El quebrantamiento espiritual

Texto base: Sal. 51:17.

​El quebrantamiento espiritual parece un término de esos en desuso, sacado de libros antiguos escritos en siglos pasados, en otras épocas. Vivimos en una era en la que la meta máxima para el ser humano es buscar su propia felicidad, y esto se entiende como disfrutar de los placeres de este mundo, en la mayor medida y con la mayor intensidad posible, en un disfrute que nunca acaba.

"Relájate y disfruta, sólo se vive una vez", "aléjate de las personas tóxicas y mantente positivo", "deja atrás todo lo que te quita la alegría y te impide ser feliz", y un sinnúmero de frases como estas, nos bombardean en la publicidad, las películas y canciones, y podemos ver en las redes sociales que son replicadas por muchos de nuestros conocidos y seres queridos.

Lo peor de todo, es que todo este río de felicidad falsa y plástica, terminó desbordándose hacia la iglesia. Abundan las congregaciones que han renunciado al Evangelio, prefiriendo esta enseñanza​ engañosa​.​ En muchas de ellas se considera un pecado que el creyente pase por momentos de tristeza o quebrantamiento, y se predica un optimismo vacío, que consiste en una sonrisa artificial y un exitismo como el que se observa en el mundo: si eres cristiano, todo debe salirte bien, siempre debes estar feliz, y si no es de esta manera, entonces algo malo pasa contigo, Dios no está realmente obrando en tu vida.​

En medio de todo este escenario, ¿Qué lugar existe para el quebrantamiento espiritual, tal como es enseñado en la Escritura? Considerando que el quebrantamiento es parte esencial de la vida cristiana, el discípulo de Cristo deberá hacer un esfuerzo consciente por sobreponerse a una cultura en el mundo y aun entre la iglesia, que intentará extraviarlo en otro sentido.

¿Qué es el quebrantamiento espiritual?

El quebrantamiento espiritual es aquel dolor y aflicción de corazón que experimenta el cristiano, impulsado por el Espíritu Santo, al considerar su pecado a la luz de la Palabra y del Ser de Dios, y que lo lleva a humillarse ante su Señor, a clamar su misericordia, y a rogar por una transformación para andar en novedad de vida.

Alguien podrá preguntarse aquí, ¿Cuál es la diferencia con el arrepentimiento, entonces? Lo que ocurre es que el quebrantamiento espiritual es un elemento del arrepentimiento, podríamos decir que es la actitud, la disposición del corazón que debe observarse en un verdadero arrepentimiento. Es lo que los antiguos teólogos denominaban mortificación o contrición.

Juan Calvino lo describe diciendo que es un “dolor y terror del corazón concebido por el conocimiento del pecado y el sentimiento del juicio de Dios. Porque cuando el hombre llega a conocer verdaderamente su pecado, entonces comienza de verdad a aborrecerlo y detestarlo; entonces se siente descontento de sí mismo; se confiesa miserable y perdido y desea ser otro distinto”. Luego menciona el segundo elemento del arrepentimiento, la vivificación, de la que hablaremos más adelante.

Nuestra Confesión de Fe (CFBL 1689) también se refiere a esto, cuando dice que en el arrepentimiento para salvación, “una persona a quien el Espíritu hace consciente de las múltiples maldades de su pecado, mediante la fe en Cristo se humilla por él con una tristeza que es según Dios, lo abomina y se aborrece a sí mismo, ora pidiendo el perdón y las fuerzas que proceden de la gracia” (15.3).

Queda claro, entonces, que es un dolor, una aflicción, que incluye también un sentido de espanto al ver la profunda maldad y corrupción que hay en nuestros propios corazones, pero también al considerar el juicio de Dios sobre estas cosas. Y este dolor es también una evidencia de la misericordia de Dios, ya que nos impide seguir hundiéndonos en la inmundicia del pecado, nos detiene de deslizarnos por el barranco de la destrucción, como lo hacen quienes no son estorbados en su maldad y pueden vivir tranquilos en ella.

Y esto no es otra cosa que lo que ocurre cuando el Espíritu Santo atraviesa y parte nuestros corazones con la Palabra Santa, y nos convence de pecado, cuando nos muestra lo torcido y lo oscuro en nosotros, y lo trae a la luz para que sea confesado delante del Señor en arrepentimiento.

Y debido a que esta obra es del Espíritu, sólo los cristianos pueden experimentar el quebrantamiento espiritual. Es decir, no debemos confundirlo con el terror y la aflicción que pueden vivir los incrédulos, que han sido expuestos de alguna manera a la luz, pero que la rechazaron, prefiriendo las tinieblas. Así, el espanto que llevó a suicidarse a Judas luego de su traición, no puede compararse con la obra del Espíritu Santo en el verdadero quebrantamiento espiritual.

