos, es como si se lo hiciera directamente a Jesucristo.

Esto es cierto respecto de todos los discípulos de Cristo, pero es especialmente cierto cuando se trata de los doce. Ellos y solo ellos recibieron la atribución de ser los testigos autorizados de Jesús, es decir, quienes pueden hablar con Su autoridad de lo que Él enseñó y registrar las obras de su ministerio terrenal.

Por eso, cuando se apareció a Saulo en el camino a Damasco, el Señor Jesús lo confrontó diciendo "por qué me persigues" (Hch. 9:4), siendo que Saulo estaba persiguiendo a sus discípulos.

La responsabilidad y la autoridad que Cristo les entrega, entonces, es tremenda. Como el mundo trata a los discípulos de Cristo, es como el mundo recibe y reacciona ante el mismo Dios.

El Señor les está diciendo aquí que, cuando vean consumada la traición de Judas y el Hijo de Dios sea entregado para ser juzgado y ejecutado, ellos deben recordar que han recibido autoridad de parte del Señor para ser sus embajadores ante el mundo, que no deben pensar que todo ha terminado, sino todo lo contrario, que todo continua y se consuma, y que ahora ellos son los encargados de hablar en nombre de Cristo ante el mundo. Ellos deben seguir conscientes de que Dios fue quien los llamó y los apartó para proclamar su Palabra (basado en Hendriksen).

    II.        El anuncio de la traición

Habiendo hablado de esta gloriosa autoridad que entregaba a sus discípulos para hablar y actuar en su nombre ante el mundo, el Señor se conmovió en espíritu, debido a que esta maravillosa realidad de los discípulos contrastaba brutalmente con la traición que iba a cometer uno que pertenecía a ese mismo grupo de los doce escogidos de Jesús.

En otro pasaje de este Evangelio, se menciona también que Jesús se conmovió, y fue cuando vio llorar a María ante la muerte de Lázaro, y también cuando se acercó al sepulcro de este último.

Esto nos habla de un Salvador que no es insensible. El Señor no es indiferente ante la realidad del pecado. No es un tirano frío que simplemente quiere ver a sus criaturas arder, por el simple gusto de hacerlo. El Señor lamenta hondamente la existencia del pecado, y Cristo lo demuestra en este pasaje, tanto así que dice que "se conmovió en espíritu", su ser se remeció internamente al ver que uno de sus doce iba a cometer una bajeza, una maldad tan profunda como traicionar al Autor de la vida y Señor de todas las cosas, probablemente el crimen más horrendo y vil que se haya cometido.

Quien lo habría de traicionar no era un extraño, no era uno de los líderes religiosos que le declararon la guerra desde el principio. No era uno de los romanos impíos que jamás lo consideraron como el Señor que realmente era. No era nada de esto, sino uno de sus doce, uno de su grupo, uno que compartió con Él durante 3 años, que recibió sus enseñanzas públicas y privadas, que fue pastoreado personalmente durante todo ese tiempo por el Príncipe de los Pastores, que pudo ver su poder y su gloria haciendo señales y milagros, que lo vio caminar sobre el mar y calmar el viento y la tempestad, que lo vio multiplicar los panes y los peces, hacer que los paralíticos anduvieran, los ciegos vieran, los sordos oyeran, los cautivos por demonios fueran liberados, e incluso lo vio hacer que los muertos volvieran a la vida. Fue también uno de los que vio cómo el Señor de todo se vestía de esclavo y le lavaba los pies.

Había comido con Él, dormido a su lado, caminado kilómetros cada día junto con Él, lo había acompañado mientras estaba rodeado de gente y también en la soledad; era una persona realmente íntima y cercana, tanto así que al momento mismo de entregarlo, la Escritura dice que Judas se acercó a Jesús y le dijo: “¡Salve, Maestro! Y le besó. Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes?” (Mt. 26:49-50).

Esta congoja en Cristo nos muestra que, aunque la traición estaba contemplada en el plan del Señor, era plenamente responsabilidad de Judas, y su bajeza fue uno de los sufrimientos que Cristo debió soportar como Mesías, varón de dolores y experimentado en quebranto. El hecho de que Cristo hubiera sabido desde el principio que Judas lo iba a traicionar, no hacía que el dolor fuera menor, o menos verdadero.

