Judá y Tamar: La Escandalosa Gracia de Dios (Gén. 38)

 

  1. El declive de un Patriarca

Este relato está incrustado en medio de la historia de José. Se desarrolla cronológicamente después de que él es vendido a los madianitas por sus hermanos y termina en Egipto trabajando en casa de Potifar. Es como una especie de pausa (interludio) en la historia de José. Luego de este trágico episodio y mentir a su padre Jacob (Israel) sobre el destino de José,  Judá abandona a su tribu, a su familia, para unirse a un adulamita llamado Hira, quien tendrá un rol protagónico en su vida. Probablemente, durante este período Judá vive las consecuencias de la culpa por el pecado en contra de José; está decepcionado tanto de su comportamiento como  del de sus hermanos y no quiere seguir bajo el alero de Jacob, su padre. Sumado a la venta de José, su hermano mayor, Rubén, el primogénito de la familia, se acostó con Bihla, la concubina de Jacob, su padre (Gén.35:22), es decir, cometió incesto. Simeón y Leví, quienes nacieron después de Rubén, se convirtieron en asesinos despiadados cuando vengaron a su hermana Dina (Gén.34). Judá está desencantado de la familia del pacto y cree que alejándose de ellos encontrará paz; cree que apartándose de sus hermanos el pecado que habita en él se esfumará, que su pasado sería olvidado, que tendría borrón y cuenta nueva, sin darse cuenta que se alejaba del lugar de Dios, del pueblo de Dios y de la ley de Dios.  Él piensa que en Babilonia, donde reina la muerte y el pecado, podrá obtener vida verdadera.

Con esta decisión Judá pavimenta un declive moral con consecuencias incalculables. Aquí Judá inicia en su vida la etapa de andar en el “consejo de malos” (Antítesis del Sal.1). Cambió la compañía de su tribu por la de un idólatra adulamita llamado Hira, y éste se arrimó a la vida de Judá, como un parásito que empezó a absorber toda la vida de piedad, que, aunque superficial, Judá aún tenía. Yendo en contra de la costumbre de su familia de buscar esposa en su parentela, Judá se casa con una mujer cananea, hija de Súa, que significa “próspero”.  Judá se unió con la nobleza cananea, puso su yugo en servidumbre de un pueblo pagano y sanguinario; Judá sigue los pasos de Lot, anhelando los placeres temporales de este mundo. La Sodoma y Gomorra de Judá fue Canaán, sus habitantes eran despiadados como los de aquellas  ciudades, sacrificaban a sus hijos por fuego como ofrenda a sus dioses falsos, y esa era una de las grandes razones por  las que el Señor enviaría a Israel a conquistarlos y desarraigarlos de la tierra.

Judá y la hija de Súa tienen  su primer hijo, Er, cuyo nombre es hebreo; sin embargo, la influencia de Canaán en la vida de Judá impacta de inmediato en su cosmovisión y estilo de vida y bautiza a sus otros dos hijos con nombres cananeos: Onán y Sela. Sus hijos serían incapaces de participar en la adoración a Jehová, no aprenderían la lengua hebrea ni las ordenanzas dadas a Abraham, Isaac y Jacob, no podrían transmitir la fe a la siguiente generación; la infecundidad espiritual llegó a la familia de Judá.

No subestimemos la influencia del mundo en nuestras vidas, su lenguaje, sus costumbres, sus dioses sutilmente pueden llegar a ser los tuyos. Si colocas un guante blanco en el lodo, no es el lodo el que toma el color blanco del guante, sino  el guante blanco el que toma el color sucio del lodo, y esta es una verdad latente en la vida de Judá.

El pecado siempre te llevará más allá de donde pensabas llegar; el pecado, que piensas que está bajo tu control, siempre terminará controlándote a ti, te alejará por más tiempo de lo que habías planificado de la comunión con tu Señor.  Judá se mantuvo en este lugar por más de 20 años, el placer del pecado es temporal, pero sus consecuencias son duraderas. El pecado nos quita la comunión durante días, semanas y aún años; el pecado engendra pecado, y lo veremos en la vida de los hijos de Judá. Su ejemplo nos muestra que el pecado comienza cuando queremos, pero las consecuencias acaban cuando Dios lo determina. Judá dio rienda suelta a sus pasiones pensando que una pequeña licencia no traería consecuencias, pero olvidó que la paga del pecado es muerte, y ella estaba a punto de golpear la puerta de su hogar.

