Acuérdate del día de reposo

Domingo 30 de agosto de 2020

Texto base: Éxodo 20.8-11.

Eric Liddell fue un atleta escocés nacido en 1902, hijo de misioneros cristianos. Compitió en los juegos olímpicos de París en 1924, y aunque llegó a ser campeón en los 400 m lisos y ganó el bronce en los 200 m, tenía como mejor prueba los 100 m, y para ella había entrenado más específicamente. Sin embargo, decidió no competir en esa carrera al enterarse en el último momento de que las eliminatorias se celebrarían un domingo, y correr en ese día iba en contra de su fe, debido a que infringiría el cuarto mandamiento. Aunque esto le costó el disgusto de muchos, cuando le tocó correr la carrera de los 400 m, un masajista del equipo de atletismo le entregó un papel que decía “yo honraré a los que me honran”, lo que era una cita de 1 S. 2:30. Conmovido por esto, Lidell no sólo ganó el oro, sino que obtuvo un record europeo que permaneció por doce años. Este episodio de su vida fue retratada en la película “Carros de fuego” (1981). Terminaría sus días a los 43 años, como misionero en China, en 1945.

Sin duda, el ejemplo de fe y de obediencia de Liddell es maravilloso. Pero lo más triste es que la mayoría de los evangélicos en nuestros días no comprendería por qué se abstuvo de correr en domingo, tratándose además de juegos olímpicos. Muchos lo tratarían de legalista anticuado, y otros lo reprenderían porque no aprovechó de “ser luz” ganando la carrera. Pero lejos de eso, Liddell es un ejemplo de fidelidad a la fe cristiana bíblica e histórica, una que ya en sus tiempos se estaba ahogando en el mar de una sociedad secularizada, y de un cristianismo cobarde y mundano, diluido, que había cambiado la obediencia a la Ley de Dios por los entretenimientos y placeres terrenales.

Si esto era cierto en los tiempos de Liddell, hoy lo es mucho más, ya que hoy el cuarto mandamiento es completamente extraño para quienes dicen ser cristianos, de manera que incluso quienes se atreven a reconocer que debemos obediencia a los mandamientos de Dios, parecen creer que hoy son nueve, y no diez mandamientos. Esto hace mucho más necesario reflexionar en este mandamiento, que por lo demás tiene características que lo hacen único entre los diez, recordando además el encabezado común a todos los mandamientos: “Yo soy Jehová tu Dios”, que nos recuerda quién es nuestro Dueño y Señor. Así, nos enfocaremos en lo que Dios ordena, en lo que prohíbe, en su continuidad hasta nuestros días, y en la manera en que nos alcanza personalmente, demandando nuestra obediencia.

I. El deber santificar el día de reposo

Como ya hemos señalado, la primera tabla de la Ley, con los cuatro primeros mandamientos, contiene la verdadera devoción que debemos a Dios, desde todo nuestro corazón. El primero, nos dice a quién debemos adorar, el segundo, cómo debemos darle ese culto; el tercero, cuál debe ser la disposición de nuestro corazón hacia Él, y el cuarto, nos dice que Él es Señor de nuestro tiempo y que debemos apartar un día especialmente para rendirle adoración. Por ello, es natural que todos estos mandamientos se entremezclen, porque apuntan a ese corazón que debemos tener para Dios.

Analicemos, entonces, los deberes de este mandamiento:

i. Acuérdate del día de reposo

Esto nos indica:

a. Que el mandamiento había sido dado antes y debía ser recordado, por tanto, no es algo que se estaba dando a conocer recién en ese momento, sino cuando Dios terminó la obra de creación: “Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Gn. 2:3). Esto es citado en el mismo mandamiento como un refuerzo para su obediencia (v. 11), y es fundamental para entenderlo, porque se trata de un decreto de la creación, en lo que nos detendremos después.

b. Que somos prontos para olvidarlo, porque en nuestro pecado, reclamamos ser dueños de nosotros mismos y nuestro tiempo, y nos rebelamos contra la soberanía de Dios en nuestras vidas, así que el Señor ha querido dejarnos un recordatorio perpetuo de nuestro deber de apartar ese día.