Pero esta declaración de Jesús no sólo conmovió su espíritu. También fue como un rayo de hielo que congeló los corazones de sus discípulos. Quedaron petrificados, atónitos ante sus dichos. Sólo imaginemos el ambiente en esa sala: el Señor Jesús había venido advirtiendo desde hace tiempo que Él iba a ser entregado a los líderes religiosos para ser juzgado y padecer en sus manos, pero sus discípulos habían demostrado una y otra vez ser incapaces de entender a qué se refería. De hecho, la única que lo había entendido correctamente era María, hermana de Lázaro, quien lo ungió con perfume para la sepultura, y lejos de ser alentada por los discípulos, fue duramente reprendida por ellos.

En los doce seguía viva esa visión terrenal del Mesías rey y conquistador, que era propia de su tiempo. No esperaban que Jesús sufriera y muriera, sino uno que tomara el poder y reinara junto con ellos, lo que se ve demostrado en sus discusiones sobre quién de ellos era el mayor, y la petición de Jacobo y Juan de sentarse a su diestra y a su izquierda en su reino.

Ellos estaban disfrutando de la Pascua, no había desconfianza alguna de que uno de ellos pudiera traicionar al Señor, al ver su reacción, ese pensamiento parecía estar del todo ausente en sus mentes, pero Cristo de pronto hace ese anuncio, y ninguno de ellos sabe qué pasa. Ellos ahora veían a Cristo, su Maestro, afligido, y ellos mismos estaban muy tristes. Es una escena tan fuerte, que los relatos tienen estos detalles emotivos, que nos llevan a ese momento tan terrible, en que se dan cuenta que uno de ellos siempre fue un falso, un hipócrita y un traidor.

En este texto se nos dice que se miraban unos a otros dudando de quién lo haría. Lucas cap. 22 nos dice que comenzaron a discutir entre ellos quién sería el traidor. El Evangelio de Marcos y Mateo cap. 26 nos dicen que se entristecieron en gran manera, y comenzaron a preguntar uno a uno, "¿Soy yo, Señor?” (v. 22). En ese pasaje paralelo vemos que todos preguntaron, y el último en hacerlo fue Judas, quien hipócritamente dijo: “¿Soy yo, maestro?” (v. 25).

Sumando los distintos relatos, la duda, la incertidumbre y la absoluta sorpresa reinaban entre los discípulos. La respuesta de Jesús en los pasajes paralelos es que sería uno de los doce, uno de los que metía su mano con Él en el plato. Esta respuesta de Jesús no definía quién sería el traidor, ya que todos estaban metiendo su mano al plato. Esta fue una respuesta muy sabia de parte del Señor, ya que por una parte los hacía desconfiar de sí mismos y autoexaminarse. Esto era bueno para su alma, ya que les hacía ver que ellos eran débiles y perversos en sí mismos, que eran pecadores que eran capaces de traicionar a Jesús, y que por tanto debían estar alertas y velando. Los hacía tener un sano temor de sí mismos y de lo que podían llegar a hacer, y esto es algo que todos debemos considerar sobre nosotros mismos.

Una persona que confía en sí misma, en su supuesta fortaleza para enfrentar situaciones difíciles, en su supuesta capacidad de sostener su fe y caminar sobre el mar por su propio mérito, es una persona que va camino a la destrucción. Por otra parte, alguien que desconfía de sí mismo, que se reconoce pecador y sabe que es capaz de los peores males, es alguien que se mantendrá aferrado a los pies de Cristo, alguien que buscará depender del Señor en todo momento y querrá permanecer en la vid para no perecer.

Por otra parte, esta respuesta de Jesús es sabia también porque dejaba en evidencia lo horrible de la traición de Judas. Era alguien que comía junto con el Señor, alguien de confianza, alguien con quien Jesús tenía amistad e intimidad. Su traición era realmente asquerosa.

Tanta era la cercanía de Judas a Jesús, y de tal manera había sido su hipocresía, que los demás discípulos no sabían a quién se refería el Señor cuando dijo que uno de ellos lo iba a entregar. Es decir, desde la perspectiva de ellos, podría haber sido cualquiera. Ellos no esperaban de ninguno de sus compañeros, que alguien podría ser capaz de entregar a Jesús, y si alguien lo había de hacer, entonces no sabían quién podría ser, ya que ninguno había demostrado antipatía hacia el Señor, ninguno había despertado sospechas por hacer o decir cosas indebidas, al punto de pensar que no amara a Cristo, o que sería capaz de entregarlo para ser juzgado y muerto.

Tan insospechada era la traición de Judas, que la única forma en que pudieron saber quién lo entregaría es porque Juan preguntó directamente al Señor Jesús, y fue Él quien debió darles una señal: el traidor sería a quien Jesús diera el pan mojado, lo que es más específico.