Judá toma a Tamar como mujer para su primogénito Er, quien “hizo lo malo ante los ojos de Jehová” (v. 7). No se cuenta específicamente su maldad, pero cuando las Escrituras describen a alguien con este tipo de pecado siempre tiene relación con el abandono de la ley de Dios; por primera vez la Biblia muestra un juicio de Dios en contra de un hombre.  El diluvio, Sodoma y Gomorra,  fueron castigos colectivos, pero esta vez es una sentencia individual. Tamar queda viuda, entonces Judá, el patriarca, manda a Onán, su segundo hijo, a desposar a Tamar para levantar descendencia a su hermano fallecido. Esta práctica se conocería más adelante como la ley del Levirato, o ley del Levir (que en latín significa “cuñado”), la cual se describe en Deuteronomio 25:5-10. Esta ley demandaba al pariente soltero más próximo del fallecido casarse con la viuda, con el propósito de tener descendencia para perpetuar el nombre del que había muerto y cuidar de la viuda, ya que en este periodo no existían ONG, fundaciones o instituciones que pudieran ayudar a personas en esta condición. La vida en aquella época se desarrollaba en tribus y el levirato se revela en plenitud en Deuteronomio, pero al parecer ya existía una instrucción informal acerca de este tema.

Onán desposa a Tamar;  sabiendo éste que los hijos que tendría con Tamar llevarían el nombre de su hermano y serían los herederos de la familia, pervirtió la intimidad dada por Dios en el lecho matrimonial y usaba a Tamar como un simple objeto para alimentar sus apetitos sexuales y vertía su semen en tierra. El Señor aborreció a Onán y le quitó la vida. Notemos algo importante, Dios está interviniendo directamente en la vida de Judá y Tamar; Él es quien está detrás de escena entretejiendo un relato sumamente significativo para el pueblo de Dios en medio de una familia inmoral; y la verdad es que Dios ha intervenido directamente en cada una de nuestras vidas, incluso, trayendo adversidad como consecuencias de nuestros pecados, para caer rendidos a sus pies.

Judá pierde a sus dos hijos mayores y ahora tiene miedo de que su tercer y último hijo muera de la misma manera que los anteriores, por lo que toma la decisión de desembarazarse de Tamar: “...Quédate viuda en casa de tu padre, hasta que crezca Sela mi hijo...” (v.11). Él, como patriarca, debía velar por la integridad de los suyos, y si bien no sabemos la edad de Sela, él perfectamente pudo haber cobijado en sus tiendas a Tamar mientras esperaba que Sela creciera y no enviarla de vuelta a la casa de su padre, con toda la vergüenza que eso implicaba. Judá la engaña, buscó una excusa para no darle su hijo; la simiente del pecado de Jacob, quien fue un engañador, también reposa sobre los hombros de Judá, y al igual que Jacob, Judá debía ser transformado. Tamar vuelve a atravesar la misma puerta por la cual se había despedido de sus padres para casarse con Er, vuelve al pueblo que la despidió para encontrar amor, familia y un futuro. Tamar, que significa palmera, quien debía florecer y fructificar, se ha marchitado; ha sido menospreciada y aplastada por tres hombres: Er, Onán y ahora Judá, y más aún, es catalogada por Judá como una mujer mata esposos. Judá declara a Tamar como una mujer maldita, proclama a los 4 vientos: "¡Ella ha matado a mis hijos!".  Para él y para esa sociedad Tamar ya no tenía valor, no fue capaz de dar descendencia a la familia de Judá e injustamente es condenada a la viudez, a la angustia, al destierro y a la soledad. Así, termina trágicamente el primer acto de esta historia, pero el Señor vindicaría a Tamar de una forma misteriosa.

  1. Tamar una misteriosa justiciera

Pasa el tiempo, y la esposa de Judá fallece, tras lo cual, en el verso 12, se nos cuenta que nuestro protagonista se consuela y sube a la ciudad de Timnat para esquilar el ganado, y esta actividad incluía celebración y fiestas; habría dinero por el trabajo y los placeres estarían al alcance de la mano. En este período se inaugura una nueva etapa en la vida de Judá, comienza a trazar “el camino de los pecadores” (Sal.1), y este camino lo transita junto a su inseparable “amigo” Hira. ¡Cuanta influencia tuvo este hombre en la vida de Judá! No eran hermanos de sangre, pero sí hijos del pecado, y eso los hermanaba; unidos, suben a la ciudad, con la misión de “olvidar” las penas y el luto.