c. Que debemos prepararnos para poder descansar de nuestras tareas cotidianas toda esa jornada, y así destinarla al fin que Dios desea. En este sentido, “Amar a Dios requiere tiempo, y cuando algo requiere tiempo, requiere planificación… lo que no se planifica no se hace en la mayoría de los casos” (Sugel Michelén). Nuestra Confesión de Fe declara que este día se guarda santo con “la debida preparación de su corazón y de haber ordenado de antemano todos sus asuntos cotidianos(22.8).

ii. Para santificarlo

Esto da el enfoque y propósito de este día. Es decir, debes distinguirlo de todo el resto de los días y destinarlo especialmente para la adoración y el servicio a Dios. Cuando los levitas debían santificar los utensilios para el templo, estos no podían ya ser usados para fines ordinarios y comunes, sino para el servicio al Señor en el templo. Así también ocurre con este día, hay que separarlo de los demás, no puede ser vivido como el resto de la semana.

En Deuteronomio cap. 5, donde Moisés reitera los Diez Mandamientos, dice: “Guardarás el día de reposo para santificarlo”. Esto da el énfasis de obedecer lo que Dios ha dispuesto para ese día, viviendo en él según lo que Dios ordenó. Esto implica que “… debemos involucrarnos en aquellas actividades que obtienen, aumentan y expresan conocimiento de la santidad de Dios y nuestra propia santidad en Cristo” (Joel Beeke).

Ante esto, muchos responden diciendo que todos los días son para el Señor, así que este mandamiento no nos alcanza hoy. Es claro que todos los días pertenecen al Señor, y nuestra vida debe ser santa en todo tiempo. Pero no todos los días podemos dedicarlos primordialmente para adorar a Dios, meditar en Su Palabra, congregarnos con nuestros hermanos y hacer obras de misericordia, porque el resto de los días estamos ocupados en los quehaceres cotidianos, y santificar este día implica que esas labores ordinarias no estarán presentes en este día, pues será apartado de manera especial para el Señor. Eso se relaciona con otro deber ordenado en este mandamiento:

iii. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra

Aquí se amplía mucho más el espectro, y notamos que el mandamiento no sólo incluye un día, sino toda la semana. Es decir, no sólo nos ordena dejar este día libre de las tareas y trabajos cotidianos, sino que nos demanda hacer esas labores el resto de los seis días. En otras palabras, el Señor está diciendo que contamos con todo ese lapso para hacer todo lo que tengamos que hacer: trabajar para nuestro sustento, realizar el necesario mantenimiento, aseo y reparaciones en nuestras casas, dedicar algo de tiempo incluso a entretenciones, deportes, pasatiempos o disciplinas, tener nuestro tiempo de estudio académico, y toda otra cosa común y cotidiana que tengamos que hacer; pero es en esos seis días en que debemos dedicarnos a esto. Así, “el resto de la semana recoges paja, pero en el día del Señor recoges perlas[1].

Por consiguiente, a través de este mandamiento, el Señor refleja lo ocurrido también en la creación, y nos dice que Él creó la semana. No se trata de una construcción social, sino de una creación de Dios para ordenar la vida del hombre en la tierra, desde su mismo comienzo. El mandamiento es explícito en hacer referencia a esto. Por tanto, involucra toda nuestra vida, toda la organización de nuestros días, lo que implica “… que Dios es el Señor soberano de nuestro tiempo. Tiempo que debe ser usado y aprovechado por nosotros justo como Él lo ha especificado aquí[2].