Tomando todos los relatos paralelos, vemos que la pregunta poco a poco se fue aclarando: primero Jesús dice que será uno de los doce, que mete la mano con Él al plato. Luego dice que es a quien le da el pan mojado. Y luego, cuando Judas pregunta descaradamente si será él quien lo entregue, Jesús le dice “tú lo has dicho” (Mt. 26:25). Por último, lo despide diciendo “Lo que vas a hacer, hazlo más pronto” (Jn. 13:27).

Esta última orden de Jesús, además, nos muestra que Él está en completo dominio de la situación. El Señor no fue entregado cuando lo quiso el concilio de ancianos o según el tiempo de Judas, sino precisa y exactamente cuando debía ser entregado de acuerdo a su plan.

Todas estas pistas que Cristo iba dando, a la vez servían de advertencia a Judas, eran señales que lo exhortaban a detenerse. El traidor podía ver que Cristo olía la fetidez de su maldad, que conocía sus planes y sus intenciones, podía sentir que el cerco se iba estrechando, y tenía la opción de arrepentirse y no llevar adelante su asquerosa traición, pero reveló que era el hijo de perdición, el que traicionó al Rey del universo, y por tanto le sería mejor no haber nacido.

Era tan impensado era que Judas pudiera traicionar a Jesús, que aun después de todas estas señales, ninguno ató los cabos sospechando que él saldría para entregar a Jesús, sino que pensaron que haría labores de discípulo, comprando lo necesario para celebrar la Pascua o entregando algo de lo recaudado a los pobres.

Y todo esto es lógico, porque sólo puede traicionar aquél que se considera o se muestra como amigo. El enemigo y el opositor no traicionan, ya que abiertamente han declarado un propósito y una forma de actuar adversa. Sólo puede traicionar quien se muestra cercano, quien hasta ese punto ha entregado amistad o amor, quien hasta ese momento ha buscado el bien de una persona, a la que luego perversamente, en ese contexto de confianza, traiciona; haciéndole mal o entregándola al peligro o la destrucción, contradiciendo así la Escritura: “No intentes mal contra tu prójimo Que habita confiado junto a ti” (Pr. 3:29).

Esto nos habla por una parte de la gran hipocresía de Judas, quien había simulado perfectamente ser un verdadero discípulo de Jesús durante 3 años, y lo había hecho de tal manera que, aun compartiendo todos los días de forma cercana e íntima, caminando paso a paso y trabajando codo a codo con los demás, había sido imposible detectar su perversión.

Por otra parte, resulta aterrador, ya que si fue posible que alguien simulara ser discípulo con este nivel de hipocresía, por tanto tiempo y en un contexto tan cotidiano e inmediato, engañando a otros 11 discípulos escogidos de Cristo; también es posible que alguien simule hoy ser un discípulo, mientras en su corazón abraza la maldad y la traición al Maestro que dice servir.

   III.        La traición de Judas y nosotros: ¿Traidores o discípulos?

Al comienzo del capítulo, se nos dice que “el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase” (v. 2). Primero plantó una sugerencia, un pensamiento, que Judas no resistió, sino que entretuvo en su corazón y comenzó a alimentar. Luego, llegado el tiempo y cuando la voluntad de Judas estuvo dispuesta, satanás derechamente entró en él, y actuó junto con Judas en su crimen maldito. Satanás primero sugiere e invita, luego da órdenes.

Cuando comió el bocado que Jesús le entregó, toda la perversión y la bajeza que se venía cocinando a fuego lento en el corazón de Judas, estalló en hervor, y ahora estaba listo para realizar el acto más bajo y despreciable de que se tenga memoria: traicionar y entregar al Salvador del mundo.

Judas, al ver que su conspiración había sido descubierta, se apresura a salir y a concretar su traición. Probablemente pensó que había sido puesto en evidencia, y que si no se movía ahora, su perverso plan podía verse frustrado. Como una cucaracha, se alejó de prisa de la Luz del mundo, y se internó en la oscuridad de la noche para cometer su crimen eterno.

Sus pies corrieron presurosos a hacer el mal, algo que el Señor abomina y aborrece (Pr. 6:18). El enemigo, satanás, entró en él, y se lanzó a cometer su traición perversa.

Quizá no has visto lo aterrador de todo esto. Comentando este pasaje, el teólogo brasileño Augustus Nicodemus dice lo siguiente: “Cuando Judas fue poseído por Satanás, no cayó al piso, no retorció los ojos, no habló con voz diferente, no pareció estar enfermo ni comenzó a andar encorvado, no obtuvo una fuerza descomunal. Simplemente salió y se fue a ganar dinero vendiendo a Jesús a los sacerdotes (Lucas 22:3-6). Tenemos mucha más gente poseída por Satanás de lo que se piensa”.