En el verso 13 se nos relata que la noticia de que Judá subió a la ciudad es notificada a Tamar. No sabemos quién dio este aviso, pero esa minúscula información abrió paso a una singular, pero increíble redención. Sela ya ha crecido, pero Judá sigue reteniéndolo; se ha olvidado de Tamar, por lo que ella inicia un plan para tomar justicia por sus propias manos, y al hacerlo a su manera el pecado se hará presente. En medio de todo este relato retorcido, hay que destacar algo relevante en la actitud de Tamar; ella esperó, no buscó a otros hombres, ella quiso tener hijos en esta pecaminosa familia, y eso es muy significativo; al parecer, Tamar sabe de la promesa de la simiente de la mujer, sabe que hay una bendición en la simiente de la familia de Judá. Al ser el patriarca y estar a cargo de toda su familia, Judá, en más de alguna ocasión, debió haber contado la historia de su pueblo, de la promesa que Dios dio a su bisabuelo Abraham. Tamar necesitaba un redentor, sin dudas la mayor motivación en sus acciones era hacer justicia por su propia cuenta, pero ignoraba que por medio de su retorcido plan recibiría una perfecta justicia por parte de un futuro pariente redentor.

Tamar, la viuda, se apresura y deja sus vestidos de luto, e inicia su plan para atrapar a Judá; se viste de tal manera que al presentarse ante Judá éste la tuviera por ramera; cubre su rostro con un velo, permitiendo que los hombres sólo vean sus ojos; eso sería suficiente para atraer a Judá. En el verso 15 se nos dice lo siguiente: la vio Judá”; su suegro, sin saber que era Tamar, la desea, con una sola mirada, llena de lascivia, quedó atrapado por su pecado, embrutecido por un deseo animal de autosatisfacción y desenfreno egoísta. En Judá se cumple lo que dice Prov. 6:26 “Porque a causa de la mujer ramera el hombre es reducido a un bocado de pan; y la mujer caza la preciosa alma del varón”. Judá ha perdido el juicio, su razonamiento está debilitado, él es la antítesis de Job, quien hizo un pacto con sus ojos para no desear a las vírgenes (Job 31:1). Los ojos, que son la puerta de entrada a nuestra alma, en Judá están sin vigilancia; no hay centinelas que resguarden el corazón de Judá, está totalmente expuesto a la tentación, la cual conquistó de inmediato su mente. El pecado de Judá no inició en el acto sexual, sino en su corazón: Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” (Mateo 5:28). Y esto es lo que nos pasa con cualquier tipo de pecado; nuestro corazón se alimenta por lo que entra en nuestros ojos; la pornografía, las riquezas, la vanagloria y el poder de este mundo eclipsan la gloria de Cristo, por eso es que Pablo nos dice que debemos tener nuestros ojos puestos en Jesús y sus palabras (Heb.12:2), ¿Cuál es la lámpara de nuestro cuerpo? El ojo (Mat. 6:22); si nuestro ojo es bueno, todo nuestro cuerpo estará lleno de luz. Su Palabra es la lámpara que debe iluminar nuestro camino. José huyó ante la propuesta sexual de la esposa de Potifar. Varones, y también mujeres, no se nos mandó a quedarnos observando la tentación, sino a huir. Salomón y Sansón fueron hombres que se quedaron a ver cuánto podían soportar la tentación; el hombre más sabio y más fuerte respectivamente, después de nuestro Señor Jesucristo según las Escrituras, terminaron sucumbiendo ante este tipo de pecado. Necesitamos un pacto vertical con nuestro Señor para guardar nuestros ojos de toda infección pecaminosa que pueda contaminar nuestros corazones. Que nuestro lema y oración siempre sean: (Señor) Abre mis ojos, y miraré Las maravillas de tu ley. (Sal.119:18)