Por otra parte, vemos que “el cristiano no sólo debe estimar el Cielo, sino también su vocación. Mientras el capitán del barco tiene sus ojos en las estrellas, tiene sus manos en el timón… el ocio es la nodriza del vicio[3]. “Aquel que nunca trabaja no es apto para la adoración. Trabajar es pavimentar el camino para la adoración, al igual que la adoración nos prepara para el trabajo[4]. Por tanto, el mandamiento incluye también nuestra vida laboral, en la que debemos ser diligentes, íntegros y piadosos, llevando a cabo el trabajo que Dios nos ha entregado, trayendo el sustento a nuestras familias, pero a la vez organizando bien el tiempo para tener los necesarios momentos de descanso, adoración familiar y esparcimiento.

iv. Mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios

A diferencia de los otros seis días de la semana, este día especial debe ser dejado libre para descansar espiritualmente en el Señor y adorarlo tanto en lo personal como en lo congregacional. “El día de reposo se guarda santo para el Señor cuando los hombres, después de la debida preparación de su corazón y de haber ordenado de antemano todos sus asuntos cotidianos, no solamente observan un santo descanso durante todo el día de sus propias labores, palabras y pensamientos acerca de sus ocupaciones y diversiones seculares, sino que también se dedican todo el tiempo al ejercicio público y privado de la adoración de Dios, y a los deberes que son por necesidad y por misericordia” (CFBL 1689, 22.8).

El mandamiento nos aclara que el descanso no es para un fin personal, sino “para Jehová tu Dios”. Eso nos recuerda el encabezado de todos los mandamientos: “Yo soy Jehová tu Dios”. Se trata de Él, de honrarlo, servirlo, adorarlo con todo el honor y la gloria que merece. Ningún día es para nuestro uso egoísta, sino que trabajamos seis días para glorificar a Dios, y descansamos uno para adorarlo libremente a Él. Todo nuestro tiempo, sea que estemos activos o durmiendo, en trabajos comunes o en adoración, nuestro esfuerzo y nuestro reposo, son sólo para Él.

II. La prohibición profanar el día de reposo

Dado que este mandamiento evidencia el señorío de Dios sobre nuestro tiempo, tanto sobre nuestro trabajo como nuestro descanso, se prohíbe toda rebelión contra esa soberanía, en cualquiera de sus formas.

A. Ociosidad y desorden

El Señor nos ordena trabajar, y un grave pecado el permanecer ociosos. La Escritura amonesta en duros términos contra la pereza, dedicándole numerosos proverbios, y fue presentada como una conducta inaceptable en medio de la Iglesia de Cristo. Dice el Apóstol Pablo: “Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. 12 A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando sosegadamente, coman su propio pan” (2 Tes. 3:11-12). Sobre esto, ordena: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (v. 10), y si alguno no obedecía a estos mandatos, debían señalarlo y no juntarse con él, con lo que vemos que no se puede tolerar la ociosidad entre los hijos de Dios. El piadoso trabaja con diligencia y esfuerzo, pero la negligencia y la pereza son frutos del pecado.

Relacionado con esto, el mandamiento también condena toda desorganización y desorden semanal, que afecten la observancia de este día especial para adorar al Señor. Dado que dice “Acuérdate”, durante los otros seis días debemos preparar el camino para que este día esté libre, y no lleno de tareas que quedaron pendientes. Por otra parte, si estamos somnolientos durante la adoración y el servicio, debido a un desorden en los hábitos o en la organización de la semana anterior, también estamos afectando la disposición que debemos guardar este día especial. Quienes dejan la noche del sábado para trasnoches de ocio, se encontrarán al otro día con el corazón y los pies pesados para adorar a Dios.

B. Profanación del día santo

Por otra parte, se prohíbe el uso profano y común de este día especial. Si el Señor lo llama un día santo, nosotros no podemos tratarlo como un día ordinario. Dice el mandamiento: “no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas”.

Los judíos contemporáneos a Cristo habían malinterpretado este mandamiento, pensando que debían estar inactivos, evitando incluso hacer el bien. Lejos de eso, a lo que se refiere la frase “no hagas en él obra alguna” es que no ejecutemos en este día aquellos trabajos y tareas comunes que hacemos en la semana. Pero este día tenemos deberes, y también estaremos pecando si los descuidamos, porque no es un día para la inactividad ni el ocio, sino para hacer el bien.

Es decir, en este día debemos abstenernosno sólo de aquellas obras que son pecaminosas en todo tiempo, sino también de aquellas ocupaciones y recreaciones mundanas que durante los demás días son legítimas” (CMW, P. 117). De esta forma, “Los pecados prohibidos en el cuarto mandamiento son: toda omisión de los deberes exigidos, todo cumplimiento de éstos que sea descuidado, negligente e inútil, o el cansarse de cumplirlos; toda profanación del día por ociosidad, y por hacer aquello que es en sí mismo pecaminoso; y mediante obras, palabras o pensamientos innecesarios acerca de nuestras ocupaciones y recreaciones mundanales” (CMW, P. 119).