Estemos alerta, no sea que nos convirtamos en instrumentos de satanás sin darnos cuenta. La única defensa posible es resistirlo desde el comienzo, cuando empieza a sugerir la rebelión a la voluntad de Dios, o siquiera el más leve cuestionamiento a su Palabra. En ese momento, cuando comenzamos a entretener pensamientos de maldad, cuando nuestro corazón empieza a coquetear y ser seducido por la desobediencia, es que debemos rechazar a satanás con todas nuestras fuerzas y mantenernos firmes. No nos engañemos: si cedemos a su engaño, somos completamente responsables.

La Escritura dice: “Por tanto, sométanse a Dios. Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes” (Stg. 4:7 NBLH).

Sobre esto, J.C. Ryle comenta: “Una vez que un hombre comienza a entremeterse con el diablo, nunca sabrá cuán profundo puede caer. Subestimar los primeros pensamientos de pecado, hacer fuego con ideas malignas apenas son ofrecidas a nuestros corazones, dejar que satanás nos hable, nos halague y ponga conceptos perversos en nuestros corazones; todo esto puede parecer un asunto menor para muchos. Es precisamente en este punto donde a menudo comienza el camino a la ruina. El que permite a satanás sembrar pensamientos malignos, pronto encontrará al interior de su corazón una cosecha de malos hábitos. Bienaventurado el que realmente cree que hay un diablo, y creyendo, vela y ora diariamente para ser guardado de su tentación”.

Debemos velar celosamente sobre nuestros corazones cada día con oración y súplica al Señor para ser guardados del mal que hay afuera, pero muy especialmente también de la perversión y el pecado que habita en nosotros, que es como combustible que el diablo puede encender con una simple chispa de tentación. Basta que dejes desatendido tu corazón un día, y al día siguiente ya encontrarás malezas de pecado. Déjalo desatendido una semana, y ya será como un sitio baldío lleno de escombros y espinos. Descuídate un mes, y ya tendrás una selva tupida y caótica de maldad.

El predicador Charles Spurgeon dijo: “Uno de estos días usted no será capaz de deshacerse de aquellos hábitos que ahora está formando. Al principio la red del hábito está hecha de telaraña; la puede romper rápidamente. En poco tiempo se hace de cuerda. Pronto se convertirá en soga. Finalmente será fuerte como el acero y usted estará finalmente atrapado”.

¿Piensas que eres mejor que Judas, un discípulo que pasó 3 años viviendo con Jesús cada día, escuchando directamente sus enseñanzas y viendo con sus propios ojos sus obras poderosas? Judas se dedicó a predicar en nombre de Jesús e hizo milagros. ¿Has hecho tú algo así? ¿Piensas que nunca serías capaz de caer de esa forma? Te pido que analices de verdad tu corazón y veas si hay esta necia confianza en ti mismo.

Si esta es tu forma de pensar, tengo malas noticias: estás engañado. Es cierto, no puedes traicionar a Jesús exactamente de la misma forma que lo hizo Judas, pero puedes hacer un eco a esa traición en tus actos. Si dices seguir a Jesús y vienes a la iglesia y cantas a su nombre, pero vives según tu propia voluntad y para tus gustos y deseos, estás traicionando a Jesús. Si te dices creyente, pero prefieres mantener una relación de amistad o sentimental que la Palabra no permite, o si aceptas hacer algo indebido en tu trabajo para mantenerte en él, o si prefieres dar en el gusto a tus amigos o familiares para no desagradarlos antes que hacer la voluntad de Dios, estás traicionando a Cristo. Si debiendo hacer o decir algo conforme a la verdad, prefieres no hacerlo para no incomodar a quienes no creen, o para ahorrarte problemas, estás traicionando a Cristo.

Podemos imaginar muchos casos más, porque en rigor, todo pecado que cometas implica traicionar a Cristo de una u otra manera. Cada vez que escoges la rebelión antes que la obediencia, al mundo antes que al Señor, la mentira antes que la verdad, estás traicionando a Cristo, y muchas veces lo haces sin siquiera pedir 30 piezas de plata a cambio. “Decir ‘señor, señor’ y desobedecer, es un beso de Judas” (John MacArthur).

Jesucristo dijo: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46). La vida de los discípulos de Cristo se caracteriza por hacer la voluntad de Dios, por la imitación de Cristo, o en palabras de la Escritura: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:6).