Tamar tiene a Judá en sus manos, quien le pide llegarse a ella, a lo que ella le consulta: "...¿Qué me darás por llegarte a mí?" (v.16) Él promete enviarle un cabrito por medio de su amigo y “consejero” Hira; Judá, hipócritamente, quería mantener “su buen nombre de patriarca”, por eso enviaría a Hira para no encontrarse por segunda vez con ella. Como todos los hombres, sus virtudes eran públicas, pero sus pecados eran privados. Tamar no está interesada en nada material que Judá le pudiera dar,  ella solo quiere exponer la injusticia de Judá, por eso le pide lo que para la época era el carnet de identidad, con su rut y su firma: le pide su sello, que era un pequeño cilindro de piedra o metal adornado, le pide su cordón y su báculo; símbolo de autoridad, todos esos objetos eran artefactos personalizados; cualquier persona que encontrara estas cosas podría saber de quienes eran. Judá accede a la petición y entrega, a una desconocida prostituta, su identidad a cambio de sexo; aquella identidad y autoridad que no quiso transmitir a sus hijos las deja en manos de una ramera. En el camino de los pecadores Judá ha tocado fondo (pues abismo profundo es la ramera Prov.23:27).

Finalmente, consuman la fornicación, y Tamar abandona la escena del crimen, dejando atrás sus vestidos de ramera (que irónicamente son los vestidos de una heroína) y vuelve a ser una viuda respetable. Judá despierta por la mañana satisfecho en su propio pecado, y envía a su amigo Hira a buscar a esta prostituta para pagarle con el cabrito acordado. Éste consulta sobre ella a los hombres de ese lugar, pero descubren que tal mujer no existe, y Judá concluye lo siguiente: “...Tómeselo para sí, para que no seamos menospreciados; he aquí yo he enviado este cabrito, y tú no la hallaste (v.23), es decir: “Dejemos que ella se quede con mis cosas, no quiero que la gente se burle de nosotros. Tratamos de llevarle su cabrito pero tú no la encontraste”.  La santa identidad que Judá tenía, él la trata como algo profano; le preocupa más la vergüenza pública que el pecado secreto; es más, su hipocresía es tal, que Judá procura proteger el honor del impío Hira antes que cuidar el honor de su nuera Tamar. El camino de los pecadores ha hecho un trabajo de joyería en la mente y voluntad de Judá, alterando el orden establecido por Dios.

Pasan tres meses y es dado aviso a Judá que su nuera Tamar está embarazada a causa de sus fornicaciones. Judá, siendo el patriarca de la familia, debía administrar justicia y pide que la saquen de su hogar para ser quemada; aquí inicia la etapa final de la decadencia de Judá: "se sienta en silla de escarnecedores" (Sal.1). El tribunal de Judá es un escándalo, ya que él fue quien envió a Tamar a casa de sus padres para no darle a Sela, para que ella se olvidará de su hijo. Tamar ya no estaba en la jurisdicción de Judá, él la había exiliado y ahora la busca con el único fin de quemarla con sus propias manos. Judá va en busca de su nuera para escarnecerla, exponerla y ridiculizarla públicamente; va con todo su poder acechando a esta débil viuda para derramar su sangre (Prov.1:11); sin motivos se dirige a matar a la inocente criatura que está en el vientre de Tamar,  sin saber que es su propio hijo. Judá es extremadamente riguroso con el pecado de Tamar y al mismo tiempo es excesivamente tolerante con su propio pecado.

Esa es nuestra naturaleza, condenamos los pecados ajenos y toleramos los nuestros. Debemos comprender que es una bendición conocer nuestros propios pecados, es el punto de partida para humillarnos ante el Dios perdonador. Saber la profundidad de nuestra iniquidad nos libra de jactancia, de hipocresía, nos hace dependientes de Dios y más compasivos. Cuando entendemos la paciencia de Dios para con nosotros podremos soportar con paciencia el pecado de otros, y restaurarlos con esa misma gracia y mansedumbre. No menosprecies este don del Señor.