Notemos, por tanto, que el descanso esta jornada no es para fines egoístas, como recrearse en pasatiempos o placeres personales que podrían hacerse otro día. Ese reposo santo es para la adoración, la comunión con nuestros hermanos, el servicio al Señor y a la Iglesia y la misericordia.

La esencia de la prohibición es que no podemos usar este día para otro fin que no sea el que el Señor estableció. Y esto no sólo en lo personal, sino que debemos asegurarnos de que todos los que estén bajo nuestro cuidado, responsabilidad o autoridad, lo guarden también. Esto incluye ciertamente a los hijos, pero también los sirvientes, los criados, los extranjeros que habitaban entre ellos y hasta los animales que se usaban para trabajar.

En este sentido, el mandamiento habla aquí directamente a los padres de familia, y les manda hacer que su casa esté en orden y que este mandamiento sea obedecido. Debemos santificar este día, pero no debemos estorbar a nadie, para que también puedan santificarlo. Este no es un día para contratar a personas a que vengan a hacer trabajos en nuestros hogares, ni para tener a empleados realizando labores para nosotros. Debemos dejarlos libres para que puedan adorar al Señor, pues Él lo ha ordenado así. Si el Señor ordena que descansen y estén libres para adorarlo a Él, ¿Cómo tú les vas a ordenar que trabajen? Quien se atreva a hacer tal cosa, está actuando como faraón, quien no permitía al pueblo de Dios ir a adorar, manteniéndolos bajo trabajo. Quien procede así, está haciendo el trabajo de satanás, ya que está impidiendo que el Nombre del Señor sea alabado como Él mandó.

Ahora, debemos tener cuidado, ya que aclaramos que no es un día para estar inactivo, sino para hacer el bien, y hay ciertas obras que debemos realizar:

a. De adoración y servicio al Señor: Es un día para congregarnos, disfrutar de la comunión en el Espíritu con nuestros hermanos, escuchar la Palabra juntos, cantar a Su Nombre y orar unos con otros. Es un día especial también para orar en la intimidad, meditar más en Su Palabra y profundizar en ella, pasando un tiempo más extenso ante la presencia del Señor. Es un día para realizar servicios en la congregación, participar de actividades juntos, visitar hermanos, adorar en familia, en fin, hay libertad para dedicarlo a todos los fines santos que podamos.

b. De misericordia: no podemos dejar de atender a los enfermos que están a nuestro cuidado, y es un excelente tiempo para visitar a los hermanos afectados en su salud o que se encuentran débiles por diversos motivos que les impiden congregarse normalmente. Justamente este tipo de obras fueron las que los fariseos reprendieron en Jesús, como si hubiesen estado prohibidas en los Diez Mandamientos. Pero cuando Jesús sanó enfermos en este día, no incumplió la ley, todo lo contrario, la obedeció a la perfección, y evidenció la hipocresía de los líderes religiosos, quienes no habrían negado la ayuda a sus animales, pero sí a su prójimo hecho a la imagen de Dios.

De necesidad: son aquellos trabajos que no pueden ser aplazados, ni podían ser distribuidos en la semana anterior, como atender una emergencia en nuestro hogar. También son aquellas labores necesarias para el funcionamiento de la sociedad y que no pueden cesar, como las de salud, transporte y seguridad.