¿Por qué se caracteriza tu vida? ¿Eres un discípulo que, aunque débil y propenso a caer, permaneces en la vid y te caracterizas por la obediencia y la santidad? ¿O eres uno que, aunque dice “señor, señor” y dice “amén”, te caracterizas por la rebelión, la desobediencia y por vivir para tus propios deseos? ¿En el día de hoy, 4 de febrero de 2018, qué eres, traidor o discípulo?

Los hombres podemos engañarnos unos a otros, pero el Señor no puede ser burlado. Es posible que alguien pase toda su vida en la iglesia como el más piadoso, mientras en su corazón permanece impío y rebelde. Pero tal persona, aunque engañe a los cristianos, no puede engañar a Cristo. Él dice “yo sé a quienes he elegido”.

Si estás viviendo en hipocresía, esto debe aterrarte, porque el Señor puede ver a través de ti, tu corazón es un libro abierto delante de Él, y Él puede ver que no estás vestido para la boda. Él conoce tu vida en lo más íntimo, y sus ojos ven con igual claridad en la luz que en la más completa oscuridad, ante Él no sirven los velos, las cortinas ni los cerrojos, porque, aunque te escondas de todo ojo humano, jamás podrás huir del ojo del Señor. Si continúas viviendo en hipocresía, tu falsedad será revelada tarde o temprano, y serás echado a las tinieblas de afuera cuando comparezcas ante el Juez Todopoderoso.

Judas aparece en todo momento como hipócrita. No se puede confiar en él. Cuando, al final del Ministerio Galileo, “muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él”, (6:66) Judas, al continuar con Jesús, fingió ser verdadero discípulo (véase sobre 6:70, 71). Cuando María de Betania ungió a Jesús, Judas fingió estar preocupado por los pobres, (véase sobre 12:4–6). Cuando, durante esta misma noche de la cena pascual, el sorprendente anuncio del Maestro, “Uno de vosotros me va a entregar”, había producido la rápida respuesta de muchos, “por cierto, ¿no seré yo, Señor?”, Judas también había agregado un, “¿Por cierto que no seré yo, Rabí?” También esto era simple fingimiento. Y ahora, unos momentos después, cuando Jesús se dirige a Judas para entregarle un bocado, éste lo toma con descaro, como si tuviera derecho a aceptar comida de la mano de aquél cuya destrucción buscaba. ¡Si hubo alguna vez un hombre con la conciencia endurecida, ese fue Judas!” (Hendriksen).

Si estás viviendo en hipocresía, es mi deber informarte que estás en el camino de Judas, que fue seguido ya por otros malditos, como Demas, quien habiendo sido considerado por el Apóstol Pablo como un colaborador, luego lo abandonó amando más a este mundo, cuando el Apóstol cayó preso.

A quienes siguen esta senda el Señor dice: “Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio, mas a otros se les descubren después. Asimismo se hacen manifiestas las buenas obras; y las que son de otra manera, no pueden permanecer ocultas” (1 Ti. 5:24-25).

Para los discípulos, en cambio, el hecho de que Dios conozca todo sobre ellos es un consuelo. Él conoce sus luchas, sus afanes, sabe cuando han sido menospreciados y perseguidos, y sabe también la obra que han hecho aun cuando nadie más la vea, o cuando nadie esté ahí para dar las gracias. Este Señor sabe que sus discípulos quieren seguirlo sinceramente, aunque son débiles y propensos a caer. Aunque el pecado aún está en sus vidas, su disposición permanente es el arrepentimiento, y buscan crecer en obediencia y santidad por amor a su Señor.

A sus discípulos, el Señor dice: “Porque Dios no es injusto como para olvidarse de la obra de ustedes y del amor que han mostrado hacia Su nombre, habiendo servido, y sirviendo aún, a los santos” (He. 6:10 NBLH).

Pero sea que hasta ahora hayas sido un hipócrita o que hayas sido un verdadero discípulo, mi llamado en esta hora es que mires a Cristo. A los hipócritas los llamo a sacarse la máscara, confesar su pecado, reconocer que van camino a la destrucción y que vengan a Cristo para tener vida, porque aún es tiempo de alcanzar misericordia, pero habrá un día en que la puerta de salvación se cerrará y sólo quedará el juicio. A los discípulos los llamo a permanecer en este tierno Salvador, quien pese a todo su sufrimiento e incluso después de haber sido traicionado por uno de sus discípulos, no echó pie atrás, sino que fue a la cruz para nuestra redención.

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, 2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He. 12:1-2).