Con toda prisa e ímpetu, Judá acorrala a Tamar en un escándalo público. Irónicamente el culpable se ha convertido en Juez. Tamar era pecadora, merecía la muerte, pero Judá tenía mayor responsabilidad; él es quien debía administrar verdadera justicia, en él recaía el destino de su tribu, él debió dar su hijo a Tamar, pero su pecado e hipocresía trajo un mayor agravio a la situación. Paradójicamente, el coraje de Tamar es extremo; ella soportó por 3 meses esta noticia, pues era Dios quien estaba guiando las condiciones y el contexto para transformar a Judá. Ella espera el momento de la ejecución para jugar su carta bajo la manga, donde su victoria moral sería mayor. Y notemos que en secreto ella envía un mensaje a Judá; a la inversa de su suegro, ella verdaderamente trató de cuidar la reputación del patriarca, defendiendo a la descendencia que yacía en su vientre y que él quería exterminar. Tamar envía este mensaje: “Del varón de quienes son este sello, cordón y báculo, de ese hombre estoy embarazada”. Judá inmediatamente reconoció sus pertenencias y en ese momento fue quebrantado por Dios a través de Tamar; toda su bravura moral es destrozada, su reputación, su buen nombre de hijo de Abraham está en el suelo; es avergonzado y humillado. El Juez de toda la tierra desnuda el interior de Judá, lo doblega hasta lo más profundo de su ser, pero no es un quebrantamiento para reducir a Judá, sino que el quebrantamiento según Dios, un quebrantamiento de transformación. El hombre que no se ve a sí mismo corrupto tal cual es, jamás verá a Dios tan Santo como verdaderamente es; las heridas de Dios curan el alma,"Fieles son las heridas del que ama..." (Prov.27:6); la humillación según Dios es un regalo: “Bueno me es haber sido humillado, Para que aprenda tus estatutos” (Sal. 119:71); la humillación según Dios es un don de gracia, no menosprecies el regalo que Dios te da cuando Él expone tu pecado, pues es la puerta de entrada para la redención; no tengas miedo de reconocer que estás en el fondo del pozo cenagoso, pues a Dios le place limpiarnos cuando nos encuentra ahí.

Los labios de Judá por fin declaran verdad: “Tamar, es más justa que yo” (v.26). Ella ha hecho más justicia que yo; es ella quien resulta ser justificada, a pesar de su conducta pecaminosa, a pesar del asunto moral del incesto. Comparativamente, el pecado de Tamar es una pequeña gota de impiedad en contraste al mar de perversión que emanaba del corazón de Judá. La escarnecida, la vilipendiada, aquella que no tenía ningún tribunal a donde acudir, se transformó en la misteriosa y peculiar heroína de esta historia.

Una observación importante: ¿Cuántas veces tuvieron relaciones íntimas Judá y Tamar? Una vez;  la providencia de Dios está en esto. Tamar no es la joven del principio del relato; recordemos que pasó varios años esperando a Sela, las probabilidades de quedar embarazada se han reducido, pero Dios es quien interviene directamente en la matriz de esta mujer para cumplir su plan de redención.

Muchos matrimonios llevan años esperando un hijo, intentándolo una y otra vez, pero en este crudo relato, Dios, “soberanamente”, quiso que en la primera y única relación sexual que Judá y Tamar tendrían, ella quedara embarazada. Ahora, la mujer despreciada, desechada, maldita, era la reina del hogar de Judá, para ella eran todos los cuidados, todas las atenciones. Ella tenía los hijos del Patriarca, Tamar, “la palmera” vuelve a florecer, por pura obra y gracia de Dios. Las Escrituras no nos muestran si Tamar llegó a casarse con Sela, sólo sabemos que Judá cuidó de ella y de los hijos que tuvieron.

Luego de este escandaloso evento, Judá es transformado, ahora es un pecador arrepentido, inicia una nueva etapa en su vida: “caminar en la senda de los justos”. ¿Cómo sabemos esto? ¿Qué evidencias nos muestran las Escrituras del arrepentimiento de Judá? Primero, en el verso 26 se nos muestra que nunca más se acostó con Tamar. Segundo, él vuelve a casa, vuelve al hogar de Jacob, su Padre; lo podemos ver en los siguientes capítulos de Génesis. Judá se divorcia de Hira, su amigo adulamita; rompe el pacto con los cananeos; abandona la tierra que por más de 20 años había cobijado sus pecados; como el hijo pródigo vuelve a casa, donde estaban sus hermanos pecadores, ese era el lugar de Dios, el pueblo de Dios y donde emanaba la ley de Dios.