Debes guardar tu corazón, ya que la tentación es buscar ampliar las situaciones excepcionales, tomándose de ellas para hacer lo que queremos en el día santo. El pueblo de Israel cayó constantemente en el pecado de profanar este día, siendo una de las rebeliones más recurrentes en ellos. El Señor recién los había sacado de Egipto y les había dado el maná, con la orden de no salir a recogerlo el séptimo día, pero aun así ellos salieron, demostrando su rebelión, de modo que el Señor dijo a Moisés: “¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes?” (Éx. 16:28). Luego, después de que el Señor había castigado a Israel a vagar cuarenta años en el desierto, uno de entre el pueblo violó abiertamente el mandamiento, saliendo a recoger leña, con lo que el Señor ordenó que fuera apedreado fuera del campamento (Nm. 15:32ss). Profetas como Isaías y Jeremías acusaron constantemente a este pueblo de violar este mandamiento, y en Nehemías 13 vemos que, después de todos los juicios que habían sufrido por su rebelión, seguían profanando el día santo del Señor.

El pecado es porfiado y persistente. Por ello, debemos rogar al Señor que guarde nuestra alma para que le demos la adoración que debemos este día.

III. La continuidad del cuarto mandamiento

Quienes no están habituados a escuchar sobre el cuarto mandamiento, a estas alturas deben estar llenos de preguntas. Quizá varios están convencidos de que este mandamiento no los obliga, pero los invito a considerar detenidamente lo siguiente:

A. Características del cuarto mandamiento

i. Es un decreto de la creación (Gn. 2:3). Implica que es fundacional, es algo que Dios ordena para regular la vida del hombre en la tierra, tal como el matrimonio y el mandato cultural. Así, el Señor estableció un día para conmemorar la obra de la creación, para ser adorado y para ser un símbolo del descanso de quienes entran en Cristo. Así, es la voluntad de Dios para toda la humanidad, no únicamente para los judíos, y esto explica también que debían guardarlo los extranjeros. De hecho, antes de entregar los Diez Mandamientos, el Señor habló de Él como obligatorio (Éx. 16:23).

ii. Es un día único: fue bendecido y santificado por Dios mismo, y Él nos dio el ejemplo, ya que descansó ese día, y ordena que el hombre hecho a su imagen también lo haga. El Señor además lo reclama como suyo, ya que afirma que es “reposo para Jehová tu Dios” (v. 10).

iii. El mandamiento tiene características únicas (John Flavel):

a. Es el más extenso de los diez.

b. Hay un recordatorio y una advertencia solemne antes del mandamiento

c. Es el único que se expresa tanto positiva como negativamente.

d. Se refuerza con argumentos: es un día para conmemorar la creación (Éx. 20:11) y la redención del Señor a Su pueblo (Dt. 5:15).

El Señor providencialmente adornó este mandamiento de propiedades únicas, siendo probablemente el más menospreciado entre los diez, y abiertamente negado por muchos.

iv. Fue incluido en los Diez Mandamientos, que son la Ley moral de Dios, los que se diferencian del resto de la Ley porque fueron escritas con el dedo de Dios en tablas (Éx. 31:18), lo que indica su voluntad de que permanezcan perpetuamente, a diferencia de las leyes civiles y ceremoniales.

v. Tiene un fuerte contenido moral, y así es reconocido por los profetas, quienes exhortan al pueblo de Dios a guardarlo de corazón, como parte de la adoración genuina que deben al Señor.

vi. Fue establecido para bienestar del hombre: El Señor Jesús dijo: “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mr. 2:27). El hombre no está hecho para trabajar sin detenerse, sino que debe descansar, no sólo cada día, sino de forma semanal. Además, necesita ese tiempo apartado para adorar, porque de otra forma su alma se enfriará.

vii. El mismo Cristo le dio una honra especial, cuando dijo: “el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo” (Mr. 2:28). Esta declaración es tan importante, que define el sentido del mandamiento, pero más profundamente, afirma que Jesús es Dios, porque sólo el Señor puede hacer una declaración como esa.

viii. Obedece a una necesidad humana permanente, que no fue abolida junto con las sombras del A.T.: debe seguir existiendo un día para conmemorar la creación y la redención, ahora en Cristo, un día para adorar a Dios de manera pública y privada, libres de las tareas cotidianas. Se sigue necesitando un día para que el cuerpo descanse y se reponga, y por tanto el bienestar del hombre sigue demandando que exista este día.

B. Objeciones a su continuidad

Ahora, hasta aquí alguien podría reconocer la importancia y necesidad del mandamiento, pero sigue preguntándose: ¿Qué pasa entonces con lo que dice la Escritura?: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Col. 2:16-17).