En este sentido, tampoco debemos confundir el quebrantamiento espiritual con el temor de las consecuencias por haber hecho algo en desobediencia a la Palabra de Dios. Si vemos a Saúl, cuando el profeta Samuel le comunica que ha sido desechado por Dios, su reacción fue decir: “Yo he pecado; pero te ruego que me honres delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel, y vuelvas conmigo para que adore a Jehová tu Dios” (1 S. 15:30). En un principio parece que hubiese hecho una confesión, “yo he pecado”, pero luego podemos apreciar claramente que lo que temía y lo que le dolía era perder su posición y su poder, no el hecho de haber pecado contra el Dios que le dio la vida. Lo mismo vemos en el remordimiento de Acab, que ocurrió cuando Elías le anunció la maldición que caería sobre él y su familia, pero cuando supo que esto no sucedería durante su vida, siguió actuando impíamente como siempre.

Esto porque el quebrantamiento no es primeramente externo, sino interno: “Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. 13 Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo” (Jl. 2:12-13).

Aquí vemos el corazón del quebrantamiento. No es el lamento por el lamento. Podrías incluso lamentarte por orgullo, ya que te das cuenta de que fallas, pero eres un perfeccionista moral, te gustaría ser intachable y siempre virtuoso, pero en tus fuerzas y para tu gloria. Pero el verdadero quebrantamiento tiene que ver con dolernos por nuestro pecado para convertirnos al Señor con todo nuestro corazón, se trata de mirar al Señor y de ser gratos a Él.

¿Qué elementos encontramos en el quebrantamiento? (Sal. 51)

  • Confrontación: el quebrantamiento no ocurre en el aire. Se da al ser confrontados con la Palabra. Quizá el caso más obvio que viene a nuestra mente es el de Natán confrontando a David por su pecado de adulterio con Betzabé y el homicidio de Urías, el esposo de ella (2 S. 12). Pero también puede ser un recuerdo de algún pasaje bíblico, que viene a nuestra mente por alguna circunstancia, generalmente alguna dificultad, como ocurrió en el caso del hijo pródigo, quien reaccionó al ver comer a los cerdos que estaban bajo su cuidado.

El punto es que siempre será la Palabra la que haga esa obra de perforar nuestra consciencia, de romper el corazón endurecido como concreto, y alumbrar el pecado que hasta ese momento está siendo tolerado o incluso disfrutado.

Será esta confrontación con la Escritura la que no dejará al verdadero creyente permanecer en su pecado, y lo llevará a humillarse delante de su Dios, pues una marca distintiva de todo discípulo de Cristo, es que reacciona a su Palabra, aunque pase por momentos de decadencia espiritual, siempre terminará dando señales de vida al ser traspasado por la Espada del Espíritu.

  • Convicción de pecado: El Espíritu usa su Espada que es la Palabra, para penetrar el corazón y producir la convicción de pecado, que es parte central del ministerio del Espíritu en la tierra (Jn. 16:8). Así, cuando Natán confrontó a David, el rey no pudo hacer otra cosa que decir “Pequé contra Jehová” (2 S. 12:13). En el Salmo 51, que se atribuye al período en que se arrepintió de su adulterio y homicidio, David ora diciendo: “Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de míEsconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldadesNo me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu” (vv. 3,9,11).La convicción de pecado implica que sabemos que estamos manchados y contaminados por el pecado, nuestros ojos son abiertos a la inmundicia y a la corrupción de nuestra propia maldad, por un momento podemos ver cuán horrible y despreciable es nuestro pecado, y que esto nos impide estar delante de un Dios que es tres veces Santo, y que es fuego consumidor. Como dijo Esdras en su oración de confesión: “Henos aquí delante de ti en nuestros delitos; porque no es posible estar en tu presencia a causa de esto” (Esd. 9:15). Es tanta la consciencia de David sobre su propia maldad, que reflexiona en su pecado hasta el momento en que su vida comenzó: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (v. 5).
  • Confesión de pecado: ante la Palabra que nos confronta y el Espíritu que nos convence de pecado, sólo queda confesar nuestras transgresiones delante de Dios: “Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio” (Sal. 51:4).No debemos arruinar nuestra confesión de pecados, con excusas y justificaciones. Debemos declarar con precisión todos los pecados que podamos recordar ante su presencia, reconociendo con humildad que Dios está en lo correcto, que su Palabra es la ley y que ella nos acusa con verdad. En la confesión, reconocemos que hemos cometido un delito al quebrantar la ley de Dios, que hemos ofendido al Dios y Rey de todo el universo, y declaramos que Él es justo en todos sus juicios. Es decir junto con Daniel: “Tuya es, Señor, la justicia, nuestra la confusión de rostro” (Dn. 9:7).
  • Humillación: todo esto nos lleva a humillarnos delante de Dios. El Señor no nos debe el perdón, sino que es algo que debemos rogar y suplicar de parte de Él. Sabemos por la Palabra de Dios que el pecado nos hace merecedores de la justa ira de Dios. ¡Dios es bueno! Por tanto, nuestra maldad le ofende profunda y eternamente.La humillación, entonces, viene de saber contra quién hemos pecado: El Dios que es fuego consumidor, que es celoso y que no dejará sin castigo al culpable. Y también viene de saber lo que merecemos por pecar: ruina, destrucción y la muerte eterna.