En IBGS no hay mejores ejemplos de los que podemos encontrar en esa familia. Aquí también hay Rubenes, Isacares, y Zabulones; hay pecadores arrepentidos buscando agradar a nuestro Padre celestial; es aquí, en el seno de la congregación donde hay consuelo, disciplina, amor, verdad, misericordia y gracia; no hay mejor lugar que casa, no hay mejor lugar en este mundo que la Iglesia de Cristo para curar las heridas de los pecadores; somos parte de aquellas 12 tribus del libro de Apocalipsis, de los 144.000 sellados que representan al pueblo santo de Dios a lo largo de toda la historia. Afuera, no hay nada que Babilonia te pueda ofrecer; quédate cerca de Cristo, quédate cerca de la Iglesia.

Tercera evidencia: Judá se transforma en un intercesor. En Génesis 44 se nos narra que José ideó un plan para retener a sus hermanos en Egipto, dejando la copa con la que bebía en un costal de alimentos que le dio a Benjamín, su hermano menor. José acusa a sus hermanos de robo y dicta sentencia para aquel que tuviera dicha copa, y ese era Benjamín; Judá le dice a José que lo culpe a él, que él voluntariamente tomaría la culpa de Benjamín y que lo trate como si él hubiese hecho tal mal. ¿A quién nos recuerda esa historia? La imputación de nuestro pecado en Cristo. Judá llegó a ser alguien semejante a nuestro Salvador, fue transformado, nunca más volvió a ser el mismo. No basta con que digas “soy igual de pecador que Judá”, no sólo te identifiques con su pecado, también identifícate con Judá en su arrepentimiento, como dice C.S. Lewis: un cristiano no es un hombre que nunca hace mal, sino un hombre que está capacitado para arrepentirse”. ¿Y qué es arrepentirse?: “Apartarse continuamente del pecado en las fuerzas de Dios, dar la espalda a nuestra vana manera de vivir, odiar continuamente el pecado y abrazar a Jesucristo nuestro abogado” (Ch. Spurgeon).

Judá y Tamar tuvieron dos hijos gemelos, Fares (brecha) y Zara. La historia se vuelve a repetir, al igual que en el caso de Isaac, quien tuvo a Jacob y Esaú. Quien estaba mejor posicionado para nacer era Zara, sin embargo, el pequeño Fares se abrió una brecha (boquete) usurpando la posición de su hermano; quien debía nacer en segundo lugar fue el primero en salir. Se vuelve a repetir la historia, el segundo obtiene la primogenitura, por Gracia soberana de Dios. ¿Cuántos hijos perdió Judá? Dos; ahora el Señor, en su infinita Gracia, restaura lo que el pecado había destruido, pues en donde abundó el pecado sobreabundó la Gracia.

  1. El león de la tribu de Judá

¿Qué tiene que ver esta historia con el Evangelio? ¿Qué tiene que ver esta historia contigo? ¿Por qué Dios quiso que este relato fuera conocido por su pueblo? Cuando estudias la historia de Noé y el diluvio, ¿conectas esa historia con tu historia? Cuando lees de la liberación de Israel en Egipto,¿ la relacionas con la obra de Dios en tu vida? El amor de Dios es personal; Él amó y salvó a Noé y a su familia en el diluvio, es verdad, pero en ese acto de salvación Él estaba pensando en tí,  Dios te estaba amando en ese acto de  redención. Cuando el Señor libera al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, no sólo está amando a los Israelitas, sino también a todos aquellos quienes habrían de creer en el Dios de los israelitas, en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Lo mismo sucede con esta historia, Dios nos muestra su amor y gracia a través de la historia de Judá y Tamar; nunca olvides este principio: Cuando  leas el Antiguo Testamento, recuerda que estas leyendo la historia de tu familia. El inicio del Evangelio de Mateo nos muestra con mayor claridad esta verdad:

Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendró al rey David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías.  (Mat. 1:1-6)