Para responder a esto, debemos recordar que la Ley del Antiguo Pacto se puede clasificar en:

a. Moral: refleja el carácter de Dios y es perpetua, obligando a todos los hombres en todo tiempo y lugar. Ella se condensa en los Diez Mandamientos.

b. Ceremonial: contiene el sistema de sacrificios, sacerdocio y adoración del Antiguo Pacto. Apuntaba a la obra salvadora de Cristo, como sombras de lo que había de venir, y por tanto quedaron abolidas en la cruz.

c. Civil: es el sistema de gobierno del Israel nacional como reino en Canaán, lo que era un anticipo del pueblo de Dios en la gloria eterna, y también cumplió plenamente su finalidad una vez que vino Cristo, quedando abolida allí.

Así, tal como ocurre con los otros mandamientos, este cuarto mandamiento tiene una dimensión ceremonial que quedó abolida en la cruz, y otra moral que es la esencia del mandato, y continúa hasta hoy. Dentro de ese aspecto ceremonial, están los sábados semanales, mensuales y anuales. Ellos se describían de esta forma: días de fiesta, luna nueva o días de reposo. Por ej., dice que Salomón levantó el templo “para que ofreciesen cada cosa en su día, conforme al mandamiento de Moisés, en los días de reposo, en las nuevas lunas, y en las fiestas solemnes” (2 Cr. 8:13, ver también 2:4; 31:3; Neh. 10:33).

En consecuencia, cuando el Apóstol dice que esto no obliga a los cristianos, no se refiere al cuarto mandamiento, sino a la adoración del Antiguo Pacto expresada en estos reposos de la Ley ceremonial. A lo mismo se refiere en la carta a los Gálatas, cuando dice que los judaizantes guardaban “los días, los meses, los tiempos y los años” (Gá. 4:10).

Otro se estará preguntando ¿En qué momento cambió de sábado para domingo? Tiene que ver con lo ya dicho. El corazón del mandamiento es santificar un día de la semana para el Señor, y el hecho de que fuera sábado era parte del Antiguo Pacto, porque se refería al fin de la antigua creación, en que Dios reposó, pero el día de reposo del Nuevo Pacto marca el comienzo de la nueva creación, recordando el día en que Cristo resucitó, y es porque ese día inicia la renovación de todas las cosas.

C. Cristo, Señor del día de reposo.

Por eso Jesucristo dijo: “el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo” (Mr. 2:28), porque el mandamiento y el día se definen en torno a Su Persona, es Él quien le da el sentido y propósito. Desde luego, la venida y la obra de Cristo debían impactar este mandamiento, tal como impactó el entendimiento que tenemos de los otros nueve.

En ese sentido, el Señor Jesús estableció un patrón, ya que: i) Resucitó el domingo, llamado primer día de la semana, y ii) apareció resucitado a Sus discípulos, dos domingos seguidos, llamados primer y octavo día según la contabilidad judía de los días (Jn. 20:19, 26). Al hacer que sus Apóstoles tuvieran comunión con el Cristo resucitado en este día, estableció también un patrón para la Iglesia.

Además, es el día en que descendió el Espíritu Santo (Hch. 2:1). Pentecostés se celebraba el primer día de la octava semana desde la pascua, es decir, domingo. Así, los dos grandes hitos de la nueva creación y el nuevo pacto: i) la resurrección y ii) la venida del Espíritu, ocurrieron en domingo.

D. El testimonio de la Iglesia apostólica

Esto explica que, aunque la Iglesia en un comienzo se reunía todos los días, luego adoptó el domingo como día de adoración:

- “El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba” (Hch. 20:7). Este era un culto con predicación de la Palabra y cena del Señor.

- “En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo” (1 Co. 16:1-2). Esto nos indica que se reunían el primer día de la semana a adorar, y que esta era la práctica de las otras iglesias, por eso el Apóstol pudo ordenar que dos de ellas recolectaran la ofrenda para los pobres de Jerusalén ese día.