Matthew Henry comenta: “La vergüenza santa es tan necesaria en el arrepentimiento verdadero como la tristeza santa… El descubrimiento de la culpa causa estupefacción; mientras más pensamos en el pecado, peor se ve”.

Por eso David implora: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones” (Sal. 51:1), y como dice el Salm0 123: “He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, Y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, Así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, Hasta que tenga misericordia de nosotros” (v. 2). Es por eso que la Escritura dice: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6), porque nadie que conozca realmente su lugar delante de Dios, puede caracterizarse por la soberbia.
  • Hambre y sed de justicia: pero el ver nuestro pecado en contraste con la santidad de Dios y con su carácter, nos lleva a anhelar la justicia, a ansiar ser transformados conforme a su imagen, imploramos el ser limpiados de nuestra maldad y nos parece indeseable, nos llena de temor el volver a caer delante del Dios que nos creó y nos salvó.Por eso David ruega: “Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecadoPurifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieveCrea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí” (v. 2,7,10). Su deseo es no cometer nuevamente el pecado que confiesa, por eso pide específicamente: “Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; Cantará mi lengua tu justicia” (v. 14). Si nos fijamos bien, estos ruegos reflejan algo esencial: que sólo el Señor puede lavarnos, sólo Él puede transformarnos, sólo Él puede cambiar nuestro corazón para que andemos conforme a sus caminos. No podemos limpiarnos por nosotros mismos, no podemos reformarnos en nuestras fuerzas, necesitamos que Él lo haga, y sólo así podremos ser verdaderamente limpios ante su presencia.
  • Anhelo de restablecer la comunión con Dios: en el quebrantamiento entendemos que el pecado nos aleja de la comunión con el Señor, y como sabemos que no hay bien fuera de Él, nuestro ferviente deseo será restablecer la comunión, confesar nuestro pecado para alcanzar su misericordia: “Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido… Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente… Señor, abre mis labios, Y publicará mi boca tu alabanza” (v. 8,12, 15).Esta es la finalidad del quebrantamiento, poder restaurar el altar en nuestros corazones, andando con gozo delante de nuestro Dios, disfrutando de su buena mano y de la delicia de su comunión. Este debe ser el puerto al cual nos debemos dirigir en esos momentos en que nos afligimos y humillamos delante de nuestro Dios.

¿Pero, cuántas veces debo pasar por este quebrantamiento?

El arrepentimiento verdadero incluye un corazón quebrantado por el pecado propio, y, si bien hay un momento inicial en que se da con gran intensidad e inicia nuestro caminar como discípulos de Cristo, es algo que nos acompañará siempre mientras exista pecado en nosotros, es decir, hasta que pasemos de este mundo.

Sobre esto, nuevamente nuestra Confesión de Fe afirma: “el arrepentimiento ha de continuar a lo largo de toda nuestra vida, debido al cuerpo de muerte y sus inclinaciones, es por lo tanto, el deber de cada hombre arrepentirse específicamente de los pecados concretos que conozca” (15.4). Calvino, en tanto, señala que “los malos deseos que de continuo nos incitan al mal y los vicios que perpetuamente se agitan en nosotros, no nos dejan lugar para permanecer ociosos, ni consienten que nos despreocupemos de corregirnos” (Juan Calvino).

Desde luego, aun cuando es una disposición que debe estar permanentemente en nosotros ante la realidad de nuestro pecado, habrá momentos en que alguna caída severa, una decadencia espiritual o la consciencia de habernos apartado de Dios, harán necesario que nos quebrantemos de manera especial, con el propósito claro de volvernos al Señor.

¿Qué importancia tiene el quebrantamiento espiritual?