Esta genealogía de la simiente prometida, nos muestra que esta escandalosa historia es parte del Gran panorama Divino. El Señor, en su infinita gracia, soberanía y poder, encamina el pecado de Judá y Tamar y lo encausa en bendición: de su simiente vendría el Salvador. Judá y Tamar son parte de una genealogía plagada de perdidos pecadores, pero también cubierta de la maravillosa gracia de Dios. Él vindica a la incestuosa Tamar, salva a la ramera Rahab, redime a la idólatra Rut y restaura a la adúltera Betsabé. Es un árbol genealógico cuyas ramas están torcidas, pero que tiene su raíz y su tronco derecho, pues es Cristo, y todas las ramas están injertadas en Él. Contemplemos la condescendencia de nuestro Señor al venir de este linaje: Él vino de los pecadores, porque vino para ellos; fue concebido por el Espíritu Santo, sin pecado; vivió en perfección, pero tomo nuestra semejanza, se humanó, para compadecerse de nuestras debilidades (He.4:15); vino de los pecadores para que los pecadores pudieran venir a Él. En la venas de nuestro Señor había sangre de judíos y  gentiles, para que todos podamos ver que Él es hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne. El Dios Hombre, que nació sin pecado, se acercó mucho a nosotros, tanto así, que incluye en su linaje a grandes pecadores, para admirar de forma plena la pasión y determinación que asumió en su misión de salvar lo que se había perdido.

En Génesis 3:15, Moisés da a conocer el proto evangelio, la primera promesa de Salvación, en donde Dios, después de la caída, declara a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. Dicha simiente vendría de Abraham: En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra... (Gén.22:18). Abraham tiene a Isaac, Isaac a Jacob y Jacob a 12 hijos; a nuestros ojos pareciera ser que, entre ellos, José es el más idóneo para continuar la descendencia de Abraham; entre Judá y José ¿A quién escogerías? Desde nuestra mirada, José debía ser el escogido, él era el piadoso, él era el hombre que Dios levantó en Egipto para bendecir al mundo, ¿Por qué el Señor escoge a Judá y no a José? Miremos el siguiente cuadro comparativo:

José Judá
Es alejado de su parentela por el odio y el pecado de sus hermanos Se alejó de su padre y sus hermanos por su pecado
Mantiene su identidad en Egipto Cambia su identidad por la de los cananeos
Influenció a una potencia mundial pagana y bendice a muchas naciones por su diligente servicio Es influenciado por pueblos paganos poniendo en serio peligro a su familia.
Es buscado por la mujer de Potifar Busca a una ramera para satisfacer sus más bajos deseos
Prevalece ante la tentación sexual Sucumbe ante la tentación sexual
Es enjuiciado injustamente y va a la cárcel Juzga injustamente a Tamar
Vivió en el temor del Señor Fue un rebelde e hipócrita profano

Al comparar ambos prontuarios todas nuestras preferencias se quedan con José, pero las Escrituras nos muestran lo opuesto: Desechó la tienda de José, Y no escogió la tribu de Efraín, Sino que escogió la tribu de Judá, El monte de Sion, al cual amó. Edificó su santuario a manera de eminencia, Como la tierra que cimentó para siempre. (Sal. 78:67-69)

El Señor no escogió a José, ni a la tribu de Efraín de donde provenía Josué, quien introdujo al pueblo de Dios a la tierra prometida; sino a la tribu de Judá, que nada tenía que ver con el sacerdocio (Heb.7:14). Allí, Dios depositó su amor, edificó su santuario, Judá es el monte de Sion, que no se mueve, sino que prevalece, pero no porque Judá sea fuerte, más bien su historia es de debilidad, sino porque el Señor ha rodeado a Judá, y en su infinita Gracia escoge lo que no es para que sea. Lo vergonzoso lo transforma en santo, lo necio en sabiduría, lo débil en poder, Él utiliza letras muy torcidas para escribir la historia de la redención, pero Él siempre escribe derecho. La Biblia es sincera sobre los hombres, los muestra tal cual son, y al mismo tiempo nos muestra a un Dios lleno de Gracia y Bondad, esa es la historia de redención, un Dios Santo salvando a inconsistentes pecadores.

Judá fue redimido y escogido por Dios para cimentar en su descendencia el reinado y la verdadera adoración. En última instancia, la profecía dada a José donde todos sus hermanos se inclinarían ante él, es para Judá. En Gén. 49 Jacob bendice a sus hijos y profetiza esto a Judá: “...te alabarán tus hermanos... Los hijos de tu padre se inclinarán a ti…" y el cetro del reinado nunca se apartaría de Judá (Gén. 49:8,10). Judá es el escogido no porque era el mejor, sino para demostrar que Dios puede salvar al más vil de los pecadores. En él se nos muestra un hermoso ejemplo de que la salvación depende absolutamente de la Gracia de Dios,  y que su elección tiene un único propósito, “la alabanza de la gloria de su gracia”; así como los hermanos de Judá lo alabaron, nosotros alabamos a nuestro hermano mayor Jesucristo. Ese es el propósito de la redención, exhibir tan maravillosamente la gracia de Dios en la Cruz de Cristo que conmueva cada corazón y llene nuestros labios de alabanza al Rey que vive para siempre.