- El Apóstol Juan testifica: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor” (Ap. 1:10). Llama así a este día recordando las palabras de Cristo ya citadas, y con eso indica la forma en que la Iglesia entendió este día.

Esto llevó a John Gill a concluir que considerar el domingo como día del Señor “Fue la práctica y ejemplo de los Apóstoles de Cristo, hombres inspirados por el Espíritu Santo, quienes escribieron, pensaron, enseñaron y practicaron nada más que lo que está de acuerdo con los mandamientos del Señor”.

Alguien podría quejarse de que no hay un texto explícito que indique el cambio. Esto se explica porque lo que es obvio, al punto de que nadie lo discute, no se considera necesario de reafirmar. Por ejemplo, nadie hoy tendría que aclarar que nos reunimos el domingo. En ese entonces, es natural que tampoco se considerara necesario. Lo esperable, entonces, es que se dé cuenta de que la práctica existe, y así se hace en la Escritura, como vimos.

D. El testimonio de la Iglesia primitiva

No fue Constantino el que inventó que la Iglesia se debía reunir el domingo, sino que fue la práctica universalmente aceptada desde el comienzo. Se podrían dar muchas citas, pero baste con estas:

- “Los días del Señor* reuníos para la partición del pan y la acción de gracias, después de haber confesado vuestros pecados, para que sea puro vuestro sacrificio” (Didaché, XIV, v. 1, siglo I).

- “Permitid a cada amigo de Cristo guardar el Día del Señor* como un festival, el día de la resurrección, principal y rey de todos los días” (Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios, Cap. IX, siglo II)

- “Un verdadero cristiano, de acuerdo con lo ordenado en el evangelio, observa el día del Señor* echando fuera todos los malos pensamientos y dedicándose a todo lo bueno, honrando la resurrección del Señor, la cual tomó lugar en ese día” (Clemente de Alejandría, Stromata, L. VII, XII.76.4, siglo II).

*Notemos que se refieren al domingo como “día del Señor”, al igual que lo hizo el Apóstol Juan. De hecho, el nombre del día domingo proviene del latín dominicus, que significa “del Señor”.

Todo esto llevó al historiador Phillip Schaff a declarar que “La observancia universal y no contradicha del domingo en el segundo siglo sólo puede ser explicada por el hecho de que esta tiene su raíz en la práctica apostólica[5].

IV. El cuarto mandamiento y nosotros

El Señor refuerza la obediencia a este mandamiento con dos argumentos principales: porque Dios creó todas las cosas en seis días y descansó el séptimo, santificándolo y bendiciéndolo (Éx. 20:11), y porque Dios redimió a Israel de la esclavitud en Egipto (Dt. 5:15). Es decir, es un día para celebrar la creación y la salvación. Esto se cumple plenamente en Cristo, por medio de quien todas las cosas fueron hechas (Jn. 1:3), y por quien todas serán hechas nuevas, comenzando por su resurrección. Además, por medio de Él somos salvos de la esclavitud del pecado, de modo que dijo: “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Jn. 8:36).

Por eso, el domingo es la gran fiesta cristiana, y así fue reconocida desde el comienzo, y eso explica que en tiempos de Agustín se prohibía ayunar en este día, ya que debía ser una celebración, y así debe ser también para nosotros, un día de alegría en el corazón por las bendiciones eternas que tenemos en Cristo. Un texto que resume el espíritu con que debemos guardar este día, es Is. 58:13-14:

Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, 14 entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado”.

Aquí encontramos condensado lo que el Señor demanda de nosotros: que no metamos nuestro pie en su día, que nos abstengamos de buscar nuestro placer y agrado en cosas terrenales, sino que lo encontremos en adorar su Santo Nombre y en eso tengamos nuestra delicia, el mayor disfrute de nuestra alma. Nos llama directamente a no andar en nuestros propios caminos, ni hacer lo que se nos antoje, ni hablar de los temas que queramos, sino a venerar y honrar al Señor de manera especial en este día.