Entonces, vemos que el quebrantamiento espiritual es esencial en la vida cristiana, no podemos prescindir de él. Es más, se trata de un mandato que el Señor nos hace, debemos quebrantarnos espiritualmente, y de hecho cada exhortación a arrepentirnos envuelve una exhortación a quebrantarnos ante nuestro pecado: “Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. 10 Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Stg. 4:9-10).

Tanto es así, que para el Señor es grave que celebremos o que nos alegremos cuando en realidad debemos quebrantarnos. Es un pecado que le ofende de forma particularmente intensa: “Por tanto, el Señor, Jehová de los ejércitos, llamó en este día a llanto y a endechas, a raparse el cabello y a vestir cilicio; 13 y he aquí gozo y alegría, matando vacas y degollando ovejas, comiendo carne y bebiendo vino, diciendo: Comamos y bebamos, porque mañana moriremos. 14 Esto fue revelado a mis oídos de parte de Jehová de los ejércitos: Que este pecado no os será perdonado hasta que muráis, dice el Señor, Jehová de los ejércitos” (Is. 22:12-14). ¿Cuántos cristianos están haciendo esto hoy?

¿Cómo manifestamos el quebrantamiento espiritual?

Algunos, cuando son confrontados a arrepentirse, dicen: “pero es que no siento de hacerlo, sería hipócrita si lo hiciera”. Lo que están diciendo en realidad es “prefiero ser un rebelde espontáneo, antes que determinarme a ser obediente”. Si no te quebrantas al ver la realidad de tu pecado, quiere decir que no estás viendo nada como deberías verlo. Tu mente está nublada, estás ciego y sin discernimiento.

Por eso el Señor no te dice que te sientes a esperar a que te lleguen las ganas para afligirte y lamentarte por tu pecado. Si no tienes ganas, es momento de que te determines a encontrarte con Dios por medio de la oración y de su Palabra, y dejes que ella sea la que hable mientras tú escuchas atento: , con la disposición del rey David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24).

Para los antiguos hijos de Dios habría sido un sinsentido y una insolencia tremenda que alguien dijera que no se aflige porque no le han venido las ganas de hacerlo. Ellos se disponían completamente: usaban el cilicio, una vestidura muy incómoda que les recordaba que debían dolerse por el pecado y que no podían tener confort mientras estuvieran lamentándose por su situación. Se rasgaban las vestiduras, se echaban polvo sobre la cabeza, se rasuraban el pelo y la barba, ayunaban; todo esto con el fin de disponerse al arrepentimiento, de expresar lamento y dolor. Hasta los incircuncisos de Nínive, desde el rey hasta el pueblo, tomaron estas medidas concretas para dolerse por su pecado y volverse al Señor, luego de ser exhortados por Jonás (Jon. 3:5-8).

El mismo texto de Joel cap. 2 nos habla de la forma en que debe expresarse este quebrantamiento: “Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. 13 Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios”. Como he dicho, el quebrantamiento es ante todo una disposición del corazón, y ninguna de las expresiones externas que he mencionado tiene sentido si no hay esta aflicción del espíritu. Pero esto no quiere decir, que entonces las expresiones externas dan lo mismo. Nuestro cuerpo también debe reflejar lo que ocurre en nuestra alma, ya que todo nuestro ser, cuerpo y alma, debe entregarse a este quebrantamiento.

La oración de confesión de pecados y el ayuno son por excelencia los medios que el Señor ha dispuesto para que nos aflijamos y lamentemos delante de Él, para que nos quebrantemos espiritualmente. En la oración de confesión reconocemos estar de acuerdo con el Señor, y con su Palabra que nos acusa.

En el ayuno, afligimos nuestro cuerpo mediante el hambre y la sed, para recordar a nuestra alma que debe dolerse delante del Señor, que mientras no estemos glorificados y en la presencia de Cristo, no estaremos completamente satisfechos, ya que Él es nuestro verdadero alimento y nuestra verdadera bebida.

Esta humillación de espíritu a través de los medios que Dios ha dispuesto, debe ser algo que consideremos seriamente para nuestro andar espiritual. Nos ayudará a ver las cosas en la perspectiva correcta, a mantener vivo nuestro aborrecimiento del pecado y nuestra lucha contra él, pero también nos ayudará a tener una visión más profunda de la santidad de Dios, y de su amor hacia nosotros los pecadores.

Esto toma tiempo, y toma disciplina. Por eso el Apóstol Pablo decía a Timoteo “Ejercítate para la piedad” (1 Ti. 4:7), no podemos esperar que el crecimiento en santidad nos llegue por correo. Es cierto, el Señor nos salva por gracia y la obra es suya, pero Él trabaja a través de nuestra obediencia, no fuera de ella, por eso también Pablo dice a Timoteo: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 2:1).