Dios, perfectamente pudo escoger a los egipcios como su pueblo, por todo su conocimiento; o a los fenicios, por su capacidad comercial; o a los griegos, por su sabiduría; o a los romanos, por su poder político; pero Dios escogió a lo pequeño, a lo vil, para que toda jactancia quede fuera, y Él sea el único digno de gloria y alabanza. La Gracia soberana de Dios aplasta el orgullo de los hombres; nuestra tendencia es querer ser los sujetos y no los objetos de la salvación, queremos ser activos, no pasivos, queremos alcanzar el cielo con nuestras torres de Babel. La gracia se opone a esos conceptos, pues es la acción de un Dios (infinitamente ofendido) en favor de pecadores despreciables, culpables e impotentes, ofreciéndoles perdón y nueva vida.

Esta historia no sólo está aquí para comparar la vida de José y Judá, está  para mostrarnos el Evangelio; como decía Spurgeon, en las Escrituras siempre hay un camino que nos lleva a la Cruz. Esta historia nos muestra lo que el verdadero judío, Jesús, hizo por nosotros:

Judá Jesús
Vendió a su hermano José por dinero. Nos compró con su preciosa e invaluable sangre.
Abandonó a sus hermanos y se fue tras los placeres de la vida. Dejó la Gloria eterna, se humanó, habitó entre nosotros viviendo en perfección.
 Rebajó a Tamar a una mínima expresión. Vino a levantar la cabeza de los pecadores y a convertirlos en una novia sin mancha.
Expuso a Tamar en un falso juicio público para matarla. Murió en lugar de una novia adúltera y fornicaria; la limpia y la adorna por su preciosa sangre.
Negó su hijo a Tamar. Dios Padre ofreció voluntariamente a su hijo para morir por los pecadores.
Anduvo en consejo de malos, en camino de pecadores y se sentó en silla de escarnecedores. Es la sabiduría de Dios, el camino, la verdad y la vida. Y está sentado a la diestra de Dios Padre.
Fue un pecador redimido por Gracia. Es el Cordero de Dios que quita el pecado de los pecadores por pura gracia.
Intercede por Benjamín quien no había hecho mal. Intercede para siempre por los pecadores.

¿Sabes qué significa el nombre “Judá”? Significa Alabanza. Cuando Judá nació (Gén.29:35), su madre Lea alabó al Señor. Cuando Jesús nació, su madre María alabó al Señor. Pero quien encarnó una verdadera vida de alabanza a Dios Padre, fue nuestro Señor Jesucristo, Él es nuestro verdadero Judá, Él es la verdadera alabanza a Dios, Él es el verdadero patriarca, el verdadero Israel, la raíz de David, el centro del Evangelio. Él es el León de la tribu de Judá quien consuela a su pueblo, quien venció la muerte y aplastó a Satanás, el único digno de abrir el libro y desatar sus siete sellos, de Apocalipsis 5. Fares, abrió una brecha para nacer antes que su hermano Zara, pero nuestro Fares, ha abierto un camino nuevo y vivo por su sangre, haciéndonos nacer de nuevo por su Santo Espíritu. La justicia de Tamar es una tenue luz comparada con la abundante y perfecta justicia que hay en Cristo, y si esa pequeña luz fue suficiente para que Judá se diera cuenta de su pecado, ¿Cuánto más la justicia de Cristo? Cada perfección, atributo, buena obra de nuestro Señor Jesucristo nos muestran la perfecta santidad de Dios, y al mismo tiempo, cuán pecadores somos, nos muestra cuán bueno es Dios y cuán carentes somos de su infinita Gracia.

¿Te sientes identificado con Judá? ¿Eres un inconsistente pecador? Ven a los pies de Jesús, hay suficiente Gracia en su sangre. Aún hay lugar para un pecador más, para un Rubén, para un Isacar, para un Zabulón, para un Judá; la familia de Abraham, de Isaac y Jacob, nuestra familia, son modelos de arrepentimiento y monumentos del perdón y de la gracia de Dios, son la demostración de que Cristo puede salvar a pecadores. Él te puede salvar a tí.