Tenemos una tendencia natural a querer profanar este día buscando lo nuestro, pero el Señor te recuerda: ¡NO ES TU DÍA!, sino que dice “mi día santo”. Pero en eso no debe haber amargura en tu corazón, ni aburrimiento, sino que te llama a encontrar tu delicia en Él. El mandamiento nos recuerda que el Señor bendijo este día y lo santificó. Eso implica que quienes lo honran como Él manda, tendrán esa bendición especial, y eso se reafirma en este pasaje de Isaías: “entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre”. El Señor elevará nuestra alma a la felicidad celestial, y nos hará partícipes de las promesas de salvación hechas a los patriarcas.

Este día te lleva a la pregunta: ¿Dónde está tu delicia? Sinceramente, ¿Qué es lo más delicioso para ti en el mundo? Recuerda que el Cielo es un deleite continuo en el Señor. Si no quieres deleitarte en Él aquí en la tierra, ¿Qué harás una eternidad en el Cielo? Ese no sería el lugar para ti. Y es necesario que lo recuerde: quienes encontraron su mayor delicia fuera del Señor, nunca serán realmente satisfechos en la tierra, y pasarán su eternidad insatisfechos en el infierno.

Por eso, la situación actual de la Iglesia y de la sociedad debe causarnos espanto. Hoy se usa el domingo como el día del deporte, de la familia, para ir al estadio, para celebrar el día del padre, de la madre, del niño, para ir a ver conciertos o salir a comprar al mall, y todo esto es una inmensa rebelión global contra el Señor, quien reclama el día como suyo, su día santo. Por eso, “Detrás de esa secularización del domingo hay una agenda diabólica... Mientras más secularizada sea una sociedad, más tentaciones tendrá un cristiano para dejar de hacer un buen uso de este tiempo, y menos incrédulos estarán disponibles para ser alcanzados con el Evangelio que es proclamado en este día en las iglesias de Cristo” (Sugel Michelén). No te hagas partícipe de esa agenda diabólica, sino sométete a la voluntad del Señor y hónralo como Él ordena.

Recuerda, Cristo es el Señor especialmente de este día (Mr. 2:28), y el aspecto más profundo del mandamiento se cumple en Él, como enseña Hebreos 3-4, es decir, que en Él reposamos de nuestras obras, descansamos de nuestros esfuerzos para salvarnos a nosotros mismos y reposamos en su obra perfecta, consumada, que es la única por la cual podemos encontrar vida. Así, vivimos en un constante reposo de nuestra alma en Cristo, disfrutando de su salvación.

Pero en otro sentido, recordamos semanalmente que por medio de Él fuimos creados y fuimos salvos en su resurrección. Él mismo cumplió este mandamiento, dándonos ejemplo:

i. Asistió con diligencia a la congregación para oír Palabra de Dios: Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer” (Lc. 4:16).

ii. Día en que los ministros de la Palabra deben predicar y enseñar: “Descendió Jesús a Capernaum, ciudad de Galilea; y les enseñaba en los días de reposo” (Lc. 4:31).

iii. Día para hacer el bien, obras de misericordia y necesidad: Realizó diversas sanidades en día de reposo (p. ej. Lc. 4:38-39).

iv. Día para practicar y recibir la hospitalidad cristiana y para el tiempo de comunión fraternal: “Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos” (Lc. 24:29).

Así, “…todo lo que Cristo hizo en el Sabbat estaba destinado a esta única cosa: revelar y proclamar la gracia de Dios a los pecadores” (Joel Beeke). Cristo cumplió el cuarto mandamiento perfectamente, y no sólo eso, murió en la cruz para pagar tu desobediencia a lo que Dios ordenó en él. Por eso, puedes encontrar perdón si te acercas en Él reconociendo tu pecado, tu rebelión contra este mandamiento, creyendo que sólo en Él puedes ser perdonado y salvo.

Mira a Cristo, el Señor del día de reposo, y encuentra hoy en Él tu alegría, tu delicia y tu mayor disfrute en la tierra: “entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado” (Is. 58:14).

  1. Watson, The Ten Commandments, 89 (kindle).

  2. Pink, Los Diez Mandamientos, 37.

  3. Watson, The Ten Commandments, 90 (kindle).

  4. Pink, Los Diez Mandamientos, 37.

  5. History of the Christian Church, Vol. 1; pg. 478-479.