No podemos vivir esperando rayos repentinos de gracia que suplan nuestra mediocridad y nuestra pereza, el Señor nos ha dado medios para que hagamos uso de ellos, en este caso su Palabra, la oración y el ayuno, nos ha dado su Espíritu Santo quien nos da el poder para hacer lo que le agrada, nos ha declarado su voluntad, y el mismo Cristo intercede siempre por nosotros para que seamos guardados hasta el fin. No tenemos excusa: “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 P. 1:3).

¿Después del quebrantamiento, qué?

Al comienzo dijimos que el quebrantamiento o contrición es uno de los elementos del arrepentimiento bíblico. El otro elemento es llamado vivificación, el que Calvino describe como “… una consolación que nace de la fe, cuando el hombre humillado por la conciencia y el sentimiento de su pecado, y movido por el temor de Dios, contempla luego su bondad, su misericordia, gracia y salvación que le ofrece en Jesucristo, y se levanta, respira, cobra ánimo, y siente como que vuelve de la muerte a la vida”.

Dijimos que el quebrantamiento no es sufrir por sufrir. Tiene un propósito, y es volver a los brazos de nuestro Señor. La Escritura dice: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Co. 7:10). Los falsos arrepentimientos, como el remordimiento de consciencia, o el simple miedo a las consecuencias del pecado, producen muerte. No salvan, ni quitan realmente el terrible sentido de condenación del pecado. Pero el verdadero arrepentimiento, el quebrantamiento genuino, desemboca en salvación, en el gozo y la paz que vienen de Dios.

Por eso algunos, que llegan al conocimiento de las llamadas doctrinas de la gracia, malentienden la doctrina de la depravación total, pensando que siempre serán inmundos delante de Dios, incapaces de todo bien, siempre corruptos y perversos. Pero olvidan que el Señor nos llama al arrepentimiento para ser lavados, que ante Él fuimos hechos perfectos una vez para siempre por el sacrificio de Cristo (He. 10), y cuando la Escritura menciona algunos que no heredarán el reino de Dios, luego declara: “esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11).

Tenemos a un Dios que ha dicho: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn. 2:1), y también: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is. 1:18).

Es decir, debemos lamentar profundamente nuestra desobediencia, pero a la vez glorificar y exaltar el nombre de Dios, porque nos ha concedido el perdón en Cristo. Esto permite que, a pesar de que nos hayamos postrado ante el Señor angustiados y entristecidos por nuestro pecado, podamos levantarnos de la oración esperanzados por el perdón, sabiendo que un día seremos redimidos por completo de la presencia del pecado en nuestras vidas.

Los cristianos, entonces, de alguna manera somos quebrantados gozosos. Quebrantados al ver nuestro pecado, pero gozosos al ver que Cristo vino para salvarnos, y que Él ha vencido sobre la muerte y el pecado. Hablando de su oficio de Mesías, Cristo dijo aplicándose la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor” (Lc. 4:18-19).

El Médico de médicos no sólo vino a diagnosticar, sino a sanar (M. Lloyd Jones). Su trabajo, su misión, su propósito, es sanar a los quebrantados de corazón. ¿Acaso fallará en su propósito? ¿No es este el mayor consuelo, el mayor estímulo que podemos encontrar en medio del quebrantamiento por nuestro pecado? ¡Al final del quebrantamiento está Cristo a la puerta esperándonos, presto a sanarnos y restaurarnos! En el quebrantamiento hay dolor, temor y humillación, pero luego de pasar por esa tormenta, llegamos al puerto seguro de los brazos de nuestro tierno y compasivo Salvador.

Pero hay más de la maravillosa misericordia de Dios para los quebrantados, porque la Escritura dice: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” Is. 57:15. El Señor habita con aquellos que reconocen y se duelen por su pecado, y anhelan la justicia de Dios y la comunión con Él. El Dios que llena los cielos de los cielos, el que habita en luz inaccesible y lleno de gloria imposible de dimensionar, declara habitar con el humilde y quebrantado de espíritu, y no para dejarlo en su aflicción y humillación, sino para vivificar sus corazones.

¿Diremos acaso que Dios miente? ¡Estas promesas son para los que creen! Aférrate a ellas, recuerda que Dios es fiel y veraz y no deja de cumplir ninguna de sus palabras. Por eso también es posible la gran maravilla de decir: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mt. 5:4). Felices los quebrantados, porque ellos serán vivificados por el mismo Dios, el Dios de toda consolación.

Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:17).